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Se llama "taumaturgo" al que hace muchos milagros. A este Santo le pusieron ese nombre, porque según indica la tradición popular, desde tiempos de Moisés no se había visto a una persona conseguir tantos de ellos como los que obtuvo San Gregorio.
Cuando era joven, se vio obligado a viajar a Cesarea en Palestina, con el fin de acompañar a una hermana. Estando allá, conoció al sabio más grande de su tiempo que era Orígenes, quien había puesto una escuela de teología en esa ciudad.
Al estallar la persecución de Decio en 250, San Gregorio aconsejó a los cristianos que se escondieran, para que no tuvieran peligro de renegar de su fe cristiana por temor a los tormentos.
Se ha hecho célebre en la historia de la Iglesia la frase que dijo este gran Santo poco antes de morir. Preguntó: "¿Cuántos infieles quedan aún en la ciudad sin convertirse al cristianismo?" Le respondieron: "Quedan diecisiete". Y él exclamó gozoso: "¡Gracias Señor! Ese era el número de cristianos que había en esta ciudad cuando yo llegué a misionar aquí. En aquel tiempo no había sino 17 cristianos, y ahora no hay sino 17 paganos".
Las gentes lo invocaban después, cuando hubo inundaciones y terremotos. Es que San Gregorio con sus oraciones y sacrificios, logró detener terribles catástrofes que amenazaban acabar con todos los cultivos y casas de la ciudad.
Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas. La primera era como un león con alas de águila; mientras yo miraba, le arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como un hombre y le dieron mente humana. La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron: "¡Arriba! Come carne en abundancia." Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder.
Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera, terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, con los que comía y descuartizaba, y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las fieras anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias. Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano de sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Yo seguí mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras fieras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre (Daniel 7,2-14)
En aquel tiempo, puso Jesús una parábola a sus discípulos: "Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca. Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán."
Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios (Lucas 21,29-33)
Las señales del final, como las describe Cristo, nos hablan de un mundo marcado por el drama y la convulsión, peor nuestra respuesta no ha de ser histérica ni irresponsable, sino serena, coherente y fecunda. 4 min. 34 seg.
No podemos ser verdaderamente humanos si no nos volvemos hacia Dios, solamente Él humaniza y es en Jesucristo que se nos ha mostrado el verdadero rostro de la humanidad. 5 min. 56 seg.
Lecciones para el tiempo presente: (1) estar atentos a los brotes: lo que está comenzando, sea bueno o malo. (2) Saber que tras la dificultad y la crisis viene la luz. (3) Aferrarse a la palabra que permanece y no falla, la de Cristo. 5 min. 8 seg.
Las bestias descritas en el libro de Daniel muestran las deformaciones del poder cuando se aparta de Dios: se vuelve astuto y ágil para lo perverso; cruel y explotador; tiene la pretensión de llegar a cualquier lugar; cae finalmente en arrogancia y blasfemia. 44 min. 39 seg.
La idolatría del poder termina volviéndose contra el hombre por lo que el poder debe ser el de Cristo demostrado en su cruz, ese poder que levanta, restaura, sana y ama. 4 min. 25 seg.
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1.1 En la primera lectura notamos que los imperios son representados por bestias fuertes. Es una buena imagen del poder cuando carece de razón y de corazón: así como las fieras tienen fuerza pero no admiten argumentos ni se compadecen de sus víctimas, así también los poderes de esta tierra cuanto más se enaltecen y endiosan, más crueles y homicidas se vuelven.
1.2 Se da una sucesión en los poderes. Cada uno parece invencible hasta que es vencido. Es lo que sabemos también de las naciones que dominaron a los judíos en el tiempo helenístico, al que alude este texto de hoy, pero sobre todo: es lo mismo que vemos en nuestro mundo: una sucesión de fanfarrones al frente del Imperio Romano; una sucesión de crueldades y traiciones en el nacimiento convulso de la República Francesa; una sucesión de locuras en las Guerras Mundiales del siglo XX. Cada poder aprende que es limitado cuando ya está siendo trozado por el poder siguiente.
1.3 Mas ese círculo se rompe cuando llega el anciano y unos tronos aparecen. Y con él aparece también un poder que tiene el rostro de un hombre. Es más fuerte que todos y es también más humano que todos. Comparados con él, los anteriores son animales sanguinarios.
1.4 Esa imagen nos permite alegrarnos en el misterio que se esconde en la predicación, la vida, la pasión dolorosa y la triunfante resurrección de Cristo. Él es el poder que no bebe la sangre de su imperio, sino que lo alimenta en cada Eucaristía y para siempre en el Cielo, con su propia sangre y su propia vida.
2. Palabras que no Pasan
2.1 ¿Qué quiere decir que las palabras de Cristo "no pasarán"? La traducción que aquí utilizamos dice: "mis palabras no dejarán de cumplirse." El verbo griego, parerjomai, tiene una variedad de significados que empiezan con la idea de movimiento: acercarse, pero luego incluye: pasar de largo, y de ahí, dejar a un lado. Por eso se utiliza metafóricamente para indicar algo que se descuida o que no merece cuidado. "Algo sin efecto", diríamos de manera un poco más general y abstracta.
2.2 Las palabras del Señor traen su fruto. Esto nos hace recordar dos preciosos textos de Isaías. Uno, en Is 55,10-11: "como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié." Otro, en Is 40,10: " He aquí, el Señor DIOS vendrá con poder, y su brazo gobernará por El. He aquí, con El está su galardón, y delante de El su recompensa."
2.3 Esa eficacia de la palabra de Cristo indica también que él no está solamente anunciando el futuro. Está trayéndolo; está haciéndolo posible. Jesús no es un espectador de una historia de la cual podría hablarnos a la manera de los expertos de nuestra época; él es el Rey, y como rey marca un curso que no por menos evidente es menos real.