En el sexto año de la persecución de Diocleciano, siendo Firmiliano gobernador de Palestina, Adrián y Eubulo viajaron de Batenea a Cesarea, para visitar a los confesores de la fe.
Cuando los guardias de la ciudad les interrogaron sobre el motivo de su viaje, los Mártires respondieron sin rodeos que habían ido a visitar a los cristianos. Inmediatamente los condujeron ante el gobernador, quien los mandó azotar y desgarrar las carnes con los garfios de hierro, para ser arrojados después a las fieras.
Dos días más tarde, durante las fiestas de la diosa Fortuna, Adrián fue decapitado, después de haber sido atacado por un león.
Eubolo corrió la misma suerte, uno o dos días más tarde. El juez le había prometido la libertad a este último, con tal de que sacrificara a los ídolos, pero el Santo prefirió la muerte.