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Debido a la violencia de la persecución de Decio, la Sede Pontifical de Roma estuvo vacante por más de doce meses después del martirio del Papa San Fabián, hasta que el sacerdote Cornelio fue elegido Papa.
Sin embargo, los primeros problemas del nuevo Papa surgieron no tanto del poder secular como de las disensiones internas, a pesar de que éstas se derivaban de la misma persecución.
La persecución contra los cristianos se intensificó de nuevo, y el Papa fue desterrado a Centumcellae. San Cipriano, Obispo de Cartago y que tenía una profunda amistad con el Sumo Pontífice, le escribió una carta congratulatoria por haber podido gozar de la felicidad de sufrir por Cristo y por la gloria de su Iglesia, ya que ni uno sólo de sus cristianos había renegado de su fe.
El Santo Papa sufrió muchas penurias, fatigas y sufrimientos en su destierro, para luego ser decapitado. La amistad de San Cipriano fue el gran apoyo del Papa San Cornelio como Supremo Pontífice y como defensor de la Iglesia contra el rigorismo de Novaciano. La estrecha asociación entre ambos se ha reconocido desde entonces como muy valiosa.
San Cipriano, por su parte, desempeñó un papel importante en la historia de la Iglesia y en el desarrollo del pensamiento cristiano en África. Convertido al cristianismo en edad adulta, el Santo dedicó todos sus esfuerzos a mantener viva la fe de la Iglesia tras ser decretada la violenta persecución en aquella ciudad.
Fue desterrado a Curubis por varios años, hasta que el pre-cónsul Máximo ordenó su regreso para comparecer ante él y obligarlo a desistir de su fe. El Obispo se mantuvo firme, por lo que fue decapitado.
En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: "Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.""
Y el Señor añadió a Moisés: "Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo."
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios: "¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.""
Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R.
Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. R.
Me pondré en camino adonde esta mi padre. (Salmo 50)
2a.
Querido hermano
Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio.
Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente.
Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía.
El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.
Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero.
Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que crearán en él y tendrán vida eterna.
Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos."
Jesús les dijo esta parábola: "Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido."
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:
¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido."
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta."
También les dijo: "Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros."
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.""
Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta (Lucas 15, 1-32)
Un corazón misericordioso frente a las personas que quieren vivir alejadas de Dios debe ser manso, prudente, orante, en actitud de acogida y alegría para cuando decidan regresar. 5 min. 48 seg.
La misericordia sabe esperar porque es necesario que nuestra libertad se encuentre con sus consecuencias; pero cuando despunta la verdad, la misma misericordia sabe apresurarse a correr, buscar y abrazar. 9 min. 59 seg.
Jesús sana tus enfermedades si recuerdas que eres único e irrepetible, que eres inmensamente valioso para Dios y por su amor a ti siempre te busca. 5 min. 52 seg.
Debemos darnos cuenta que somos preciosos para Dios y que somos administradores y que en la medida que agradecemos por lo que Él nos da para administrar vivimos más felices y de manera más sabia. 6 min. 39 seg.
La misericordia del Señor nos enseña en primer lugar que somos preciosos ante sus ojos y que, aunque el pecado es algo muy grave y muy poderoso, más fuerte es su amor que nos transforma. 25 min. 52 seg.
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1.1 Un detalle curioso de la primera lectura de este domingo es la manera como primero Dios y luego Moisés se refieren al pueblo rebelde. Dios dice a Moisés: "tu pueblo, el que sacaste de Egipto, se ha pervertido;" por su parte, Moisés replica al Señor diciendo: "¿Por qué ha de encenderse tu ira, Señor, contra este pueblo que Tú sacaste de Egipto con gran poder y vigorosa mano?" Lo menos que uno puede preguntarse es a quién pertenece ese pueblo.
1.2 Esta inquietud no es pura curiosidad. Suele suceder que cuando las cosas van mal se quedan sin dueño. Se ha dicho que el éxito tiene muchos padres mientras que el fracaso se queda huérfano. Ello amerita una reflexión al interior de la Iglesia, entendida como comunidad. Tendemos fácilmente a considerar las responsabilidades de los demás más que las propias de modo que, si algo falla, la Iglesia pasa a ser Iglesia de los otros: del Papa, de los obispos, o de quien sea, pero no nuestra.
1.3 Sin embargo no creemos que ese sea el caso en la lectura del Éxodo que hoy meditamos. Dios no está desentendiéndose del pueblo ni Moisés tampoco. Más que huir de la propia responsabilidad, este par maravilloso de amigos quiere afianzar el vínculo que une al otro con el problema que ambos tienen. Dios le habla a Moisés despertando el dolor de amor por lo que hace el rebaño de Israel; Moisés le habla a Dios despertando su amor y el celo por su gloria incomparable, que ha quedado lastimada por la idolatría de los israelitas.
1.4 Así pues, el pueblo es de Dios pero también de Moisés, y en el diálogo de corazones que hemos escuchado lo que queda manifiesto es que no podemos ni apropiarnos de la Iglesia ni desentendernos de ella.
2. El Triunfo de la Misericordia
2.1 En este domingo, sin embargo, el tema de fondo es más bien la misericordia, como lo resaltan las parábolas breves y llenas de colorido del evangelio. De lo que se trata aquí es del poder del amor que tendría razones para condenar y arrasar pero prefiere crear sus propias razones para esperar y redimir.
2.2 Si la primera lectura nos habla de un Dios que "renuncia" a castigar, el evangelio va más allá al mostrarnos un Dios que se goza en perdonar. Detrás de la alegría de aquella mujer que encuentra su moneda o de aquel pastor que recupera a su oveja está siempre la alegría misma de Dios que se goza rehaciendo y reconstruyendo de manera sorprendente a sus pobres hijos pecadores.
2.3 Así aprendemos varias cosas, por ejemplo, que Dios ha ligado la alegría a la compasión y que no encontraremos gozo durable si no aprendemos a perdonarnos y a perdonar. Aprendemos también que el Cielo celebra más la conversión que cualquier otra cosa y que por eso se acerca más a la realidad de Dios quien sabe acercarse con mayor compasión a la realidad del pecador. Y aprendemos sobre todo que toda la finalidad de la obra de Cristo está bien resumida en lo que dice el credo de la Misa: todo fue "por nosotros y por nuestra salvación." Cada uno, entonces, puede apropiarse las palabras del apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Cristo Jesús me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad, y sirviera de ejemplo a los que van a creer en él para obtener la vida eterna."