ASOCIACIÓN CATÓLICA KEJARITOMENE



V. Los Cinco Pilares de Kejaritomene

Se comprenderá que no ha sido fácil llegar a las conclusiones que aparecen expuestas hasta ahora. Aquello que decía Santo Tomás, es decir, que padecemos una doble oscuridad, la del pecado y la de la ignorancia, es totalmente cierto. Y estas dos oscuridades se agravan en cierto modo cuando se trata de obras nuevas. Si todavía no hemos digerido tantas cosas de los actuales Movimientos, qué ¿diremos de estos nuevos caminos, como el de Kejaritomene, que pretenden empezar donde los otros llegan?

La experiencia que hemos vivido desde que empezamos a dictar los primeros cursos de formación cristiana hasta hoy nos permite hablar de cinco “pilares” para Kejaritomene. Quizá no sean todavía la versión definitiva de este camino, pero sí es lo mejor que tenemos actualmente para orientarnos. Son ellos:

- Doble pertenencia

- Carisma personal

- Evangelización explícita

- Cero patrimonio

- Orden Dominicana

Vamos a explicarlos brevemente.

DOBLE PERTENENCIA. “Nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24), nos advirtió Jesucristo. Parafraseando un poco podríamos decir: “Nadie puede pertenecer a dos comunidades”. Lo propio de una Comunidad está en dos cosas: el crecimiento integral en la fe, que implica, entre otras cosas, oración compartida en comunión con la Iglesia, y la interrelación cercana con un grupo más bien estable de personas que nos conocen en los momentos buenos y los momentos duros.

La “doble pertenencia” entonces NO significa que la persona esté en dos comunidades, sino que pertenece realmente y de corazón a UNA comunidad (es decir, un Movimiento, un Grupo de Oración, un Consejo Parroquial, un Grupo de Vírgenes Seglares, una Fraternidad, o algo semejante), y DESDE ELLA SE ABRE a la realidad eclesial, perteneciendo de modo nuevo a algo nuevo, que aquí llamamos “Asociación”, cuya finalidad quiere ir más allá de los propósitos y estilos de las Comunidades particulares hacia un servicio pleno a la Iglesia.

Es algo como lo que sucede cuando un grupo de gerentes de diferentes empresas se resuelven a participar en un Seminario sobre Tendencias Macroeconómicas: todos están en el Seminario pero cada uno pertenece a su empresa. El Seminario les ayuda a visualizar un panorama más amplio, a encontrar nexos y trabar amistades, a emprender algunas tareas comunes para bien de todos. Preguntémonos, pues, nosotros: si esto existe y da buenos frutos para los intereses de esta tierra, ¿por qué no ha de servir allí donde tenemos la más hermosa y más universal de las tareas? Cristo nos dijo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

Una consecuencia de esta “doble pertenencia” es que el espacio propio para la maduración personal y particularmente afectiva no es la Asociación sino la Comunidad de donde procede cada persona. Por lo tanto, toda petición de ingreso a la Asociación supone que la persona ha vivido unas etapas de crecimiento psicológico y espiritual que le permiten relacionarse de manera apropiada, estable y provechosa con los demás Asociados.

CARISMA PERSONAL. Un error que pienso que cometemos a menudo en la Iglesia Católica es lo que yo llamo la “burocracia descendente”. Este concepto poco simpático se entiende mejor con un ejemplo. Un poco por todas partes se siente que la Iglesia está perdiendo a los jóvenes. Estas preocupaciones van “subiendo”: llegan a los párrocos, a los arciprestazgos, a las curias diocesanas y luego a las Conferencias Episcopales; finalmente, son un problema que se detecta en pleno Vaticano. Al Santo Padre se le ocurre hacer unas Jornadas para los jóvenes. La idea, desde luego, suena muy bien a todos. Entonces empieza el proceso “descendente”: el Papa nombra a un Cardenal protector de la idea, que convoca a un grupo de Obispos y teólogos. Estos preparan un documento que, con la autoridad del Papa, llega a las diócesis: Hay que hacer Jornadas para Jóvenes. A estas alturas los Obispos están ocupados y sobrecargados en mil problemas más, y por ello encargan a sus respectivos sacerdotes de confianza que hagan algo, porque la Jornada debe salir bien y no puede ser un fracaso. El sacerdote de turno encarga a unos laicos de la curia y a unos amigos suyos que convenzan a unos muchachos para que por favor asistan a la Jornada y se pueda hacer una gran concentración de jóvenes con motivo de la Gran Jornada. Después de motivarlos mucho y de prestarles el salón parroquial para una fiesta que querían hacer, algunos le hacen el favor al padre de asistir a las charlas y las misas. En síntesis: les devolvemos sus problemas en forma de tareas que les pedimos que hagan.

No cabe duda que con este estilo se pueden obtener frutos, pero el precio es muy alto, para mi criterio. En este esquema nuestros colaboradores en la evangelización serán siempre personas que esperan tácita o expresamente una recompensa o paga en esta tierra: un sueldo, el usufructo de algunos bienes, la compañía de la gente que aman, la posibilidad de relacionarse con gente que tiene cierto prestigio o poder, etc. Llegan a trabajar bajo el régimen de una especie de “contrato”, explícito o implícito, y por tanto su generosidad y su paciencia tienen desde el principio unos límites que le cortan el vuelo a las grandes respuestas que la Iglesia necesita para las grandes necesidades del mundo de hoy. Una persona así no tiene consistencia interior. Apenas aparezca el primer obstáculo o desánimo, o apenas el mundo le ofrezca más de lo que realmente quiere, nuestro gran colaborador desertará de las filas de la Iglesia, y en alguna ocasión incluso se volverá contra ella. Necesitamos OTRO MODO de encontrar colaboradores, un modo que se apoye no en los bienes de esta tierra sino en la moción íntima y soberana del Espíritu de Dios. A esto aludimos con la expresión “carisma personal”.

¿Y cómo reconocer el carisma personal? Las señales son: algo que Ud. siente que Dios quiere de Ud., y Ud. lo hace bien, con una motivación interior fuerte, con un sentimiento de independencia de las circunstancias exteriores de motivación o desmotivación de las demás personas, con una componente inconfundible de alegría y un deseo grande de que otros también hagan sus propias obras.

EVANGELIZACIÓN EXPLÍCITA. Hay muchos modos de hacer visible el amor de Dios. Nuestro modo propio es la evangelización explícita. Entendemos por predicación propiamente dicha o predicación por antonomasia esto:

(1) A partir de la comunidad,

(2) desde una profunda experiencia de fe

(3) y de reconciliación con Dios, consigo mismo y con los hermanos,

(4) y desde la coherencia progresiva de vida con esta fe que se proclama,

(5) sobre la base del testimonio de la Sagrada Escritura,

(6) en comunión visible y de corazón con la Iglesia,

(7) y habida cuenta de las personas que escuchan

(8) y de aquellos que no quieren o pueden escuchar,

(9) HABLAR con la gracia y la fuerza del Espíritu Santo

(10) de las obras de Dios por nuestra salvación,

(11) de modo que sea manifiesta la plena revelación de Dios Padre en Jesucristo

(12) y la efusión gratuita del Espíritu mismo,

(13) para que la fe en Jesucristo como Señor de cada vida y de la historia humana

(14) nazca y crezca hasta su madurez,

(15) se alimente, exprese y plenifique en los sacramentos,

(16) particularmente en la Santísima Eucaristía,

(17) y se propague más y más

(18) con la santidad de vida y las palabras de quienes acogen el mensaje del Evangelio,

(19) de modo que la Iglesia se edifique en la esperanza y el amor

(20) hacia la plenitud de la Jerusalén celestial.

Pienso que cada uno de estos veinte puntos, recogidos por las Actas del Capítulo Provincial de los Dominicos de Colombia en 1998, merece nuestra reflexión conjunta. Los ofrezco aquí, repito, como un comienzo y una invitación.

CERO PATRIMONIO. Esta es una novedad, hasta cierto punto. Kejaritomene tiene como sitio de reunión los Conventos de los Frailes Predicadores, especialmente el Convento de Santo Domingo en Santafé de Bogotá. Vive de las donaciones de tiempo y recursos que todos, empezando por los frailes que colaboramos en ella, le aportamos. Reúne para cada actividad los fondos necesarios y, si hay excedentes, realiza donaciones en dinero o en especie.

Se trata de una actitud que intenta liberarnos de aquello que ha detenido a muchas obras apostólicas que han seguido la secuencia propia de la supervivencia económica, consecuencia inevitable de la acumulación de un patrimonio. Existen ya en la Iglesia obras que cumplen con los principios que hemos enunciado. Un colegio, un hospital, una emisora son medios de evangelización. Pero, ¿qué limita su efectividad? ¿Por qué no podemos decir sin más que los colegios católicos ofrecen santos a la sociedad? ¿Por qué no identificamos a nuestras universidades católicas como lugares de conversión a Jesucristo, sino más bien como lugares donde la fe de la infancia y la primera juventud entra en grave crisis o se pierde?

Creo que la razón está en la lógica de la supervivencia económica y de la significatividad cultural o social que termina consumiendo la mayor parte del tiempo y las fuerzas de sus directores o rectores.

El proceso es conocido: para llegar a un mayor número de personas se consigue una sede, se recibe un patrimonio y se establece un régimen laboral y tributario. Al principio todo resulta fácil por el fervor inicial de los fundadores y por el entusiasmo de los donantes. Pero el entusiasmo depende de que haya cambios, en el sentido de novedades, y por ello lo que al comienzo entusiasmaba como carisma excepcional después se considera sencillamente como labor o trabajo de una persona particular. Las donaciones disminuyen, y pronto tenemos una infraestructura y una nómina que hay que sostener.

Surge así un sistema paralelo de subvención económica que sin embargo tiene que ser administrado por los mismos directores de la obra evangelizadora. Así tenemos los sacerdotes gerentes en sus oficinas de consecución y gestión de recursos. Obviamente esto implica que los criterios del mundo terminan por entrar en la Iglesia, con lo cual resultamos predicando que “sólo Dios basta” mucho tiempo después de que nuestra confianza y nuestro bienestar están fundados en las alianzas políticas, la ciencia administrativa y la sagacidad financiera.

Todo esto lo vieron con claridad los mendicantes medievales, como san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán. ¡Aunque a veces hemos creído que la mendicancia ya no tiene sentido, cuando precisamente es ahora el tiempo en que las entidades de “cero patrimonio” pueden dar quizá su mayor fruto!

“Cero patrimonio” significa que las Asociaciones más audaces del futuro próximo no tendrán existencia civil, política ni tributaria. Harán la mayor parte de sus tareas en distintos lugares —probablemente en el ciberespacio—, a partir de la generosidad de sus propios miembros, y ante todo, de Dios mismo y de su providencia.

Otro modo de expresar lo anterior es ésta: apertura a los recursos sin dependencia de los recursos. Cuando una asociación católica de evangelización depende por completo de los computadores, las oficinas, los permisos de los ministerios o de cualquier otra cosa, es el mundo quien le da permiso de actuar, y por lo tanto es también el mundo quien le puede retirar ese permiso y frenar con ello el avance del Evangelio.

Bienvenidos, pues, los computadores y demás recursos, no como donaciones que fundan un patrimonio, sino como préstamos sostenidos que hacen personas convencidas por la fuerza de la Palabra. El patrimonio cero conlleva la dependencia continua de la gracia de la conversión, y esto, según nos enseñan los santos, atrae bendiciones.

Una consecuencia de las anteriores afirmaciones es que, como política general, el dinero que no deba llamarse propio de ninguno de los particulares, es decir, aquel que provenga de actividades comunes, ha de donarse a otras obras, tal vez muy necesitadas, o reinvertirse prontamente. Qué signifique «prontamente» es algo difícil de discernir. Más que una estrategia, es la proximidad con la prisa de Jesucristo lo que resulta decisivo aquí. Una prisa que sentimos cuando oramos ante la Cruz, o cuando meditamos en el tamaño de la victoria del Resucitado: Él, inapresable ya por las cadenas, los lazos, los clavos o el sepulcro, es en su Cuerpo Glorioso una invitación continua a la libertad.

Estas asociaciones nuevas, entre las que Kejaritomene quiere contarse, han de tener un agudo sentido de la libertad, y hacer de sus bienes ocasión de ayuda a las Instituciones eclesiales que por todas partes necesitan, ellas sí, de patrimonio. En ningún caso, pues, se trata de juzgar a la Iglesia que sí tiene posesiones (que es prácticamente toda), ni de reeditar el movimiento de los «fratricelli». Una asociación sin patrimonio ni existencia civil en razón del Evangelio es una bendición si y sólo si prolonga como un sacramental el despojo y la libertad del Crucificado y Resucitado.

ORDEN DOMINICANA. Creo que el lugar de la Orden de Santo Domingo en esta obra puede ser comprendida mejor con una analogía, que ya insinuábamos al comienzo de este documento. Pensemos en una Universidad regentada por una Comunidad Religiosa. Es evidente que la formación allí impartida tendrá una impronta singular, porque todo lo que es hecho por un grupo particular de personas será “particular” en alguna forma. Mas el propósito de la Universidad en cuanto tal no es cultivar a la gente para que sirva a la misma Universidad (aunque algunos eventualmente lo harán) sino para que sirva a la sociedad humana.

En este sentido diremos que Kejaritomene es una oferta que la Orden Dominicana hace a la Iglesia para que muchos laicos, hombres y mujeres, adquieran un horizonte amplio de oración, de formación y de servicio apostólico.

Ahora bien, la relación es mutua, como corresponde a la Eclesiología de comunión que nos ha propuesto el Concilio Vaticano II. Concretamente, hemos visto con alegría que los frailes reciben nuevo fervor y nuevas “razones vocacionales” al contacto con laicos convencidos de la gracia propia de su bautismo, de la Confirmación y la Eucaristía.







“Qué es Kejaritomene”

I. Definición

II. El Carisma Básico

III. Las Etapas de la Evangelización

IV. La Importancia y los límites de la Comunidad

V. Los cinco pilares de Kejaritomene

VI. Grados de pertenencia

VII. Apéndice: Síntesis Histórica