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Nació en España en el año 1400. Admitido como religioso franciscano y pese a haber hecho pocos estudios, era muy iluminado para dar respuestas en temas espirituales, sobre todo en los más difíciles.
Enviado a las Islas Canarias para ser misionero, logró la conversión de muchos paganos y no permitió que los colonos esclavizaran a los nativos.
Por tales labores apostólicas, lo nombraron Superior de la comunidad, siendo San Diego tan sólo un hermano lego que sin embargo desempeñó a cabalidad dicha función.
Durante los últimos años de su vida, pasaba días enteros dedicados a la oración. Al ver un crucifijo, quedaba en éxtasis.
Su amor por la Virgen Santísima era inmenso. Ungiendo a los enfermos con un poco de aceite de la lámpara del altar de la Virgen, éstos se curaban.
Murió el 12 de noviembre del año 1463, y en su sepulcro se obraron muchos milagros. Fue canonizado en 1588.
Querido hermano: Me alegró y animó mucho tu caridad, hermano, porque tú has aliviado los sufrimientos de los santos. Por eso, aunque tengo plena libertad en Cristo para mandarte lo que conviene hacer, prefiero rogártelo apelando a tu caridad, yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús.
Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión, que antes era tan inútil para ti, y ahora, en cambio, es tan útil para ti y para mí; te lo envío como algo de mis entrañas.
Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar, en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo; así me harás este favor, no a la fuerza, sino con libertad. Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano.
Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo. Si en algo te ha perjudicado y te debe algo, ponlo en mi cuenta; yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y letra, para no hablar de que tú me debes tu propia persona. Por Dios, hermano, a ver si me das esta satisfacción en el Señor; alivia mi ansiedad, por amor a Cristo.
Recíbelo, pero ya no como esclavo, sino como hermano amadísimo (Filemón 7-20)
Salmo
Que mantiene su fidelidad perpetuamente, / que hace justicia a los oprimidos, / que da pan a los hambrientos. / El Señor liberta a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos al ciego, / el Señor endereza a los que ya se doblan, / el Señor ama a los justos. / El Señor guarda a los peregrinos. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda / y trastorna el camino de los malvados. / El Señor reina eternamente, / tu Dios, Sión, de edad en edad. R.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob. (Salmo 145 )
Evangelio
En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contestó: "El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros".
Dijo a sus discípulos: "Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y ni podréis. Si os dicen que está aquí o está allí, no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación".
Cada vez que pretendemos identificar el Reino DE DIOS con una realidad humana, como un lugar o una obra, ya no es Dios reinando sino nosotros suplantándole. 5 min. 52 seg.
El Reino de Dios sucede a imagen y semejanza de la obediencia de Cristo, y es solamente Él quien nos enseña a ser dóciles a su amor para experimentar verdaderamente que Dios reina. 4 min. 40 seg.
Los judíos del tiempo de Jesús escuchaban la expresión "Reino de Dios" con oídos en los que resonaba el recuerdo de David como jefe y rey. Cristo trae un sentido diferente, que empieza en que Dios reina allí donde se le obedece. 30 min. 38 seg.
Nuestra impaciencia quisiera hechos más drásticos en contra de las injusticias que vemos pero la experiencia muestra que aplastar la voluntad de las personas solo logra al final cambiar el nombre a los opresores. 21 min. 6 seg.
La manera de superar la esclavitud no es el marxismo ni el capitalismo sino la propuesta bíblica que busca la renovación del corazón produciendo cambios afuera en las estructuras y leyes. 6 min. 33 seg.
Jesús no quiere que nos fiemos tanto de lo espectacular y grandioso, sino quiere que nos concentremos en el cambio interior y profundo que es lo que más ama Él y por lo que entregó su vida. 6 min. 47 seg.
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1.1 Los estertores del comunismo aún resuenan en nuestros oídos. Los ecos de la caída del muro de Berlín todavía son un himno a la libertad recobrada. La conclusión pareciera ser que no es posible concebir al mundo sino en términos de democracia, libre comercio, moral laica y consumismo rampante. En efecto, el comunismo es la última gran utopía de cambio social que hemos soñado (o padecido) en Occidente. Cambiar el mundo significó, durante décadas enteras: revolución; y revolución significó, durante un siglo de hierro: armas y violencia.
1.2 La carta a Filemón, un documento breve y de tono coloquial, deja asomar una lógica diversa. Pablo renuncia a su autoridad y quiere hablar en nombre del amor. Su planteamiento es fascinante en su sencillez. Resulta que Filemón era dueño de un esclavo llamado Onésimo, que se fugó y fue a parar junto a Pablo. Tanto Filemón como Onésimo han sido evangelizados por Pablo y el incidente de la fuga motiva una carta tan cálida en su expresión como profunda en sus propuestas.
1.3 Pablo no propone una ley que prohiba la esclavitud; ni siquiera pide que se proscriba esa palabra. Pero dinamita por dentro la idea de que alguien pueda disponer de otra persona a su antojo. A Filemón le recuerda que Cristo es Señor de todos; todos somos esclavos de este bendito Señor, que ha sido primero en servirnos y primero en amarnos. No importa entonces tanto cómo nos llamemos en una escala social, importa lo que seamos en la asamblea de los elegidos y redimidos.
1.4 Es una revolución extraña a nuestros ojos, quizá porque estamos acostumbrados a cambiar primero los nombres de las cosas para luego decir que las cosas son distintas. Aquí Pablo procede al revés: no cambia los nombres pero hace nacer realidades nuevas. No proclama unos "Derechos Humanos", pero los hace realidad. Los cambios de palabras a menudo son instrumento de propaganda o de demagogia. Los cambios de corazones y en los hechos son obras del amor de Dios.
2. Un Reino sin ostentación; un Rey sin fasto
2.1 En el mismo sentido nos habla el evangelio de hoy cuando presenta la llegada del Reino de Dios como algo desprovisto de todo espectáculo. No triunfa por la grandiosidad de esas "señales" que tanto le reclamaban a Jesús para admitir su autoridad o el origen de su misión en Dios. El Reino prospera ciertamente; avanza sin detenerse; incoado por el ministerio del Mesías, ya ha sido irreversiblemente decretado para la historia humana; y sin embargo, no aplasta, no se impone por encima de los hombres sino desde "dentro" de ellos. Por eso dice el Señor: " el Reino de Dios ya está entre ustedes" (Lc 17,21).
2.2 Hay algo profundo aquí: Dios no reina "por encima" sino "adentro" de la historia. Reinar por encima es crear y sostener la apariencia, emitir declaraciones sonoras, promulgar leyes trascendentes en el marco de reuniones al más alto nivel. Poco o nada queda de todo ello, si quienes han de cumplir esas leyes y ser consecuentes con esas declaraciones carecen de la generosidad interior y la tremenda abnegación que siempre se necesitan para lidiar con la raza ingrata y egoísta de Adán.
2.3 Por eso el misterio de la cruz, trono de nuestro Rey sin fasto. La cruz es la señal de un Rey y de un reino que nada deben a los poderes de esta tierra. Un reino sin negocios, y por lo tanto, más allá de todo consenso y de todo comercio. Un reino que se vuelve ámbito de amor sin condiciones y de donación sin límites. Como Jesús en la Eucaristía.