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Era descendiente del famoso guerrero Widukind e hija del duque de Westfalia. Desde niña fue educada por las monjas del Convento de Erfurt, adquiriendo una gran piedad y fortísima inclinación hacia la caridad para con los pobres.
Muy joven se casó con Enrique, duque de Sajonia, Alemania. El matrimonio resultó ser excepcionalmente feliz. Sus hijos fueron: Otón Primero, emperador de Alemania; Enrique, duque de Baviera; San Bruno, Arzobispo de Baviera; Gernerga, esposa de un gobernante; y Eduvigis, madre del famoso rey francés, Hugo Capeto.
Su esposo, Enrique, obtuvo resonantes triunfos en la lucha por defender a Alemania de las invasiones de feroces extranjeros. Él atribuía gran parte de las victorias a las oraciones de su santa esposa Matilde. Fue nombrado rey, y Matilde, al convertirse en reina, no dejó los modos humildes y piadosos de vivir.
En el palacio real, más parecía una buena mamá que una reina, y en su piedad se asemejaba más a una religiosa que a una mujer de mundo. Ninguno de los que acudían a ella en busca de ayuda se iba sin ser atendido.
Era extraordinariamente generosa en dar limosnas a los pobres. Enrique casi nunca le pedía cuentas de los gastos que ella hacía, porque estaba convencido de que todo lo repartía a los más necesitados.
Después de 23 años de matrimonio, quedó viuda y ofreció desprenderse de todas las joyas y brillantes por el alma de su esposo recién muerto.
Los últimos años los pasó dedicada a fundar conventos y a dar limosnas a los desvalidos. Cuando cumplió 70 años, se dispuso a pasar a la eternidad y repartió entre los más necesitados todo lo que tenía en las habitaciones.
Rodeada de sus hijos y nietos, murió santamente el 14 de marzo del año 968.
Mendoza, Argentina - Hay días en la vida de tanta felicidad que perduran en el recuerdo. 39 años caminando juntos es uno de ellos. ¡feliz aniversario, amor!
Cali, Colombia (2010) - En este día Dios me mostró la inmensidad de su amor por medio tuyo quien ha traido consigo la esperanza, el amor y la paz que tanto le faltaban a mi alma para encaminarsen en busca de la felicidad gracias a Dios por ponerte en mi camino y a ti por acudir al llamado del Señor y venir en mi rescate. te amo
Vamos a volver al Señor: él, que nos despedazó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra.
"¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá? Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos."
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Los sacrificios no te satisfacen: / si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. / Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; / un corazón quebrantado y humillado, / tú no lo desprecias. R.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, / reconstruye las murallas de Jerusalén: / entonces aceptarás los sacrificios rituales, / ofrendas y holocaustos. R
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: "Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."
El publicano regresó a su casa justificado, el fariseo no (Lucas 18, 9-14)
La misericordia el rostro bendito del amor divino; es también un río que no quiere detenerse en nosotros sino alcanzar a los demás a través de nosotros. 4 min. 24 seg.
A menudo quisiéramos llegar a la plenitud de la alegría sin pasar por la plenitud del arrepentimiento; quisiéramos una pascua sin cruz. Pero la medida de la contrición es la misma de la alabanza. 23 min. 58 seg.
Ningún sacrificio puede darle a Dios algo que Él no tenga; la misericordia, en cambio, dona el corazón que Él ha querido no tener sino sólo cuando se lo damos. 4 min. 19 seg.
A la raíz de la actitud del fariseo está que no conoce o reconoce su propia realidad de necesidad y pecado: pretende sólo conocer lo bueno de sí. 12 min. 11 seg.
En la conocida parábola, la intención principal de Cristo no es que rechacemos al fariseo de modo farisaico sino que aprendamos del publicano. 3 min. 50 seg.
La ceguera espiritual no nos deja descubrir nuestro propio mal y necesidad, al concentrarnos solamente en lo que hacemos bien y en los defectos de los demás. 6 min. 30 seg.
Cada uno lleva dentro un fariseo arrogante pero también un publicano contrito: está la capacidad de arrepentirnos; hay una esperanza real de salvación. 4 min. 2 seg.
Al ofrecer un sacrificio que busca la gloria de Dios, la conversión propia o la del prójimo ha de ser un sacrificio interior de la misericordia para que realmente tenga valor. 7 min. 44 seg.
Necesitamos ser sinceros y humildes ante Dios evitando las verdades incompletas y creernos que somos mejores que los demás cayendo a la soberbia. 6 min. 49 seg.
Los sacrificios no tienen sentido si no están unidos a una vida donde se practique la misericordia. La misericordia misma cuando se practica es una especie de sacrificio.
5 min. 31 seg.
Lo esencial está en recibir, vivir y dar la misericordia sin olvidar los necesarios sacrificios para nuestra educación y para servir al prójimo. 5 min. 31 seg.
El camino de la autoglorificación y el de la autojustificación es también el camino de la perdición. El reconocimiento sincero y humilde de las propias culpas y pecados es el camino que lleva a la salvación. 5 min. 1 seg.
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1.1 Hoy el amor es comparado con el agua. Amor de Dios, que es como lluvia de primavera, y fecunda la tierra de admirable modo; amor de Israel, que es como rocío engañoso pronto a evaporarse sin dejar más rastro que su recuerdo.
1.2 La lluvia empapa; el rocío apenas moja. El amor de Dios penetra; el amor humano, si no tiene más cimiento que su gusto o conveniencia inmediata, apenas moja, de inmediato se evapora y deja tras de sí un horrible vacío.
1.3 Primera enseñanza y primer cuestionamiento: ¿tu amor es lluvia que fecunda y transforma, o rocío que embellece sólo un instante, y desaparece?
2. Un Dios Incomprendido
2.1 La última frase de la primera lectura nos puede extrañar bastante: "Por eso los he azotado por medio de los profetas y les he dado muerte con mis palabras. Porque yo quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos" (Os 6,6). Lo menos que uno pregunta es: ¿cómo es que Dios, que quiere "misericordia", habla aquí de azotar y dar muerte?
2.2 Antes de juzgar a Dios, miremos con calma la palabra que nos da. Ante todo esa "misericordia" es una palabra hebrea de no fácil traducción. Es la famosa "jésed" que significa también "lealtad", "fidelidad", "piedad" y "gracia"... Indica la dulzura de un lenguaje común, algo así como esa atmósfera de entendimiento en el amor que tienen quienes comparten unas mismas convicciones, unos mismos afectos, es decir: los que están en comunión.
2.3 Cuando el Señor dice: "yo quiero jésed y no sacrificios", está refiriéndose a esa relación entrañable de proximidad y amor. Los "sacrificios" son un modo de establecer un pacto con Dios, un modo de negociar con él. Y eso es detestable para quien quiere que exista una atmósfera de amor y comunión. Por eso la "jésed" va unida a la "da-aht", que suele ser traducida por "conocimiento" de Dios.
2.4 "Da-aht" alude a "estar despierto", "ser consciente, abrir los ojos, darse cuenta". El sacrifico y el holocausto tienen una lógica que puede volverse ciega y mezquina en su repetición: hago esto y Dios hará aquello. Es necesario tener "da-ath"; es preciso estar conscientes, darse cuenta de quién es el que nos llama y con quién estamos tratando. No es una ley anónima, no es una energía sin nombre, no es destino ciego: es el Dios vivo y verdadero y hay que saber quién es él y qué quiere para agradarle y vivir la "jésed" que él espera de nosotros.
3. Lejos y cerca
3.1 El evangelio de hoy juega con los conceptos de lo cercano y lo lejano. El fariseo se creía cercano y estaba muy lejos; el publicano parecía distante pero su oración, que era apenas un susurro, alcanzó los oídos del Altísimo.
3.2 Hay una relación aquí con el tema de la jésed que hemos explicado antes. El publicano no se apoya en sí mismo para hablar a Dios. Este es su gran acierto. Deja a Dios ser Dios; es consciente de quién es Aquel a quien está hablando y por eso entra en una relación de piedad desde su miseria, que no oculta.
3.3 El fariseo, por su parte, habla desde sí mismo. Apoyado en lo que cree que son sus méritos tiene bastante que admirar en su propia vida y no le queda ánimo para admirar la misericordia del Dios que lo recibe en su casa. Por lo visto, Dios existe ante todo para admirarlo a él y para aplaudirle su buena vida. En su ignorancia, este pobre habla solo; no habla con Dios.
3.4 Con todo, hermanos, hemos de obrar con suma prudencia: es fácil caer en el mal de los fariseos en el acto mismo de condenar al fariseísmo. Estaríamos repitiendo su error si ahora dijéramos: "te alabo, Señor, porque no soy como ese ridículo fariseo...". ¿Qué solución queda, entonces? Pedir misericordia para todos: para el publicano que somos y para el fariseo que duerme en nosotros.