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Natural de Nola, abrazó el servicio apostólico desde muy joven. Al morir su padre, Félix distribuyó la herencia entre los pobres y fue ordenado sacerdote por San Máximo, Obispo de Nola.
Iniciándose una cruel persecución contra la Iglesia, Máximo huyó al desierto para continuar al servicio de su rebaño. No siendo encontrado por los soldados romanos, Félix, quien lo sustituía en sus deberes pastorales, fue tomado preso, azotado, cargado de cadenas y encerrado en el calabozo, cuyo piso estaba lleno de vidrios.
Sin embargo, el Ángel del Señor se le apareció y le ordenó ir en ayuda del Obispo, quien yacía medio muerto de hambre y de frío. Ante su incapacidad de hacerlo volver en sí, el Santo acudió a la oración, y al punto apareció un racimo de uvas, cuyas gotas derramó sobre los labios del maestro, el cual recuperó el conocimiento. Luego fue conducido a su iglesia.
San Félix permaneció escondido orando constantemente por la Iglesia hasta la muerte de Decio. No obstante, continuó siendo perseguido hasta que se estableció la paz.
Falleció en medio de la pobreza y al servicio de los más necesitados, a pesar de haber sido elegido Obispo de Nola.
En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: "Aquí estoy." Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado." Respondió Elí: "No te he llamado; vuelve a acostarte." Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado." Respondió Elí: "No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte." Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy; vengo porque me has llamado." Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: "Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha."" Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: "¡Samuel, Samuel!" Él respondió: "Habla que tu siervo te escucha." Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.
Yo esperaba con ansia al Señor; / él se inclinó y escuchó mi grito; / me puso en la boca un cántico nuevo, / un himno a nuestro Dios. R.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio, me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio. R.
Entonces yo digo: "Aquí estoy como está escrito en mi libro- / para hacer tu voluntad." / Dios mío, lo quiero, / y llevo tu ley en las entrañas. R.
He proclamado tu salvación / ante la gran asamblea; / no he cerrado los labios; / Señor, tú lo sabes. R.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. (Salmo 39)
2a.
Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo. Dios con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros.
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: "Éste es el Cordero de Dios." Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: "¿Qué buscáis?" Ellos le contestaron: "Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?" Él les dijo: "Venid y lo veréis." Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: "Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)." Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)."
Es propio del cristiano ser como Samuel para reconocer en medio de las tinieblas el paso de Dios, y luego serle fiel aunque ello traiga tribulación. 16 min. 9 seg.
Dios nos habla a lo profundo del corazón a través de las circunstancias, de la predicación, del testimonio, de la luz que nos da la Iglesia ¿Tenemos oídos para recibir su voz? 6 min. 40 seg.
Siguiendo el ejemplo de Samuel, en su niñez, descubrimos algunas claves para escuchar y discernir la voluntad de Dios: (1) Saber que Dios puede llamar en todo tiempo, incluyendo infancia y juventud. (2) Ponernos al alcance de su voz, a través de la Palabra, los sacramentos y la cercanía con su templo. (3) Cuidar que nuestros descansos no nos embrutezcan con placeres que dejan sucia y lenta la conciencia. (4) Poner en sintonía lo mejor de nuestros sueños--cada quien según su propia historia y modo de ser--con los anhelos de Dios según conocemos por la Escritura y la voz de la Iglesia. (5) Cultivar la disponibilidad, que implica no absolutizar nuestro "hoy." (6) Pedir ayuda a quienes pueden aconsejarnos con sabiduría. (7) Hacer así de nuestra vida un mensaje de Dios para el mundo. 41 min. 19 seg.
El Evangelio nos cuestiona en tres aspectos: Quien se acerca a ti, ¿termina cerca de Jesús? ¿Podemos hablar de Cristo porque vivimos con Él? ¿Mis cosas hablan del Señor, de su Evangelio? 8 min. 1 seg.
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1.1 Samuel sentía una voz pero no conocía de quién venía esa voz. La Escritura nos dice: "no conocía todavía al Señor" (1 Sam 3,7) y explica a renglón seguido: "no se le había revelado la palabra del Señor". De éstos hechos tan sencillos debemos aprender relacionar tres cosas: conocer al Señor, escuchar su voz y recibir la revelación de su palabra. Son tres cosas que parecen una sola, pero que el texto diferencia bien. Notemos que Samuel escuchó la voz del Señor pero aún no conocía al Señor. El orden, pues, entre estas tres cosas es: escuchar la voz, recibir la revelación de su palabra y conocer al Señor.
1.2 Este orden se da también en nuestra vida. ¿Qué es la "voz"? Es algo que me saca de mi mundo; algo que despierta el interés y me pone en camino; una especie de pregunta que, desde su extrañeza me atrae y fascina. Tal extrañeza puede venir de un hecho insólito, como la zarza que vio Moisés, o de un milagro un exorcismo o una sanación. La curiosidad o la apremiante necesidad de arreglar algo de la propia vida son el motor aquí. No es un mal comienzo, pero es sólo el comienzo.
2. la Revelación de la Palabra
2.1 El segundo paso es quizá el más interesante. El texto dice que a Samuel "no se le había revelado la palabra del Señor" (1 Sam 3,7). Interesante: oía la voz pero no se le había revelado la palabra. La voz es el hecho exterior que pone en movimiento; la palabra, en cambio, es como algo interior, algo que ha de ser "revelado", según aquello que también leemos en los escritos de Pablo: "cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar a su Hijo en mí..." (Gál 1,15-16).
2.2 La prueba de que la voz era algo exterior está en que Samuel busca su origen en lo externo, en este caso, en el sacerdote Elí, a quien se dirige para ponerse a sus órdenes (1 Sam 3,5). Es también el primer impulso de la religiosidad humana, que busca el origen de su inquietud en los astros, o en general los elementos de la naturaleza.
2.3 Dios, en cambio, nos espera en otro "lugar". No está aquí o allá; su presencia no hay que perseguirla por los cuartos de la casa. Más que algo externo es la actitud interior lo que abre la comunicación de la Palabra. Esa disposición es la que nos resume el joven Samuel con su preciosa respuesta: "¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!" (1 Sam 3,10).
3. Llegó a conocer al Señor
3.1 No debemos dejar de notar que esa respuesta la dijo Samuel por indicación de Elí. Dios fue paciente con Samuel, porque, como dijo muchas veces el Señor a Santa Catalina de Siena, él bien sabe que el alma es primero imperfecta y luego perfecta. Lo llamó varias veces, y no dejó de llamarle porque el muchacho no supiera qué hacer ni cómo prepararse para escuchar. Ya que Samuel se dirigía a lo exterior, en lo exterior le dio una señal, a través de Elí.
3.2 Este sacerdote, pues, aunque reprobable por otros aspectos, fue el instrumento para discernir lo que estaba sucediendo en la vida del muchacho. Fue él, y no el mismo Samuel, quien se dio cuenta de lo que acontecía. Y esto es enseñanza para nosotros, por dos razones: primero, porque tendemos a pensar que el encuentro íntimo con el Señor descarta su acción a través de las personas, y eso es falso. Dios no elimina al resto de la humanidad para hablar al corazón de alguien. Intimidad no es aislamiento.
3.3 En segundo término, está claro que Elí era un hombre indigno de su sacerdocio, y así y todo fue instrumento de Dios. Cuando a veces se juzga con tanta dureza a la Iglesia Católica por las faltas o limitaciones de sus pastores, se tiende a dejar de lado pasajes como el del día de hoy en que el Señor muestra cómo su providencia y su gobierno soberano van más allá de los aspavientos, los cotilleos y los escándalos.
3.4 De todos modos, lo más importante aquí es el fruto de toda esta búsqueda nocturna de Samuel. Al principio él "no conocía al Señor" (1 Sam 3,7); al final, él conoce la palabra del Señor y conoce de tal modo su obrar que ninguno delos oráculos de Samuel dejó de cumplirse (1 Sam 3,19). Eso es conocer al Señor, por lo menos en un primer nivel: saber de sus obras, de sus planes; conocer qué le fastidia y qué ama; qué prefiere y qué desea de nosotros.