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Se llama "Divina Providencia" al cuidado amoroso que Dios tiene de cada uno de nosotros.
Su nombre era María Eugenia Smet y nació en Lila, Francia, en marzo de 1825. Sus estudios los hizo interna en un colegio de religiosas. Allí adquirió una sólida formación, cuyas características principales fueron la confianza total en la Divina Providencia, un gran amor y devoción por las benditas almas del purgatorio, y una fuerte inclinación hacia la vida religiosa.
Al volver a su casa después de terminar los estudios de bachillerato, se propuso estar siempre ocupada y ayudar en lo posible a los pobres. Cada día cocinaba una enorme olla de sopa y la repartía entre los más indigentes. Y a los que no podían salir por estar enfermos, les llevaba alimentos a sus propios hogares. Le encantaba ayudar a barrer y adornar los templos.
Cuando ya llevaba siete años dedicada a estas obras, un día asistió a un retiro predicado por un misionero, y salió llena de entusiasmo por las misiones.
En adelante, se dedicó a recoger ayudas y a hacer rifas, con el fin de conseguir dinero para misionar. Los misioneros se quedaban admirados de la cantidad de auxilios que esta joven les procuraba.
A los 27 años, con permiso del confesor, hizo voto de castidad. En 1855, por consejo del Santo Cura de Ars y de otros santos sacerdotes, se unió con otras jóvenes piadosas en París, y fundó la Comunidad de las "Auxiliadoras de las Almas del Purgatorio".
María era terca y no le gustaba hacer mucho caso de los consejos de sus directores. Por ello, los capellanes de la Comunidad no duraban sino muy poco tiempo, y la Comunidad no lograba progresar.
Sin embargo, Dios le concedió el remedio que necesitaba. Le envió un sabio padre jesuita, que con diplomacia pero con energía, fue logrando que la hermana María le hiciera caso y siguiera sus consejos.
Ella, que era tan dominante, ahora tenía frente a sí a uno de su talla. Al fin, un día le confesó claramente: "¡Padre, usted ha logrado dominar mi altanería y mi terquedad!" El sacerdote le respondió: "Quiera el Cielo que de ahora en adelante, lo que usted busque sea hacer siempre, no lo que sus impulsos y sus caprichos le aconsejen, sino lo que más le parezca que es la voluntad de Dios".
Otro día, ella le decía al santo jesuita: "Padre, estoy totalmente disgustada de mí misma y del modo como me comporto". Y él le respondió: "Me alegra que no esté contenta de cómo es y de su modo de comportarse. Si estuviera contenta, eso sería una mala señal".
El padre jesuita les redactó las Reglas o Constituciones de la nueva Comunidad, las cuales fueron adoptadas y aceptadas en 1859. En aquel mismo año, veintiocho señoritas, ante el Arzobispo de París, juraron cumplir las Reglas de la nueva Congregación. La Fundadora se llamó en adelante Madre María de la Providencia.
Cuando se desanimaba, le decía su director espiritual: "Usted es una preferida de la Divina Providencia. Si después de todas las maravillas que la Divina Providencia ha hecho en su favor, todavía desconfiara de las ayudas de Dios, esto sería una verdadera infidelidad. Confíe en Dios y vencerá".
Fundó Casas de su Comunidad en varios sitios de Francia, y envió a las religiosas como misioneras a China.
La Divina Providencia permitió que le llegara un dolorosísimo cáncer, que la atormentó por bastante tiempo y la obligaba frecuentemente a guardar quietud, lo cual le servía para crecer mucho en santidad por medio de la oración y la meditación.
En 1871, devorada por el cáncer, murió santamente. Y su rostro, que poco antes de la muerte estaba crispado por los terribles dolores, recobró al morir una muy agradable presencia.
Sus religiosas tienen ciento diecinueve Casas en el mundo, con mil cien hermanas. Se dedican a la pastoral de la salud y a la pastoral social.
Que como esta Santa Fundadora, también nosotros logremos dominar nuestros impulsos, nuestras inclinaciones, y dejarnos guiar por las luces e inspiraciones de quienes nos quieren conducir hacia la santidad.
Bogotá, Colombia (1992) - Dios te Bendiga. Que esta misión en la que te encuentras haga de ti un soldado de Cristo al servicio del Evangelio. Te quiero mucho. Gracias por tu primera palabra :)
Oremos al Señor para que Monseñor Ojalvo siga recibiendo abundantes dones en su cumpleaños, que lo animen a seguir con su entusiasmo formando muchos diáconos para la Gloria de Dios.
Bogotá, Colombia (2012) - \"Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.\" (Mt 5:16). Jesús, en tí confío.
Moisés habló al pueblo, diciendo: "Meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente. Mirad: Hoy os pongo delante bendición y maldición; la bendición, si escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, y os desviáis del camino que hoy os marco, yendo detrás de dioses extranjeros, que no habíais conocido. Pondréis por obra todos los mandatos y decretos que yo os promulgo hoy."
Hermanos: Ahora, la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los profetas, se ha manifestado independientemente de la Ley. Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús, a quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre. Sostenemos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día, muchos dirán: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?" Yo entonces les declararé: "Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados."
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente."
La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena (Mateo 7,21-27)
Los cimientos de una vida cristiana son dos: primero, fe viva en la salvación que Dios ofrece en Cristo; segundo, una voluntad transformada y dócil a la acción del Espíritu, de modo que pone en práctica lo que Cristo nos ha enseñado con su palabra y su ejemplo. 4 min. 22 seg.
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1.1 Se ha dicho que el Sermón del Monte o de la Montaña, que ocupa los capítulos 5 a 7 del Evangelio según san Mateo, es algo así como la Carta Magna, la Constitución del cristianismo. El texto del presente domingo nos ofrece la conclusión de este sermón, que es una invitación a poner en práctica lo aprendido.
1.2 Cada ciclo de lecturas de la misa de los domingos escoge un evangelista. Este año, que es ciclo "A," corresponde a san Mateo. Durante el tiempo ordinario vamos escuchando de manera secuencial la mayor parte de este evangelio pero eso hasta cierto punto es una desventaja, tal como están organizadas las fiestas posteriores al tiempo pascual.
1.3 En efecto, como el tiempo ordinario tiene una parte breve (unas 5 a 7 semanas) antes de Cuaresma, y luego continúa después de Pascua, sucede que las fiestas de la Trinidad y del Cuerpo y Sangre de Cristo, que se celebran apenas termina el tiempo pascual (con Pentecostés) tienen prelación sobre las lecturas que corresponderían a los domingos que vendrían en la secuencia del tiempo ordinario. La consecuencia de todo esto es que una parte del evangelio de san Mateo, en realidad, una parte muy importante como es este texto del Sermón del Monte, se escucha incompleto y pocas veces. Un oyente atento de la Palabra de Dios, y sobre todo, un predicador de esta Palabra, deben tener esto en cuenta para encuadrar debidamente lo que sí se proclama conservando la atención sobre lo que se omite.
2. Dios invita, Dios juzga
2.1 El texto de la primera lectura ¿es una invitación o es una orden, o sea, un mandato? Muchas cosas cambian cuando uno empieza a leer los que llamamos mandamientos en clave de invitaciones hechas desde el amor. Imaginemos a una persona perdida en el bosque. Se encuentra con un lugareño que le indica lo que debe hacer para no morir de hambre, sed y agotamiento en la espesura. Esa indicación ¿es una orden?
2.2 Si uno no ve el peligro en que está, todo le parecen órdenes, imposiciones que coartan la libertad. Si voy dando un paseo por la calle y alguien empieza a decirme: "Camine ahora hacia la derecha; siga después a la izquierda; avance sin torcerse tres cuadras más...", eso yo lo siento como un capricho, como una orden abusiva a la que seguramente no haré caso. Pero si estoy en ese bosque incógnito y aquel lugareño me dice: "Avance hacia su derecha hasta llegar a una piedra alta; voltee luego a su izquierda hasta ver un arroyo; siga por ese arroyo un medio kilómetro...", esa ya no me parece una orden impuesta, sino una invitación que me salva la vida, literalmente.
2.3 El lenguaje de Dios es fuerte, es enfático, y las consecuencias de desobedecrle son serias, como es seria la condición del que está perdido en el bosque de la existencia y no quiere seguir indicaciones. Por eso, porque las consecuencias de desobedecer son graves, cabe decir que Dios obra como juez también, porque ya está pronunciada la sentencia contra aquel que no acoge la palabra que puede salvarlo.
3. Conclusión del Sermón de la Montaña
3.1 El Sermón del Monte termina con una recomendación similar: hay que poner en práctica la enseñanza de Cristo. Dicho de un modo crudo: el mejor discípulo no es que más entiende sino el que mejor obedece. El entender de cierto modo depende del obedecer.
3.2 Si uno no hace caso, si uno no obedece, la "casa" que uno creía tener, esto es, la casa de sus creencias y convicciones, se viene al suelo. Por supuesto, lo que quedan son ruinas. Ese cristianismo de ruinas es a menudo otro nombre para la sociedad secularista, esa que parece haberse adueñado de más de media Europa en nuestro tiempo. La respuesta por supuesto sigue siendo la misma: hacer lo que Cristo dice; no tanto explicar a Cristo sino obedecerle.