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Fue Quintín hijo de un senador romano muy apreciado por la gente. Se hizo amigo del Papa San Marcelino, quien lo bautizó.
El más grande deseo de Quintín era hacer que muchas personas conocieran y amaran a Jesucristo, además de poder derramar su sangre por defender la religión.
Cuando el Papa San Cayo organizó una expedición de misioneros con el fin de ir a predicar en Francia, Quintín fue escogido para formar parte de ese grupo de evangelizadores.
Dirigido por el jefe de la misión, San Luciano, Quintín fue enviado a la ciudad de Amiens, la cual ya había sido evangelizada en otro tiempo por San Fermín. Debido a esto último, hubo un nutrido grupo de cristianos que le ayudaron allí a extender la religión.
Quintín y sus compañeros se dedicaron con tanto entusiasmo a predicar, que muy pronto en Amiens surgió una de las iglesias locales más fervorosas del país.
Nuestro Santo había recibido de Dios el don de sanación, y así, al imponer las manos, lograba la curación de ciegos, mudos, paralíticos y demás enfermos.
Había obtenido también de Nuestro Señor, un poder especial para alejar los malos espíritus. Eran muchas las personas que se veían libres de los ataques del diablo, al recibir la bendición de San Quintín.
Esto atraía más y más fieles a la religión verdadera. Los templos paganos se quedaban vacíos, los sacerdotes de los ídolos ya no tenían oficio, mientras que los templos de los seguidores de Jesucristo se llenaban cada vez más y más.
Los sacerdotes paganos se quejaron ante el gobernador Riciovaro, diciéndole que la religión de los dioses de Roma se iba a quedar sin seguidores si Quintín seguía predicando y haciendo prodigios.
Riciovaro, que conocía a la noble familia de nuestro Santo, lo llamó y le echó en cara que un hijo de tan famoso senador romano se dedicara a propagar la religión de un crucificado.
Quintín le dijo que ese Crucificado ya había resucitado y que ahora era el Rey y Señor de Cielos y tierra. Por lo tanto, para él era un honor mucho más grande ser seguidor de Jesucristo que ser hijo de un senador romano.
El gobernador hizo entonces azotar muy cruelmente a Quintín, encerrándolo en un oscuro calabozo, amarrado con fuertes cadenas. Pero, por la noche se le soltaron las cadenas y sin saber cómo, el Santo se encontró libre, en la calle. Al día siguiente estaba de nuevo predicando a la gente.
A raíz de esto, el gobernador lo mandó poner preso otra vez y después de atormentarlo con terribles torturas, ordenó que le cortaran la cabeza.
Voló el Santo al Cielo a recibir el premio que Cristo ha prometido para quienes se declaran a favor de Él en la tierra.
Santiago de Cali, Colombia - Amada hija: El Señor te bendiga y te guarde siempre, te proteja de todo mal y peligro, ilumine y guie tu vida con su Santo y Divino Espíritu, te muestre la verdad en cada acontecer de tu existencia y te llene de su paz. María Santísima te guarde en su corazón puro e inmaculado de Madre amorosa. Feliz día hija querida, aunque no estás junto a nosotros, espiritualmente estamos unidos todos. Te amamos. Dios te siga bendiciendo.
Asunción, Paraguay (1970) - Gracias al Señor por haber permitido que años atrás hayan sellado su amor dos maravillosas personas y habernos regalado la hermosa familia con la que muy orgullosamente contamos. Rogamos al Señor que siga derramando sus bendiciones sobre nuestros padres, a quienes amamos profundamente.
Hermanos: Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas que Dios os da, para poder resistir a las estratagemas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, autoridades y poderes que dominan este mundo de tinieblas, contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal.
Por eso, tomad las armas de Dios, para poder resistir en el día fatal y, después de actuar a fondo, mantener las posiciones. Estad firmes, repito: abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. Y, por supuesto, tened abrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del malo. Tomad por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios, insistiendo y pidiendo en la oración.
Orad en toda ocasión con la ayuda del Espíritu. Tened vigilias en que oréis con constancia por todos los santos. Pedid también por mí, para que Dios abra mi boca y me conceda palabras que anuncien sin temor el misterio contenido en el Evangelio, del que soy embajador en cadenas. Pedid que tenga valor para hablar de él como debo.
Tomad las armas de Dios, para poder mantener las posiciones (Efesios 6, 10-20)
Salmo
Bendito el Señor, mi Roca, / que adiestra mis manos para el combate, / mis dedos para la pelea. R.
Mi bienhechor, mi alcázar, / baluarte donde me pongo a salvo, / mi escudo y mi refugio, / que me somete los pueblos. R.
Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, / tocaré para ti el arpa de diez cuerdas: / para ti que das la victoria a los reyes, / y salvas a David, tu siervo. R.
En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: "Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte."
Él contestó: "Id a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios: pasado mañana llego a mi término." Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el que viene en nombre del Señor.""
Es inútil y gravemente perjudicial odiar a las personas; si algo hay que detestar son sus errores y pecados, como acto de caridad hacia ellos mismos. 14 min. 32 seg.
Cristo no es un maestro más que solo transmite opiniones, Él es la revelación definitiva del amor de Dios, manifestado en la sangre bendita de su cruz en la que somos salvos. 6 min. 19 seg.
Jesús nos reúne en comunidad para salvarnos porque solos somos débiles, nos extraviamos y somos presa fácil del enemigo. Atendamos su llamado, seamos miembros vivos de su Iglesia ¡Detengamos su lamento! 4 min. 28 seg.
En el capítulo sexto de su carta a los Efesios, el apóstol San Pablo nos da una catequesis muy completa sobre el combate espiritual: para que identifiquemos contra quién estamos luchando y cuáles son nuestras armas fundamentales. 28 min. 58 seg.
Nuestros mayores enemigos no son personas humanas, aquellos que lideran la destrucción de la familia, la corrupción de la juventud y de la sociedad debemos considerarlos como las primeras víctimas de un modo de pensar que se remonta a la astucia del demonio. 6 min. 17 seg.
Solo Dios Padre tiene poder en el corazón de Cristo. Somos libres en la medida que no dejamos que las cosas de este mundo nos gobiernen, al tomar el camino de la voluntad del Padre, como lo hizo Nuestro Señor. 7 min. 58 seg.
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1.1 Una versión pacifista del Evangelio no quisiera que se mencionara nunca que creer implica estar dispuesto a luchar. Sin embargo, la primera lectura de hoy no habla de otra cosa. El hecho concreto es que ser cristiano conlleva pisar los intereses del enemigo del alma, el demonio, el cual no está contento ni se quedará impasible ante las conversiones.
1.2 En un tiempo en que mucha gente niega la existencia misma del demonio es fácil creer que todos los problemas son "intramundanos," es decir, que todo puede arreglarse con motivar, coordinar, organizar o corregir las voluntades humanas. En el fondo, late en esta postura una especie de pelagianismo, es decir, la convicción de que las fuerzas humanas, debidamente educadas, son suficientes para alcanzar la plenitud de nuestro ser.
1.3 El problema de dar tanto protagonismo a la voluntad humana es que cuando las cosas se detienen, cuando no avanzan, uno empieza a pensar que todo se debe a la testarudez de la gente, o a factores sicológicos como la simpatía o la antipatía; o tal vez empieza uno a conjeturar sobre intereses desconocidos que puedan tener las demás personas. Lo grave de todo esto es que al final la mente termina abrumada y perpleja, y el corazón acaba herido y seco y frío, mientras que los frutos que uno quería y necesitaba jamás llegan.
1.4 No se trata de decir que somos marionetas de los espíritus, sino de admitir que la realidad, el universo mismo es infinitamente más complejo que lo que alcanzan nuestros cálculos y diagnósticos. No es sólo que los ángeles existen, como si fueran "objetos" de nuestra atención o conocimiento, sino que la manera como miramos lo que creemos que existe, depende ya de factores que no están completamente en nuestro conocimiento ni bajo nuestro control.
1.5 Por eso la búsqueda de las "armas del Espíritu" es algo que corresponde simplemente con la humildad, la sensatez y la conciencia de que el único conocedor y único Señor de todos es Dios, y que sólo con la acción de Dios por su Espíritu podemos ser vencedores en circunstancias que nunca serán completamente diáfanas ni enteramente bajo nuestro poder.
2. Jerusalén y los profetas
2.1 La frase central del Evangelio nos deja perplejos: "No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén." ¿Qué es eso de que una ciudad tenga tanta relevancia o conexión con la vida de los profetas?
2.2 Para nosotros Jerusalén, el sitio que tiene casas y construcciones específicas es todo lo que hay que decir de esa ciudad. Cuando en cambio queremos referirnos a ideales como la unión de todos en Dios, usamos expresiones como esa, que son abstracciones: "unión de todos en Dios."
2.3 La mente semita no obra así. Las palabras y lo que significan, las cosas y lo que simbolizan van unidas. El "significado" no es algo adicional y mental que se posa sobre un "objeto" que en sí mismo seria "neutro." Jerusalén, para el pueblo elegido, no es "neutra" nunca. Es señal de amor, símbolo de predilección, memorial de victoria, promesa de redención, sello de alianza, corazón palpitante que enlaza el amor de Dios y el de Israel.
2.4 "Morir en Jerusalén" entonces es algo como quemarse entero en el amor de la alianza. Alude al centro del poder, aquel poder con el que Cristo tenía que terminar entrando en conflicto radical, pero sobre todo alude a su propia disposición para vivir en su carne las cláusulas del nuevo y definitivo pacto entre Dios y los hombres.