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La fiesta que hoy recordamos, es conocida como la de San Andrés Kim y Compañeros Mártires. Se trata de la primera canonización que se realizó fuera de Roma en los últimos 700 años. La situación lo ameritaba, porque estaban siendo premiados con la santidad el primer sacerdote coreano y sus 102 compañeros.
San Andrés Kim, el primer sacerdote de la Iglesia en el oriente, creció comprendiendo el valor de defender su fe. Él nació el 21 de agosto de 1821.
Años antes, su bisabuelo había muerto martirizado y cuando sólo era un niño, tuvo que afrontar por el mismo motivo la muerte de su padre, mientras su madre era destinada a vivir en la calle y pedir limosna debido a la represión religiosa que azotó Corea hasta finales del siglo XIX y que hoy, un siglo más tarde, sigue estando vigente.
En 1836, Andrés fue elegido como seminarista por un misionero que visitaba su población. En 1844, fue ordenado diácono en China y un año más tarde, ordenado sacerdote en Shangai. De allí se dirigió nuevamente a Corea, en donde cumplió gran parte de su trabajo pastoral.
Sirvió al Señor como sacerdote sólo un año y pocos meses. En junio de 1846, fue arrestado y enviado a una cárcel en Seúl. Allí estuvo tres meses, y el 16 de septiembre lo decapitaron, cuando apenas tenía 26 años.
Entre sus pertenencias, se encontró una carta en coreano dirigida a sus fieles: En este difícil tiempo, para ser victorioso, se debe permanecer firme, usando toda nuestra fuerza y habilidades como valientes soldados completamente armados en el campo de batalla.
Junto con el Padre Kim, se destaca la canonización del laico Pablo Chong, nacido en Korea en 1795. Sus padres, una hermana y un hermano, fueron martirizados entre los años 1801 y 1839.
Cuando tenía 20 años, partió hacia Seúl para tratar de reconstruir la Iglesia en este lugar. Decidió lograr llevar misioneros, pero sus intentos se vieron bloqueados por la misma persecución. Uno de ellos murió antes de poder ingresar al país.
En 1839, a la edad de 45 años, fue arrestado por ser considerado como uno de los que había intentado traer misioneros extranjeros a Corea. Se le decapitó en Seúl el 22 de septiembre.
Las figuras del Padre Andrés y de Pablo Chong son sólo una pequeña muestra de la persecución religiosa de la que son víctimas los cristianos en el oriente. En la actualidad, los católicos no gozan de plena libertad para practicar su fe, y como sucedió con estos Santos, siguen siendo perseguidos por sus creencias.
Su amor a Dios y a la Iglesia, fue reconocido el 19 de junio de 1988, cuando el Papa Juan Pablo II canonizó y proclamó Santos a 117 Mártires que derramaron su sangre en la Conchinchina, Annam y Tonkín, actualmente, el norte de Vietnam.
Entre los Mártires había 11 españoles, un grupo de franceses, y los demás, coreanos. Ellos murieron víctimas de suplicios, hambre, sed, asfixia, insultos y burlas, pero perdonando todo lo que les habían hecho.
Chiclayo, Perú (1997) - "Lo que Dios unido no lo separe el hombre"
Que el Señor sea quien llene las tinajas de nuestra boda de buen vino para que este matrimonio se vea lleno de amor y felicidad hasta que nuestro Padre que está en el cielo nos llame a su presencia.
Arequipa, Perú (1997) - Es mi mamita que hace 11 años se fue para el Seno del Padre, y deseo que oren por su alma, ella fue muy buena, sin ser madre, nos lo dio todo. Julia
Bogotá, Colombia - Congreso Regional de parejas, que se realiza cada año, en el Colegio Virrey Solis, Comunidad Matrimonial Alegría, Minuto de Dios, Director Padre Raúl Tellez.
Querido hermano: Nadie te desprecie por ser joven; sé tú un modelo para los fieles, en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez. Mientras llego, preocúpate de la lectura pública, de animar y enseñar. No descuides el don que posees, que se te concedió por indicación de una profecía con la imposición de manos de los presbíteros. Preocúpate de esas cosas y dedícate a ellas, para que todos vean cómo adelantas. Cuídate tú y cuida la enseñanza; sé constante; si lo haces, te salvarás a ti y a los que te escuchan.
Cuídate tú y cuida la enseñanza; así te salvarás a ti y a los que te escuchan (1 Timoteo 4,12-16)
Salmo
Justicia y verdad son las obras de sus manos, / todos sus preceptos merecen confianza: / son estables para siempre jamás, / se han de cumplir con verdad y rectitud. R.
Envió la redención a su pueblo, / ratificó para siempre su alianza, / su nombre es sagrado y temible. R.
Primicia de la sabiduría es el temor del Señor, / tienen buen juicio los que lo practican; / la alabanza del Señor dura por siempre. R.
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: "Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora." Jesús tomó la palabra y le dijo: "Simón, tengo algo que decirte." El respondió: "Dímelo, maestro." Jesús le dijo: "Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?" Simón contestó: "Supongo que aquel a quien le perdonó más." Jesús le dijo: "Has juzgado rectamente."
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama." Y a ella le dijo: "Tus pecados están perdonados." Los demás convidados empezaron a decir entre sí: "¿Quién es esté, que hasta perdona pecados?" Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz."
Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor (Lucas 7,36-50)
Secuencia de la vida cristiana: arrepentimiento, confianza, recibir perdón, expresar gratitud, abrirse a la alabanza, querer compartir la maravilla del amor recibido 5 min. 14 seg.
Si nos apartamos de la doctrina de la Iglesia estamos poniendo en riesgo nuestra salvación. No permitamos que se cambie lo que fielmente hemos recibido de los apóstoles. 6 min. 48 seg.
1.1 En las palabras que Pablo dice hoy a Timoteo se resume lo que podríamos llamar la "disciplina" propia de la vida sacerdotal. La traducción en esta misma página reza así: "Cuida de tu conducta y de tu enseñanza". Juan Pablo II, en el ejercicio de instruir e iluminar a las jóvenes vocaciones al ministerio ordenado, dice así en algunos apartes de los números 24 y 25 de su Carta "Pastores Dabo Vobis". Nos habla el Papa.
1.2 Existe una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero y el ejercicio de su ministerio... "Conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor". Esta es la invitación, la exhortación que la Iglesia hace al presbítero en el rito de la ordenación, cuando se le entrega las ofrendas del pueblo santo para el sacrificio eucarístico. El "misterio", cuyo dispensador es el presbítero (cf. 1 Cor. 4, 1), es, en definitiva, Jesucristo mismo, que en el Espíritu Santo es fuente de santidad y llamada a la santificación. El misterio requiere ser vivido por el presbítero. Por esto exige gran vigilancia y viva conciencia. Y así, el rito de la ordenación antepone a esas palabras la recomendación: "Considera lo que realizas". Ya exhortaba Pablo al obispo Timoteo: "No descuides el carisma que hay en ti" (1 Tim. 4, 14; cf. 2 Tim. 1, 6).
1.3 La relación entre la vida espiritual y el ejercicio del ministerio sacerdotal puede encontrar su explicación también a partir de la caridad pastoral otorgada por el sacramento del Orden. El ministerio del sacerdote, precisamente porque es una participación del ministerio salvífico de Jesucristo Cabeza y Pastor, expresa y revive su caridad pastoral, que es a la vez fuente y espíritu de su servicio y del don de sí mismo. En su realidad objetiva el ministerio sacerdotal es "amoris officium", según la ya citada expresión de San Agustín. Precisamente esta realidad objetiva es el fundamento y la llamada para un ethos correspondiente, que es el vivir el amor, como dice el mismo San Agustín: "Sea oficio del amor pastorear la grey del Señor" (In Iohannis Evangelium Tractatus 123, 5).
2. Ministro de Jesucristo
2.1 Es esencial, para una vida espiritual que se desarrolla a través del ejercicio del ministerio, que el sacerdote renueve continuamente y profundice cada vez más la conciencia de ser ministro de Jesucristo, en virtud de la consagración sacramental y de la configuración con El, Cabeza y Pastor de la Iglesia.
2.2 Esa conciencia no sólo corresponde a la verdadera naturaleza de la misión que el sacerdote desarrolla en favor de la Iglesia y de la humanidad, sino que influye también en la vida espiritual del sacerdote que cumple esa misión. En efecto, el sacerdote es escogido por Cristo no como una "cosa", sino como una "persona". No es un instrumento inerte y pasivo, sino un "instrumento vivo", como dice el Concilio, precisamente al hablar de la obligación de tender a la perfección (Presbyterorum Ordinis, 12).
2.3 En este sentido, en el ejercicio del ministerio está profundamente comprometida la persona consciente, libre y responsable del sacerdote. Su relación con Jesucristo, asegurada por la consagración y configuración del sacramento del Orden, instaura y exige en el sacerdote una posterior relación que procede de la intención, es decir, de la voluntad consciente y libre de hacer, mediante los gestos ministeriales, lo que quiere hacer la Iglesia. Semejante relación tiende, por su propia naturaleza, a hacerse lo más profunda posible, implicando la mente, los sentimientos, la vida, o sea, una serie de "disposiciones" morales y espirituales correspondientes a los gestos ministeriales que el sacerdote realiza.
2.4 No hay duda de que el ejercicio del ministerio sacerdotal, especialmente la celebración de los Sacramentos, recibe su eficacia salvífica de la acción misma de Jesucristo, hecha presente en los Sacramentos. Pero por un designio divino, que quiere resaltar la absoluta gratuidad de la salvación, haciendo del hombre un "salvado" a la vez que un "salvador" -siempre y sólo con Jesucristo-, la eficacia del ejercicio del ministerio está condicionada también por la mayor o menor acogida y participación humana. En particular, la mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra, en la celebración de los Sacramentos y en la dirección de la comunidad en la caridad.
2.5 La conciencia de ser ministro de Jesucristo Cabeza y Pastor lleva consigo también la conciencia agradecida y gozosa de una gracia singular recibida de Jesucristo: la gracia de haber sido escogido gratuitamente por el Señor como "instrumento vivo" de la obra de salvación. Esta elección demuestra el amor de Jesucristo al sacerdote.
2.6 Precisamente este amor, más que cualquier otro amor, exige correspondencia. Después de su resurrección Jesús hace a Pedro una pregunta fundamental sobre el amor: "Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?". Y a la respuesta de Pedro sigue la entrega de la misión: "Apacienta mis corderos" (Jn. 21, 15). Jesús pregunta a Pedro si lo ama, antes de entregarle su grey. Pero es, en realidad, el amor libre y precedente de Jesús mismo el que origina su pregunta al apóstol y la entrega de "sus" ovejas. Y así, todo gesto ministerial, a la vez que lleva a amar y servir a la Iglesia, ayuda a madurar cada vez más en el amor y en el servicio a Jesucristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia; en un amor que se configura siempre como respuesta al amor precedente, libre y gratuito, de Dios en Cristo. A su vez, el crecimiento del amor a Jesucristo determina el crecimiento del amor a la Iglesia: "Somos vuestros pastores (pascimus vobis), con vosotros somos apacentados (pascimur vobiscum). El Señor nos de la fuerza de amaros hasta el punto de poder morir real o afectivamente por vosotros" (San Agustín).