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Hija de un pariente del emperador Teodosio I, al morir su padre, Eufrasia se crió bajo la protección del emperador. Al cumplir los cinco años de edad, éste la comprometió en matrimonio con el hijo de un rico senador.
La madre de Eufrasia comenzó a ser solicitada en matrimonio con tanta asiduidad, que decidió partir a Egipto y refugiarse en un Convento.
Eufrasia, de siete años, se sintió atraída fuertemente hacia la vida religiosa, y rogó a las monjas que le permitieran permanecer con ellas, tomando los hábitos como novicia a la edad de ocho años.
Pronto su madre falleció, y la Santa permaneció en la soledad del Convento, creciendo en gracia y hermosura.
Cuando la muchacha cumplió los doce años, Arcadio recordó la promesa que había hecho al sucesor de Teodosio I, y envió un mensaje al Convento de Egipto rogando a Eufrasia que regresara a casarse con el senador a quien había prometido.
La Santa se negó a abandonar el Convento, y escribió una carta al emperador suplicando que la dejara en libertad. Quería vender todos los bienes heredados de sus padres, para que fueran distribuidos entre los pobres, así como dejar libres a los esclavos de su casa.
El emperador accedió a los deseos de Eufrasia, quien prosiguió su vida habitual en el Convento. Sin embargo, ella empezó a sufrir tentaciones, para lo cual la Abadesa le confió duras y humillantes tareas con el fin de distraer su atención.
Ya en el lecho de muerte, tanto Julia, su compañera de celda, y la Abadesa, le imploraron a la Santa que le obtuviera la gracia de estar con ella en el Cielo.
Tres días después de la muerte de Eufrasia, Julia falleció. Poco tiempo más tarde, lo hizo la Abadesa.
Bogotá, Colombia (1958) - Que el Señor me conceda mi salud, sabiduría, inteligencia, discernimiento y liberación financiera, mejor cargo y mejor remuneración donde trabajo, obtener mi casa o apto.
Cúcuta, Colombia (1980) - Gracias, Señor por un nuevo año en nuestro matrimonio. Gracias por habernos enseñado que los segundos vinos, como en Caná, son más sabrosos. Gracias por el perdón, la sencillez y gozo alcanzados en nuestra vivencia familiar. Sagrada Familia, bendice nuestro hogar, y custodia nuestros intereses patrimoniales. Bendícenos a todas las familias del mundo.
El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó lo que hacían. Yo, como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: "Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más." Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, pruebas las entrañas y el corazón; veré mi venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
Señor, Dios mío, a ti me acojo, / líbrame de mis perseguidores y sálvame, / que no me atrapen como leones / y me desgarren sin remedio. R.
Júzgame, Señor, según mi justicia, / según la inocencia que hay en mí. / Cese la maldad de los culpables, / y apoya tú al inocente, / tú que sondeas el corazón y las entrañas, / tú, el Dios justo. R.
Mi escudo es Dios, / que salva a los rectos de corazón. / Dios es un juez justo, / Dios amenaza cada día. R.
En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: "Éste es de verdad el profeta." Otros decían: "Éste es el Mesías." Pero otros decían: "¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?" Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: "¿Por qué no lo habéis traído?" Los guardias respondieron: "Jamás ha hablado nadie como ese hombre." Los fariseos les replicaron: "¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos." Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: "¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?" Ellos le replicaron: "¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas." Y se volvieron cada uno a su casa.
Los enemigos de Jeremías ven en él un estorbo a la cómoda posición y prestigio que han adquirido ante el rey de Judá; los enemigos de Cristo ven que su modo de predicar el Reino de Dios los desenmascara.
4 min. 25 seg.
Algo que cerró y selló los oídos de los fariseos contra Cristo fue que se sintieron firmes en su propio grupo. A veces escuchar al Señor requiere soledad: buscarle y oírle como si nadie más le pudiera oír. 15 min. 16 seg.
El que pasa necesidad no es un maldito, como decían los fariseos, sino uno que puede un día ser testimonio del amor que vence distancias. 5 min. 59 seg.
El orgullo y la altivez nos excluyen del amor, la gracia y la salvación de Dios al limitar su poder, el cual es más grande que nuestras palabras e ideas. 6 min. 21 seg.
Utilizas bien el conocimiento cuando eres capaz de dialogar con actitud de caridad y de unión. Lo utilizas mal cuando oprimes y ridiculizas, detestando y no amando al otro. 7 min. 1 seg.
Aprendamos de los fariseos porque los pecados que los acecharon y que los hicieron caer no se murieron con ellos; son males que también nos persiguen y nos dañan a nosotros. 5 min. 32 seg.
¿Eres consciente de que lo más importante en tu vida no es tu seguridad ni lo que controlas sino que estés bajo el control y el orden del Señor, es decir, estar en el reinado de Dios? 4 min. 36 seg.
La Palabra nos ayuda a movernos y el Espíritu nos ayuda a discernir; si perdemos uno de los dos nuestra vida cristiana se descarrila y nuestro corazón pierde el equilibrio y movimiento. 5 min. 52 seg.
El cristiano debe cultivar la firmeza en la verdad, para evitar que nos lleven a cualquier lado, y la conciencia de que Dios siempre nos rebasa, que sus sorpresas están más allá de lo que cada uno conozca o entienda. 5 min. 42 seg.
La única ?venganza? del cristiano es la conversión de los enemigos, que cesen en su camino perverso y cambien realmente de corazón y de actitud. 6 min. 6 seg.
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1.1 "Talemos el árbol en su lozanía...!" Tal es la consigna del mal descarado, altanero, prepotente. Nos la transcribe hoy la primera lectura. Embriagado de su propio poder, el malvado se abalanza sobre el pequeño y cobra fácil victoria. ¿No habrá quién detenga su iniquidad?
1.2 Jeremías, en medio de su terror, sólo cuenta con Dios. Es el cuadro que conocemos; la realidad que viven millones de inocentes, cuyas vidas sólo sirven de espectáculo, de insumo o de mercancía para los fortachones y bribones.
1.3 ¿Quieres ver, quieres oír a Jeremías hoy? Acerca un micrófono al vientre de las madres que quieren o se sienten obligadas a abortar. Dale un altavoz a los niños de Iraq. Escucha el lamento de los que mueren de hambre en los desiertos de África o en los cinturones de miseria de nuestras ciudades. Jeremías está vivo.
2. Poder de la palabra
2.1 El evangelio de hoy abre una luz de consuelo después del lúgubre cuadro que nos ha dado la primera lectura. Por una vez han fracasado los planes de los malvados. Los sumos sacerdotes envían la Guardia del Templo para agarrar a Jesús, pero no logran prenderlo porque... lo escucharon. El maravilloso verbo del Verbo alcanzó a atrapar con su dulce verdad a los que querían atrapar al que es la Verdad, y así se detuvo este crimen, por lo menos por ahora.
2.2 "Nadie ha hablado como él", dicen los guardias, y con toda razón. Si ellos, acostumbrados al lenguaje de la fuerza y a obedecer órdenes ciegamente pudieron sentir esto, no menos hará Cristo en quienes voluntaria y amorosamente nos acercamos a él para recibir su enseñanza. Si aquellos esbirros pudieron ser cautivados, cautivos quedarán nuestros corazones y cautivas serán nuestras almas del poder de amor que sólo en Jesucristo reside.