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Hermana de San Benito, se consagró a Dios desde su más tierna edad. Mientras su hermano residió en Monte Casino, ella se hallaba en Plombariola, fundando y gobernando un Monasterio.
Tenía la costumbre de visitar a Benito una vez al año. Como no estaba permitido que entrara al Monasterio, él salía a su encuentro para llevarla a una casa de confianza, donde los hermanos pasaban la velada orando, cantando himnos de alabanza a Dios y discutiendo asuntos espirituales.
Sobre la última visita, San Gregorio hace una notable descripción en la cual la Santa, presintiendo que no volvería a ver más a su hermano, le rogó que no partiera esa noche sino al día siguiente. Pero, el Santo se sintió incapaz de romper las reglas de su Monasterio.
Entonces, Santa Escolástica apeló a Dios con una ferviente oración para que interviniera en su ayuda. Acto seguido, estalló una fuerte tormenta que impidió que San Benito regresara al Monasterio. Los dos hermanos pasaron la noche hablando de las cosas santas y de asuntos espirituales.
Tres días después, Escolástica murió, y Benito, que se encontraba absorto en la oración, tuvo la visión del alma de ella ascendiendo al Cielo en forma de paloma.
Zipaquirá, Colombia (2010) - Iniciación de Talleres. Parroquia Inmaculada Concepción. Miercoles a partir de las 6 p.m. Reunion semanal, durante 15 sesiones. Telefono 8523246
Un día, salió Jeroboán de Jerusalén, y el profeta Ajías, de Siló, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el camino; estaban los dos solos, en descampado. Ajías agarró su manto nuevo, lo rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán: "Coge diez trozos, porque así dice el Señor, Dios de Israel: "Voy a arrancarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; lo restante será para él, en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel.""
Así fue como se independizó Israel de la casa de David hasta hoy.
No tendrás un dios extraño, / no adorarás un dios extranjero; / yo soy el Señor, Dios tuyo, / que te saqué del país de Egipto. R.
Pero mi pueblo no escuchó mi voz, / Israel no quiso obedecer: / los entregué a su corazón obstinado, / para que anduviesen según sus antojos. R.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo / y caminase Israel por mi camino!: / en un momento humillaría a sus enemigos / y volvería mi mano contra sus adversarios. R.
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz. (Salmo 80)
Evangelio
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: "Effetá", esto es: "Ábrete". Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos."
No te quedes solo en el milagro, es necesario que permitas que el Evangelio llegue a lo profundo de tu corazón y te transforme para que se realice el plan de salvación en ti. 7 min. 37 seg.
Cristo está dispuesto a sanar nuestra sordera y nuestra ceguera para que aquellas palabras sabias y oportunas que nunca quisimos oír puedan entrar y llegar al corazón. 4 min. 17 seg.
En medio de la historia del pecado que pulula y se reparte entre los seres humanos Dios avanza en su plan, a través de la división Él no aparta su bendición, Dios escribe derecho en renglones torcidos. 5 min. 18 seg.
1.1 El breve texto de la primera lectura de hoy es en realidad el epílogo amargo de una historia que parecía merecer otro final. Después de la calidad de amor y oración que hemos visto brotar del corazón de David; después de la magnificencia del reinado de Salomón lo único que nos encontramos hoy es una escena desabrida y la música destemplada del cisma. Jeroboam viene a ser un oportunista aquí, y su oportunidad ha llegado para alzarse con el trono del que será el Reino del Norte.
1.2 Para ser justos hay que reconocer que Jeroboam no fue el que creó esa división entre las diez tribus del Norte y las dos del Sur. Más bien los historiadores tienden a decir hoy que incluso antes de llegar a Egipto, los antiguos hebreos, lo que la Biblia presenta como la familia de Jacob, ya tenía esa tensión, de modo que el desierto y la lucha contra los enemigos comunes, los filisteos, en realidad vinieron a servir como de frenos a las divisiones internas. Paradójicamente, una vez consolidada una nación, cuando ya la amenaza exterior disminuía su importancia, resurgió el recelo intestino y los del Norte buscaron pretextos para su añorada independencia.
1.3 No hay que negar lo razonable de estas hipótesis de historiadores pero la enseñanza fundamental no viene de esa clase de datos, a pesar de lo interesantes que son. De todo esto podemos aprender que las codicias, y en general los pecados, nunca mueren mientras estemos en esta vida. A veces, según eso, es mejor tener dificultades y no pecados.
2. Un modo extraño de milagro
2.1 En el pasaje del evangelio de hoy hay muchas cosas bellas que meditar: el poder de Cristo, su misericordia, la alabanza que despierta en la multitud, resumida en esa expresión elocuentísima: "¡Todo lo ha hecho bien!" (Mc 7,37).
2.2 Esta vez, sin embargo, queremos dirigir brevemente nuestra atención al modo del milagro. Repasemos el texto mismo: "Le llevaron un hombre que era sordo y apenas podía hablar y le suplicaban que impusiera sobre él la mano. Jesús lo apartó de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: ¡Effetá! (que significa: ábrete)" (Mc 7,32-34).
2.3 Los que traen al enfermo ya tienen una idea definida del milagro que quieren: "le suplicaban que impusiera sobre él la mano". Jesús ve o presiente algo distinto, pues "lo apartó de la gente". Es como si la sordera de ese pobre tuviera que ver con la sobrecarga de voces de la multitud. A veces oír a todos es oír a nadie.
2.4 Jesús no le impone la mano, un gesto usual en muchas sanaciones. Su acción es dramática: mete sus dedos en los oídos y toca la lengua del hombre con su propia saliva. Casi sentimos asco, pero no nos dejemos llevar por esa primera impresión. Jesús no es un actor: está utilizando no el lenguaje que los demás pueden entender sino el lenguaje que el sordomudo, que no sabe para qué lo llevan adonde lo llevan, puede entender. Con sus dedos y su saliva Jesús le está hablando a él; no lo trata como un "objeto" sobre el que otros disponen: "haz que oiga; haz que hable". Lo trata como un sujeto con el que establece una comunicación apropiada a las posibilidades del enfermo. ¿No es bello?