San Juan tuvo la inmensa dicha de ser el discípulo más amado por Jesús. Nació en Galilea, siendo hijo de Zebedeo y hermano de Santiago, el mayor.
El Santo era pescador, tal como su hermano y su padre. Según señalan los antiguos relatos, al parecer, Juan Evangelista, quien también acompañó a Juan el Bautista, fue uno de los dos primeros discípulos de Jesús, junto con Andrés.
La primera vez que Juan conoció a Jesús, estaba con su hermano Santiago y con sus amigos, Simón y Andrés, remendando las redes a la orilla del lago. El Señor pasó cerca y les dijo: "Vengan conmigo y los haré pescadores de almas" ( véase San Mateo 4,19).
Ante este subliminal llamado, el Apóstol dejó inmediatamente sus redes a su padre y lo siguió. Juan, el Evangelista, conformó junto con Pedro y Santiago, el pequeño grupo de preferidos que Jesús llevaba a todas partes y que presenciaron sus más grandes milagros.
Los tres estuvieron en la Transfiguración y presenciaron la resurrección de la hija de Jairo. Fueron testigos, además, de la agonía de Cristo en el Huerto de los Olivos. Junto con Pedro, Juan se encargó de preparar la Última Cena.
A San Juan y su hermano, Santiago, les puso Jesús un sobrenombre: "Hijos del trueno", debido al carácter impetuoso que ambos tenían. Estos dos hermanos, vanidosos y malgeniados, se volvieron humildes, amables y bondadosos cuando recibieron el Espíritu Santo.
El Santo, en la Última Cena, tuvo el honor de recostar su cabeza sobre el Corazón de Cristo. Fue el único de los Apóstoles que estuvo presente en el Calvario, y recibió de Él en sus últimos momentos el más precioso de los regalos.
Cristo le encomendó que se encargara de cuidar a la Madre Santísima María, como si fuera su propia madre, diciéndole: "He ahí a tu Madre", y manifestando a María: "He ahí a tu hijo" ( véase San Juan 19,26-27).
El domingo de la Resurrección, llegó como el primero de los Apóstoles al sepulcro vacío de Jesús. Después de la Resurrección de Cristo, en la segunda pesca milagrosa, Juan fue el primero en reconocer a Jesús en la orilla.
Luego, Pedro le preguntó al Señor señalando a Juan: "¿Y éste qué?". Jesús le respondió: "¿Y si yo quiero que se quede hasta que yo venga, a ti qué?" ( véase San Juan 21,21-22).
Con esto, algunos creyeron que Jesucristo había anunciado que Juan no moriría. Pero, lo que estaba anunciando, era que se quedaría vivo por mucho tiempo, hasta que el Reinado de Cristo se hubiera extendido bastante.
Y en efecto, vivió hasta el año 100, siendo el único Apóstol al cual no lograron matar los perseguidores. Juan se encargó de cuidar a María Santísima como el más cariñoso de los hijos. Con Ella evangelizó en Éfeso y la acompañó hasta la hora de su gloriosa muerte.
El emperador Dominiciano quiso matar al Apóstol San Juan y lo mandó echar en una olla de aceite hirviente. Mas, él salió de allá más joven y sano de lo que había entrado, por lo que resultó desterrado a la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis. Después volvió otra vez a Éfeso, lugar en el que redactó el Evangelio.
A San Juan Evangelista se le representa con un águila al lado, como símbolo de la elevada espiritualidad que transmite con sus escritos. Ningún otro libro tiene tan elevados pensamientos como su Evangelio.
Según señala San Jerónimo, cuando Juan era ya muy anciano, se hacía llevar a las reuniones de los cristianos y lo único que les decía, era ésto: "Hermanos, ámense los unos a los otros".
Una vez le preguntaron por qué repetía siempre lo mismo, y respondió: "Es que ése es el mandato de Jesús, y si lo cumplimos, todo lo demás vendrá por añadidura".
San Epifanio señaló que San Juan murió hacia el año 100, a los 94 años de edad.