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Domingo Savio tuvo una vida muy sencilla, pero en poco tiempo recorrió un largo camino de santidad, obra maestra del Espíritu Santo y fruto de la pedagogía de san Juan Bosco.
Había nacido en San Giovanni di Riva, cerca de Chieri, provincia de Turín, en una familia pobre de bienes materiales, pero rica de fe.
Su niñez quedó marcada por la Primera Comunión, hecha con fervor a los siete años, y se distingue por el cumplimiento del deber.
A sus doce años tuvo lugar un acontecimiento decisivo: el encuentro con San Juan Bosco, quien lo acoge como padre y guía en Valdocco, Turín, para cursar los estudios secundarios.
Al descubrir, entonces, los altos horizontes de su vida como hijo de Dios, apoyándose en la amistad con Jesús y María, se lanza a la aventura de la santidad, entendida como entrega total a Dios por amor.
Reza, pone empeño en los estudios, es el compañero más amable.
Sensibilizado en el ideal del Da mihi ánimas de San Juan Bosco, quiere salvar el alma de todos, y funda la compañía de la Inmaculada, de la que saldrán los mejores colaboradores del Fundador de los salesianos.
Habiendo enfermado de gravedad a los 15 años, regresa al hogar paterno de Mondonio, provincia de Asti, donde muere serenamente el 9 de marzo de 1857, con la alegría de ir al encuentro del Señor.
Aniversario de noviasgo. Panamá, Panamá - Darle gracias a Dios por la persona que me a presentado y puesto en mi vida,y pedir bendiciones para nosotros.
Bogotá, Colombia (2006)- Siempre estarás en nuestro corazón. Dios abonó tus obras con tu generosidad. Familia Ruiz Martínez. Socorro, Santander. Colombia
Santa Cruz, Bolivia - Pedimos sus oraciones y a la vez invitamos a la campaña de evangelización que vamos a realizar en la universidad Gabriel Rene Moreno, para proclamar el maravilloso amor de Cristo nuestro señor a los jóvenes
En aquellos días, Natán dijo a David: "Así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y, por si fuera poco, pienso darte otro tanto.
¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías.""
David respondió a Natán: "¡He pecado contra el Señor!"
Natán le dijo: "El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás."
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: "Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora."
Jesús tomó la palabra y le dijo: "Simón, tengo algo que decirte."
Él respondió: "Dímelo, maestro."
Jesús le dijo: "Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?"
Simón contesto: "Supongo que aquel a quien le perdonó más."
Jesús le dijo: "Has juzgado rectamente."
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama."
Y a ella le dijo: "Tus pecados están perdonados."
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?"
Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz."
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor (Lucas 7, 36-8, 3)
La mirada de Cristo no se detiene en mi pecado, penetra hasta lo más profundo de mi ser y me ayuda a descubrir lo que puedo llegar a ser y lo que pueden llegar a ser mis hermanos. 4 min. 4 seg.
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1.1 Así como el amor es siempre una sorpresa, porque hay algo en él que siempre será regalo, así el perdón tiene la capacidad de asombrarnos. Lo cual es una gran noticia porque a menudo damos nuestro asombro al mal y aunque fuera sólo por razón de justicia deberíamos admirar lo mismo y más al bien.
1.2 Tal vez lo que más impresiona en la primera lectura es la respuesta instantánea que Natán, o mejor dicho, Dios a través de Natan, le da a David. Apenas este manifiesta su arrepentimiento Natán le replica: "Ya Dios ha perdonado tu pecado." Lo que uno puede concluir es que el perdón de Dios no es un largo trámite burocrático. De algún modo el perdón "ya está" y es sólo que Dios está esperando a que estemos dispuestos a recibirlo. Tal disposición es la que manifestamos con nuestro arrepentimiento.
1.3 Es decir que el arrepentimiento nuestro no es para tratar de convencer a Dios de que nos perdone. La cosa es más bien al contrario: Él ya está convencido de que necesitamos su perdón y de que sin ese perdón no podemos sino hundirnos en la miseria de nuestras contradicciones y bajos apetitos. A quien hay que convencer es al hombre, no a Dios, y para mejor convencernos Dios envió a su Hijo.
2. El Drama del Pecador
2.1 El pecado tiene algo de absurdo. Supone siempre una contradicción con algo que racionalmente parece lo mejor. Por dar un ejemplo: alguien puede darse cuenta de que no es sano para la sociedad que haya adulterios y sin embargo verse envuelto en una relación adulterina. Esa contradicción, ese absurdo del pecado, atrapa al pecador en una especie de nueva lógica. Puesto a sostener un absurdo, el pecador termina por darse cuenta que su vida es una traición pero como le seduce un determinado bien, por ejemplo el del placer, termina siendo espectador del derrumbarse de otros bienes que en el fondo serían más importantes para él, como en este ejemplo, su familia.
2.2 Santa Catalina de Siena es elocuente al expresar cuánto sufre el pecador para poder seguir pecando. Tiene que acallar su conciencia, amordazar su inteligencia, negar lo que es evidente, presenciar cómo caen en pedazos cosas que en el fondo ama, como la propia salud, los amigos e incluso al vida misma, que se va y no vuelve. Pecar no es fácil: requiere perseverancia, esfuerzo y aguantar muchos dolores. Pero el pecador sufre todo esto para obtener lo que le promete su ídolo, ya se trate de la fama, el placer, el poder o el dinero.
2.3 Es así como el pecado conduce a una sensación de pasividad desesperada, como lo que vive un condenado a muerte que ya no quiere apelar su sentencia y apenas de vez en cuando se refugia en el recuerdo de lo que pudo disfrutar. Una persona así no espera ser perdonada y no siente que pueda perdonarse a sí misma.
3. Cristo, o el Perdón de Dios hecho visible
3.1 Lo que viene a hacer Cristo no es convencer a Dios de que nos perdone, pues ha sido Dios Padre mismo quien lo ha enviado. Lo que él viene a hacer es destruir esa cárcel de pasividad y de desesperación que el pecado habitual crea en nosotros. Su manera de amar, llena de libertad y preñada de alegría y esperanza, es causa de rabia y repudio entre los que creen entender que el Cielo es como las burocracias nuestras, al estilo del fariseo del evangelio de hoy.
3.2 Jesús obra y vive, irradia y predica una certeza de amor y de gracia que al mismo tiempo muestra el ideal y lo hace cercano. Nadie tan santo como Jesús; nadie tan próximo como Jesús. Su excelsa santidad no lo aleja; su cercanía no lo hace cómplice de nuestras bajezas.
3.3 Como la pecadora, hoy somos invitados a sellar con lágrimas de amor y arrepentimiento nuestro deseo de recibir el perdón que Dios nos da en su Hijo. Como ella, tenemos mucho que agradecer. No sabemos la medida exacta pero debe ser parecida al precio de la Sangre de Jesús.