El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II, puso fin a la cruel persecución de los cristianos, que había sido llevada a cabo en Persia durante el reinado de su padre.
Sin embargo, el Obispo Abdas, con un celo malentendido, incendió el Pireo, o templo del fuego, principal objeto de culto de los persas.
El rey amenazó con destruir todas las iglesias de los cristianos, a menos que el Obispo reconstruyera el templo. Pero, éste se rehusó a hacerlo.
El rey lo mandó matar, por tanto, e inició una persecución general que duró 40 años.
Uno de los primeros Mártires fue Benjamín, Diácono. Después de que resultara golpeado, estuvo encarcelado durante un año.
Sin embargo, recuperó la libertad gracias al embajador de Constantinopla, prometiendo bajo su responsabilidad, que el Santo se abstendría de hablar acerca de su religión.
No obstante, Benjamín declaró que él no podía cumplir tal condición, y no perdió la oportunidad de predicar el Evangelio.
Fue de nuevo aprehendido, entonces, y llevado ante el rey, quien lo sometió a crueles torturas, para luego mandarlo decapitar.