Alejandrina nació en Balasar, provincia de Oporto y Arquidiócesis de Braga, Portugal, el 30 de marzo de 1904, y fue bautizada el 2 de abril siguiente, Sábado Santo.
Educada cristianamente por su madre, junto con su hermana Deolinda, Alejandrina permaneció en familia hasta los siete años. Después fue enviada a Póvoa do Varzim, donde se alojó con la familia de un carpintero para poder asistir a la escuela primaria que no había en Balasar.
Allí hizo la Primera Comunión en 1911, y el año siguiente recibió el sacramento de la Confirmación, que le administró el Obispo de Oporto.
Transcurridos dieciocho meses, volvió a Balasar para vivir con su mamá y hermana en la localidad de Calvario, donde permaneció hasta su muerte.
Comenzó a trabajar en el campo, siendo su constitución robusta. Tenía a raya a los hombres y ganaba lo mismo que ellos.
La adolescencia fue muy vivaz. Dotada de un temperamento feliz y comunicativo, era muy amada por las compañeras.
Sin embargo, a los doce años se enfermó. Una grave infección, -quizá una tifoidea-, la llevó a un paso de la muerte. Superó el peligro, pero después de esto, su físico quedó marcado para siempre.
Cuando tenía catorce años, sucedió un hecho decisivo para su vida. Era el Sábado Santo de 1918. Ese día, ella, su hermana Deolinda y una muchacha aprendiz, realizaban su trabajo de costura, cuando se dieron cuenta de que tres hombres trataban de entrar a su habitación.
A pesar de que las puertas estaban cerradas, los tres lograron forzarlas y entraron. Alejandrina, para salvar su pureza amenazada, no dudó en tirarse por la ventana desde una altura de cuatro metros.
Las consecuencias fueron terribles, aunque no inmediatas. En efecto, las diversas visitas médicas a las que se sometió sucesivamente, diagnosticaron siempre con mayor claridad un hecho irreversible.
Hasta los diecinueve años pudo aún arrastrarse hasta la iglesia, donde totalmente contrahecha, permanecía gustosa, con gran maravilla de la gente.
Luego, la parálisis fue progresando cada vez más, hasta que los dolores se volvieron horribles, las articulaciones perdieron sus movimientos, y ella quedó completamente paralítica.
Era el 14 de abril de 1925, cuando Alejandrina se puso en el lecho para no levantarse más por los restantes treinta años de su vida.
Hasta el año 1928, ella no dejó de pedirle al Señor por intercesión de la Virgen, la gracia de la curación, prometiendo que si se curaba, se haría misionera.
Pero, en cuanto comprendió que el sufrimiento era su vocación, la abrazó con prontitud. Decía: Nuestra Señora me ha concedido una gracia aún mayor. Primero la resignación, después la conformidad completa a la voluntad de Dios, y en fin, el deseo de sufrir.
Se remontan a este período los primeros fenómenos místicos, cuando Alejandrina inició una vida de grande unión con Jesús en los Sagrarios por medio de María Santísima.
Un día que estaba sola, le vino improvisamente este pensamiento: Jesús, tú estás prisionero en el Sagrario y yo en mi lecho por tu voluntad. Nos haremos compañía.
Desde entonces comenzó su primera misión: ser como la lámpara del Sagrario. Pasaba sus noches peregrinando de Sagrario en Sagrario. En cada Misa se ofrecía al Eterno Padre como víctima por los pecadores, junto con Jesús y según sus intenciones.
Crecía en ella más el amor al sufrimiento, conforme su vocación de víctima se hacía sentir de manera más clara. Hizo el voto de realizar siempre lo que fuera perfecto.
Del viernes 3 de octubre de 1938 al 24 de marzo de 1942, o sea por 182 veces, vivió cada viernes los sufrimientos de la Pasión.
Alejandrina, superando su estado habitual de parálisis, bajaba del lecho y con movimientos y gestos acompañados de angustiosos dolores, reproducía los diversos momentos del Vía Crucis, por tres horas y media.
Amar, sufrir, reparar, fue el programa que le indicó el Señor. Desde 1934, por mandato del Padre jesuita Mariano Pinho, que la dirigió espiritualmente-, hasta 1941, Alejandrina ponía por escrito todo lo que cada vez le decía Jesús.
En 1936, por orden de Jesús, ella le pidió al Santo Padre a través del Padre Pinho, la Consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. Esta súplica fue varias veces renovada hasta 1941, lo que produjo que la Santa Sede interrogara tres veces al Arzobispo de Braga sobre Alejandrina.
El 31 de octubre de 1942, Pío XII consagró el mundo al Corazón Inmaculado de María con un mensaje transmitido a Fátima en lengua portuguesa. Este acto lo renovó en Roma en la Basílica de San Pedro el 8 de diciembre del mismo año.
Desde el 27 de marzo de 1942 en adelante, Alejandrina dejó de alimentarse, viviendo sólo de la Eucaristía.
En 1943, durante cuarenta días y cuarenta noches, fueron estrictamente controlados por excelentes médicos su ayuno absoluto y su anuria en el Hospital de la Foz do Douro cerca de Oporto.
Un año más tarde, su nuevo director espiritual, el salesiano Padre Humberto Pasquale, animó a Alejandrina para que siguiera dictando su diario, tras constatar la altura espiritual a la que había llegado. Ella hizo esto con espíritu de obediencia hasta la muerte.
En el mismo año 1944, Alejandrina se inscribió a la Unión de los Cooperadores Salesianos. Quiso colocar su diploma de Cooperadora en donde pudiera tenerlo siempre a la vista, para colaborar con su dolor y con sus oraciones a la salvación de las almas, sobre todo juveniles. Rezó y sufrió por la santificación de los Cooperadores de todo el mundo.
A pesar de sus sufrimientos, ella seguía interesándose e ingeniándose en favor de los pobres, del bien espiritual de los parroquianos y de otras muchas personas que recurrían a la Beata. Promovió triduos cuarenta horas y ejercicios cuaresmales en su parroquia.
Especialmente en los últimos años de vida, muchas personas acudieron a ella aún de lejos, atraídas por su fama de santidad. Bastantes atribuían a sus consejos la conversión.
En 1950 Alejandrina festejó el XXV aniversario de su inmovilidad. El 7 de enero de 1955 se le anunció que éste sería el año de su muerte. El 12 de octubre quiso recibir la unción de los enfermos. El 13 del mismo mes, aniversario de la última aparición de la Virgen de Fátima, se la oyó exclamar: Soy feliz, porque voy al cielo. A las 19:30 expiró.
En 1978 sus restos fueron trasladados del cementerio a la iglesia parroquial de Balasar, donde hoy, en una capilla lateral , reposa el cuerpo de Alejandrina.
Sobre su tumba se leen estas palabras que ella quiso: Pecadores, si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para salvaros, acercaos, pasad sobre ellas, pisadlas hasta que desaparezcan. Pero ya no pequéis. ¡No ofendáis más a nuestro Jesús!. Es la síntesis de su vida gastada exclusivamente por la salvación de las almas.
En Oporto, en la tarde del día 15 de octubre, las florerías se vieron privadas de rosas blancas: todas fueron vendidas. Se trataba de un homenaje floral a Alejandrina, que había sido la rosa blanca de Jesús.
Fue beatificada por Juan Pablo II el 25 de abril de 2004.