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Hermana de San Benito, se consagró a Dios desde su más tierna edad. Mientras su hermano residió en Monte Casino, ella se hallaba en Plombariola, fundando y gobernando un Monasterio.
Tenía la costumbre de visitar a Benito una vez al año. Como no estaba permitido que entrara al Monasterio, él salía a su encuentro para llevarla a una casa de confianza, donde los hermanos pasaban la velada orando, cantando himnos de alabanza a Dios y discutiendo asuntos espirituales.
Sobre la última visita, San Gregorio hace una notable descripción en la cual la Santa, presintiendo que no volvería a ver más a su hermano, le rogó que no partiera esa noche sino al día siguiente. Pero, el Santo se sintió incapaz de romper las reglas de su Monasterio.
Entonces, Santa Escolástica apeló a Dios con una ferviente oración para que interviniera en su ayuda. Acto seguido, estalló una fuerte tormenta que impidió que San Benito regresara al Monasterio. Los dos hermanos pasaron la noche hablando de las cosas santas y de asuntos espirituales.
Tres días después, Escolástica murió, y Benito, que se encontraba absorto en la oración, tuvo la visión del alma de ella ascendiendo al Cielo en forma de paloma.
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: "¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!"
Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos."
Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: "Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado."
Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: "¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?"
Daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. R.
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. R.
Tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. R.
Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor. (Salmo 137 )
2a.
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe.
Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Rema mar adentro, y echad las redes para pescar."
Simón contestó: "Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes."
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador."
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres."
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Solo al conocer a Jesús y permitir que nos hable es posible aceptarlo y seguirlo, y al seguirlo experimentamos el Reino de Dios en nuestra vida. 5 min. 58 seg.
Necesito que Dios me venza porque mi mirada, mis esperanzas llegan hasta un cierto punto; pero Él quiere llevarme a otro nivel, darme lo que es más valioso que las cosas que me ofrece el mundo. 4 min. 7 seg.
1.1 El tema central de las lecturas de hoy es el envío, que literalmente significa: ser puesto en el camino. Tres cosas conviene reflexionar en este domingo: quién envía, a quiénes envía, y qué caminos los envía.
1.2. Empecemos sin embargo por los enviados. En la primera lectura se trata de Isaías, que se reconoce como "hombre de labios impuros;" en el evangelio los llamados son unos pescadores sin mucho éxito. En esos personajes quedan bien representadas las dos grandes limitaciones humanas: el pecado y la insuficiencia o impotencia.
1.3 Isaías se ve obligado a reconocer su situación de pecado ante la luz deslumbrante de Dios que lo llama. Los pescadores de Galilea, en cambio, no han obrado mal sino que sencillamente no han sabido o no han podido lograr lo que querían. Solemos decir: no se les dieron las cosas.
1.4 Si uno lo piensa bien, también el pecado es una clase de insuficiencia, aunque interna. Pecamos porque no soportamos el peso del camino. Queremos encontrar un atajo hacia la felicidad o asegurar que sí valemos, que nuestras cosas importan, que nuestras fuerzas y deseos pueden imponerse.
1.5 Todas estas limitaciones de los que son enviados terminan por producir extrañeza: ¿por qué el Dios que todo lo puede quiere valerse de instrumentos tan frágiles, tan romos, tan proclives al error y tan capaces de traición? La pregunta se hace más aguda si uno piensa en las historias vocacionales, a veces de final triste, que uno conoce en la Iglesia.
2. Dios, que envía
2.1 Esa pregunta que Dios se hace en el pasaje que oímos de Isaías tiene una tensión y una profundidad inmensas. He aquí a Dios que pregunta: "¿A quién enviaré?" No le falta amor pero sí le falta quién le ayude. Todos necesitan y es tanta su necesidad, que pocos están dispuestos para aliviar la necesidad de otros. El resultado es que Dios se queda como sin ayuda.
2.2 Bueno, ¿y no podría Dios resolverlo todo, sanarlo todo, completarlo todo por sí mismo? Sí podría pero a precio de negar uno de los rasgos que él mismo quiso imprimir en su creatura racional, a saber, su dimensión social. Dios mismo nos creó capaces de interactuar unos con otros. Si Dios, sin intervención de ninguna otra causa, atendiera Él mismo a todas las necesidades y dolencias de cada ser humano, habría una dolencia y carencia que se quedaría sin atender, a saber, la carencia de amor y servicio entre nosotros. Esa parte nuestra quedaría enferma o atrofiada si nunca se diera el caso de que un ser humano sirve con genuina caridad a otro.
2.3 Así pues, al crearnos como seres en sociedad, Dios en parte eligió tener que buscar "ayuda" en el ser humano para levantar y redimir al mismo ser humano.
3. El Camino al que somos Enviados
3.1 Isaías grita: "¡Envíame a mí!" Sus labios han sido purificados por un ascua del santuario y por el ministerio de un Ángel, y siente en su corazón urgencia de servir. Quiere ser puesto en camino, aunque todavía no conoce ese camino.
3.2 Algo parecido sucede en el evangelio de hoy: aquellos pescadores lo dejaron "todo," y lo siguieron. Quizá sabían lo que dejaban pero en todo caso no parece que supieran exactamente lo que encontrarían.
3.3 Parece ser ésta una ley del llamado que Dios hace. También Abraham, en Génesis 12, es llamado por Dios, y es puesto en camino, aunque de ese camino lo único que sabe es que Dios se lo mostrará (Génesis 12,1).
3.4 Y en realidad eso es lo único que importa del camino: que Dios lo conoce bien. No interesa tanto saber por dónde voy sino con quién voy.