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Natural de Nola, abrazó el servicio apostólico desde muy joven. Al morir su padre, Félix distribuyó la herencia entre los pobres y fue ordenado sacerdote por San Máximo, Obispo de Nola.
Iniciándose una cruel persecución contra la Iglesia, Máximo huyó al desierto para continuar al servicio de su rebaño. No siendo encontrado por los soldados romanos, Félix, quien lo sustituía en sus deberes pastorales, fue tomado preso, azotado, cargado de cadenas y encerrado en el calabozo, cuyo piso estaba lleno de vidrios.
Sin embargo, el Ángel del Señor se le apareció y le ordenó ir en ayuda del Obispo, quien yacía medio muerto de hambre y de frío. Ante su incapacidad de hacerlo volver en sí, el Santo acudió a la oración, y al punto apareció un racimo de uvas, cuyas gotas derramó sobre los labios del maestro, el cual recuperó el conocimiento. Luego fue conducido a su iglesia.
San Félix permaneció escondido orando constantemente por la Iglesia hasta la muerte de Decio. No obstante, continuó siendo perseguido hasta que se estableció la paz.
Falleció en medio de la pobreza y al servicio de los más necesitados, a pesar de haber sido elegido Obispo de Nola.
En aquellos días, los ancianos de Israel se reunieron y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá. Le dijeron: "Mira, tú eres ya viejo, y tus hijos no se comportan como tú. Nómbranos un rey que nos gobierne, como se hace en todas las naciones. A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor. El Señor le respondió: "Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey".
Samuel comunicó la palabra del Señor a la gente que le pedía un rey: "Estos son los derechos del rey que os regirá: A vuestros hijos los llevará para enrolarlos en sus destacamentos de carros y caballería, y para que vayan delante de su carroza; los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y segadores de su cosecha, como fabricantes de armamento y de pertrechos para sus carros. A vuestras hijas se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras. Vuestros campos, viñas y los mejores olivares, os los quitará para dárselos a sus ministros. De vuestro grano y vuestras viñas, os exigirá diezmos, para dárselos a sus funcionarios y ministros. A vuestros criados y criadas, y a vuestros mejores burros y bueyes, se los llevará para usarlos en su hacienda. De vuestros rebaños os exigirá diezmos. ¡Y vosotros mismos seréis sus esclavos! Entonces gritaréis contra el rey que os elegisteis, pero Dios no os responderá".
El pueblo no quiso hacer caso a Samuel, e insistió: "No importa. ¡Queremos un rey! Así seremos nosotros como los demás pueblos. Que nuestro rey nos gobierne y salga al frente de nosotros a luchar en nuestra guerra". Samuel oyó lo que pedía el pueblo y se lo comunicó al Señor. El Señor le respondió: "Hazles caso y nómbrales un rey".
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro; tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. R.
Porque tú eres su honor y su fuerza, y con tu favor realzas nuestro poder. Porque el Señor es nuestro escudo, y el Santo de Israel, nuestro rey. R.
Cantaré eternamente tus misericordias, Señor. (Salmo 88)
Evangelio
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaúm, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. El les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados quedan perdonados". Unos letrados que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: "¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?"
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: "¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico: "Tus pecados quedan perdonados", o decirle: "Levántate, coge la camilla y echa a andar?" Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados..., entonces le dijo al paralítico: "Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa"". Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos.
Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: "Nunca hemos visto una cosa igual".
El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (Marcos 2, 1-12)
Los israelitas quieren ser "como los demás" y quieren también saber que Dios sí va delante de ellos: motivaciones oscuras en su deseo de un rey. 3 min. 56 seg.
Dios nos conceda un corazón dócil a su Palabra para evitarnos problemas sin querer ser como los demás y sin imponer nuestra voluntad rechazando el camino de revelación divina. 7 min. 3 seg.
El perdón de los pecados, la sanación interior es más urgente para Cristo que la sanación exterior; pidamos a Él primero por la sanación de los corazones de la soberbia, el resentimiento, la impureza. 4 min. 5 seg.
Los israelitas querían a toda costa asemejarse a los otros pueblos y asegurar la certeza visible de que Dios iba con ellos. Y para eso reclamaban a Samuel que les diera un rey. Sus motivos son ejemplo claro de una fe doblegada, acomplejada, empequeñecida. Caso contrario el del Evangelio, en que vemos una fe que pasa a la acción en favor del prójimo en necesidad. 26 min. 31 seg.
Al rechazar a Dios como Rey caemos en dos pecados contra la fe: querer ser como los demás, pareciéndonos al mundo y buscar verificar que Él si está presente en nuestra vida, poniendo por encima nuestra seguridad y convicción. 6 min. 1 seg.
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1.1 Hemos oído en los días pasados sobre los inicios de la misión profética de Samuel, cuando era un chico. Hoy le vemos casi al final de su carrera, como se sabe por lo que le dicen los ancianos de Israel: tú ya eres viejo.. Y ellos, también gente mayor, parecen preocupados con el destino de su nación.
1.2 Por cierto, quizá recordamos que el niño Samuel recibió una misión harto difícil: tenía que denunciar los pecados de los hijos del sacerdote Elí, que hospedaba al mismo Samuel. Hoy, en cambio, los ancianos de Israel denuncian un cuadro parecido: tus hijos no se comportan como tú. Este hecho contiene una enseñanza para nosotros: a veces creemos que las nuevas personas no cometerán los viejos errores o pecados, pero, hablando en general, esto no es cierto. Para vencer al mal necesitamos algo más que cambios de personal.
1.3 Los ancianos proponen un nuevo modo de gobierno. Los hechos subsiguientes mostrarían que este era un paso más en la vieja dirección: primero queremos cambiar las personas; luego, las instituciones: ¡ya no más jueces; ahora queremos reyes!
1.4 Desde luego, no es que sea malo que hay relevos o reingeniería. Lo malo es esperar demasiado de esos cambios. Y Samuel se da cuenta de ello. Ve las caras ilusionadas de estos compatriotas suyos y ve que están esperando demasiado de ese cambio de gobierno. La historia que seguiremos oyendo, de los reyes de Israel y de Judá, mostrará que, otra vez, Samuel estaba en lo correcto. El problema no tendrá solución sino cuando llegue el rey de reyes.
2. Jamás vimos algo así
2.1 De tantas cosas que es bello comentar en el pasaje del evangelio que hemos escuchado hoy destaquemos la admiración que Cristo despierta. Los que vieron aquello del paralítico daban gloria a Dios diciendo: ¡Jamás habíamos visto una cosa semejante!.
2.2 Ahora bien, para Cristo la obra grande y primera es el perdón de los pecados. Perdonar fue lo primero que él hizo ante este paralítico, que según parece sufría también de parálisis en su alma. El acto del perdón suscitó extrañeza, el acto de la sanación despertó asombro. Y no debiera ser así. ¿Qué es eso de aplaudir los milagros y sospechar de los perdones? Mas esa es la condición humana, que prefiere la salud para hacer la propia voluntad, antes que el perdón que establece en la voluntad del Creador.
2.3 De todos modos, es grande lo que hace Cristo, y seguramente en su mirada compasiva cabe entender que los seres humanos heridos por el pecado empezamos primero por lo más visible (la parálisis) para llegar a entender la gravedad de lo invisible (el pecado), y empezamos por lo que limita nuestra voluntad (la parálisis) para un día darnos cuenta de cómo hemos obstaculizado la voluntad de Dios en nosotros (el pecado). Así que, mejor que renegar de nuestra ingratitud y miopía, gocémonos en su piedad y en su paciencia.