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Homilías de Fr. Nelson Medina, O.P.Derechos Reservados © 1997-2024
Domingo, Octubre 26 de 2003[Lectio Divina] [Laudes] [Vísperas] [Completas] Sobre las fechas y horas de publicación de estas oraciones mira aquí Ten presente en tus intenciones de este día:
Ciclo B, Tiempo Ordinario,
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Lectura: |
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1a. |
Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos (Jeremías 31, 7-9) |
Salmo |
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. (Salmo 125 ) |
2a. |
Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec (Hebreos 5, 1-6) |
Evangelio |
Maestro, haz que pueda ver. (Marcos 10, 46-52) |
Núm. |
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Versión |
Homilía para leer: |
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1. Alegría1.1 Las lecturas de hoy tienen un delicioso sabor de alegría. Es el gozo del pueblo que vuelve a casa, en la primera lectura; es la solemne ventura del llamado al sacerdocio, en la segunda lectura; es la felicidad desbordante del ciego curado en el evangelio. 1.2 Y es que el Evangelio mismo lleva escrito en su propio nombre la alegría, porque es "buena noticia". ¿Cuál es la Buena Noticia? Que tenemos a Emmanuel, a "Dios-con-nosotros", como lo llamó el ángel en el texto según san Mateo (Mt 1,23). Y esa alegría la percibimos y la proclamamos con más fuerza cuanto mayor era nuestra urgencia de ser salvos, de ser curados, de ser guiados, de ser liberados. Esto explica bien quiénes son y quiénes serán los que primero descubran las riquezas del mensaje y la persona de Jesucristo. 2. La Alegría Contestada2.1 En un documento quizá poco apreciado del magisterio de Pablo VI, "Gaudete in Domino" (Alegraos en el Señor), encontramos algunas reflexiones sobre esos momentos en que la alegría parece recibir una "contestación", una contradicción dolorosa. Lo restante de esta sección 2 es tomado de allí. 2.2 ¿Cómo no ver a la vez que la alegría es siempre imperfecta, frágil, quebradiza? Por una extraña paradoja, la misma conciencia de lo que constituye, más allá de todos los placeres transitorios, la verdadera felicidad, incluye también la certeza de que no hay dicha perfecta. la experiencia de la finitud, que cada generación vive por su cuenta, obliga a constatar y a sondear la distancia inmensa que separa la realidad del deseo de infinito. 2.3 Esta paradoja y esta dificultad de alcanzar la alegría nos parecen especialmente agudas en nuestros días. Y esta es la razón de nuestro mensaje. La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tienen otro origen. Es espiritual. El dinero, el confort, la higiene, la seguridad material no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos. 2.4 Esto llega a veces hasta la angustia y la desesperación que ni la aparente despreocupación ni el frenesí del gozo presente o los paraísos artificiales logran evitar. ¿Será que nos sentimos impotentes para dominar el progreso industrial y planificar la sociedad de una manera humana? ¿Será que el porvenir aparece demasiado incierto y la vida humana demasiado amenazada? ¿O no se trata más bien de soledad, de sed de amor y de compañía no satisfecha, de un vacío mal definido?. 2.5 Por el contrario, en muchas regiones, y a veces bien cerca de nosotros, el cúmulo de sufrimientos físicos y morales se hace oprimente: ¡tantos hambrientos, tantas víctimas de combates estériles, tantos desplazados! Estas miserias no son quizá más graves que las del pasado, pero toman una dimensión planetaria; son mejor conocidas, al ser difundidas por los medios de comunicación social, al manos tanto cuanto las experiencias de felicidad; ellas abruman las conciencias, sin que con frecuencia pueda verse una solución humana adecuada. 2.6 Sin embargo, esta situación no debería impedirnos hablar de la alegría, esperar la alegría. Es precisamente en medio de sus dificultades cuando nuestros contemporáneos tienen necesidad de conocer la alegría, de escuchar su canto. Nos compartimos profundamente la pena de aquellos sobre quienes la miseria y los sufrimientos de toda clase arrojan un velo de tristeza. Nós pensamos de modo especial en aquellos que se encuentran sin recursos, sin ayuda, sin amistad, que ven sus esperanzas humanas desvanecidas. Ellos están presentes más que nunca en nuestras oraciones y en nuestro afecto. 3. La Alegría de Jesús3.1 Nos hemos acostumbrado a meditar en la alegría que Jesús nos trae, porque nos sana, instruye, libera y alimenta. Hoy es un buen día para reflexionar también en la alegría misma de Jesús, siguiendo de nuevo las enseñanzas de Pablo VI en el documento citado. 3.2 La mayor felicidad de Jesús es ver la acogida que se da a la Palabra, la liberación de los posesos, la conversión de una mujer pecador ay de un publicano como Zaqueo, la generosidad de la viuda. El mismo se siente inundado por una gran alegría cuando comprueba que los más pequeños tienen acceso a la Revelación del Reino, cosa que queda escondida a los sabios y prudentes. Sí, "habiendo Cristo compartido en todo nuestra condición humana, menos en el pecado", él ha aceptado y gustado las alegrías afectivas y espirituales, como un don de Dios. 3.3 Y no se concedió tregua alguna hasta que no "hubo anunciado la salvación a los pobres, a los afligidos el consuelo". El evangelio de Lucas abunda de manera particular en esta semilla de alegría. Los milagros de Jesús, las palabras del perdón son otras tantas muestras de la bondad divina: la gente se alegraba por tantos portentos como hacía y daba gloria a Dios. Para el cristiano, como para Jesús, se trata de vivir las alegrías humanas, que el Creador pone a su disposición, en acción de gracias al Padre. 3.4 Aquí nos interesa destacar el secreto de la insondable alegría que Jesús lleva dentro de sí y que le es propia. Es sobre todo el evangelio de San Juan el que nos descorre el velo, descubriéndonos las palabras íntimas del Hijo de Dios hecho hombre. Si Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa alegría, esa disponibilidad, se debe al amor inefable con que se sabe amado por su Padre. Después de su bautismo a orillas del Jordán, este amor, presente desde el primer instante de su Encarnación, se hace manifiesto: "Tu eres mi hijo amado, mi predilecto". 3.5 Esta certeza es inseparable de la conciencia de Jesús. Es una presencia que nunca lo abandona. Es un conocimiento íntimo el que lo colma: "El Padre me conoce y yo conozco al Padre". Es un intercambio incesante y total: "Todo lo que es mío es tuyo, y todo lo que es tuyo es mío". El Padre ha dado al Hijo el poder de juzgar y de disponer de la vida. Entre ellos se da una inhabitación recíproca: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". En correspondencia, el Hijo tiene para con el Padre un amor sin medida: "Yo amo al Padre y procedo conforme al mandato del padre". Hace siempre lo que place al Padre, es ésta su "comida". |
-Fr. Nelson Medina, OP
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