Sapor, rey de Persia, emprendió una recia persecución contra los cristianos.
Jonás y Barraquicio, dos monjes de Beth-Iasa, sabiendo que varios de ellos estaban sentenciados a muerte, se dirigieron a alentarlos y servirlos.
Después de la ejecución, los dos Santos fueron aprehendidos por haber exhortado a los Mártires a perseverar hasta morir.
El rey empezó instando a los dos hermanos, urgiéndoles a que obedecieran al monarca persa y adoraran al sol.
Ellos se mantuvieron fieles en su fe a Cristo, por lo que Barraquicio resultó ser arrojado a un estrecho calabozo, mientras que a Jonás se le ordenó adorar a los dioses.
Ante su negativa, lo azotaron y arrojaron a un estanque de agua helada. Posteriormente, a Jonás se le castigó con muchas torturas, siendo después prensado en un molino de madera hasta provocarle la muerte.
Los jueces le aconsejaron a Barraquicio que salvara su propio cuerpo. Pero, el Santo jamás renegó de su fe.
Lo sujetaron, por tanto, a tormentos, y finalmente le dieron muerte, vertiéndole pez y azufre ardientes en la boca.