ASOCIACIÓN CATÓLICA KEJARITOMENE



IV. La importancia y los límites de la Comunidad

El Nuevo Testamento nos enseña claramente que el fruto natural de la predicación es la conformación de comunidades. El mismo término “iglesia”, que viene del griego ekklesía, significa “reunión de los convocados”. La Palabra nos convoca, nos hace comunidad. Y esto es lo propio de la Iglesia, entre todos los grupos humanos: que el motivo de reunión es la Noticia de la gracia esplendorosa que brilla patente en el Cuerpo Glorificado del Señor Jesús.

Gracias a Dios, hoy podemos hablar de un cierto florecimiento de experiencias comunitarias en la Iglesia Católica, debido sobre todo a los Grupos de Oración, a los Movimientos Eclesiales y a una conciencia más viva de muchas diócesis y parroquias. La Renovación Carismática, el Camino Neocatecumenal o el Movimiento de los Focolares son ejemplos vivos de este “paso del Espíritu Santo”, como lo ha llamado Juan Pablo II.

Este auge de las Comunidades es una gran noticia para la Iglesia Católica y merece todo nuestro apoyo, sobre todo cuando entendemos que hoy menos que nunca es posible vivir la fe de un modo aislado. Pero tal crecimiento tiene también sus límites. Con alguna frecuencia vemos que quienes han experimentado con fuerza la vida nueva que brota del Resucitado a través de una determinada experiencia de fe, tienden con facilidad a absolutizar su propia perspectiva y a trabajar por ella con tal ahínco, que llegan casi a olvidar o posponer el bien común de la Iglesia. Es algo explicable, y en cierto modo natural, pero no por ello conveniente ni saludable para la misma Iglesia.

Además, toda esta obra del Espíritu Santo ha generado NUEVAS comunidades, las cuales, por su misma conciencia de NOVEDAD, suelen tener dificultad en reconocer la obra del mismo Espíritu en los siglos precedentes. Así como les tienta la absolutización “espacial”, hasta el punto de ser miopes a la obra de Dios en los otros Movimientos que son sus vecinos de hoy, así puede tentarles la absolutización “temporal”, es decir, la sordera a la voz de Dios en otros siglos y culturas.

Un caso típico es el de la relación entre estos Movimientos actuales y las Comunidades Religiosas. Es indudable que se trata de dos obras magníficas del Espíritu Santo, pero ¡cuántos malos entendidos y prejuicios suele haber entre ellos! Este hecho yo lo he vivido en carne propia, porque, por una parte, debo mucho de mi camino inicial en la fe a la Renovación Carismática Católica, pero por otro lado me siento feliz de la vocación que Dios me ha concedido dentro de la Orden Dominicana.

Para una persona como yo dos cosas quedan claras: primera, la necesidad de la vivencia de comunidad como paso indispensable hacia la madurez cristiana; segunda, la convicción de que yo no puedo fundar una comunidad laical a la cual me entregue por completo, por la sencilla razón de que yo ya he profesado en una Comunidad, la de los Frailes Predicadores.

Pero más allá de mi caso personal aquí hay algo que vale la pena notar: nadie duda de las Comunidades como escalón imprescindible de la vida cristiana, pero las comunidades no son todavía la solución completa a las necesidades de evangelización de la Iglesia actual. Hay que proveer de caminos de encuentro en los que las distintas experiencias comunitarias lleguen a descubrirse, a amarse... y también a relativizar cada una su propia historia y sus propios métodos. Es aquí donde busca su lugar Kejaritomene.







“Qué es Kejaritomene”

I. Definición

II. El Carisma Básico

III. Las Etapas de la Evangelización

IV. La Importancia y los límites de la Comunidad

V. Los cinco pilares de Kejaritomene

VI. Grados de pertenencia

VII. Apéndice: Síntesis Histórica