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Santo Patrón de los Maestros
Nació en Reims, el 30 de abril de 1651, y fue el Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
A los once años de edad recibió la tonsura, y a los dieciséis, fue nombrado miembro del Capítulo de la Catedral de Reims.
En 1670 ingresó en el Seminario de San Sulpicio en París, y ocho años después, fue ordenado sacerdote.
Un canónigo de Reims le confió en su lecho de muerte la dirección de una escuela, de un orfanatorio de niñas y el cuidado de las religiosas que estaban bajo su cargo y protección.
En 1681 empezó formando a los siete profesores que trabajaban en las escuelas. Éste fue el principio de lo que en un futuro tomaría el nombre de, "Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas".
Inauguró cuatro escuelas. Pero, su principal preocupación era la instrucción de profesores, por lo que en 1687 estableció el primer Instituto para la formación de profesores en Reims, al que le siguieron el de París (1699) y el de Saint-Denis (1709).
Hacia 1695 escribió el "Tratado sobre la dirección de Escuelas", en el cual proponía su sistema educativo, que consistía en reemplazar el método de instrucción individual y el llamado "sistema simultáneo".
En 1717, San Juan dejó el cargo de Superior y se dedicó a la formación de los novicios e internos, para quienes escribió varios libros, entre ellos un método de oración mental.
Juan murió el 7 de abril de 1719, un Santo, a los 76 años de edad.
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quien creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomo el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
A ti, Señor, me acojo: / no quede yo nunca defraudado; / tú, que eres justo, ponme a salvo. / A tus manos encomiendo mi espíritu: / tú, el Dios leal, me librarás. R.
Soy la burla de todos mis enemigos, / la irrisión de mis vecinos, / el espanto de mis conocidos; / me ven por la calle, y escapan de mí. / Me han olvidado como a un muerto, / me han desechado como a un cachorro inútil. R.
Pero yo confío en ti, Señor, / te digo: "Tú eres mi Dios." / En tu mano están mis azares; / líbrame de los enemigos que me persiguen. R.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, / sálvame por tu misericordia. / Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor. R.
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu (Salmo 30)
2a.
Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
Aprendió a obedecer / y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación (Hebreos 4,14-16;5,7-9)
Evangelio
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelanto y les dijo:
+. "¿A quién buscáis?"
C. Le contestaron:
S. "A Jesús, el Nazareno."
C. Les dijo Jesús:
+. "Yo soy."
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: "Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+. "¿A quién buscáis?"
C. Ellos dijeron:
S. "A Jesús, el Nazareno."
C. Jesús contestó:
+. "Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos."
C. Y así se cumplió lo que había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste." Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+. "Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?"
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo." Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?"
C. Él dijo:
S. "No lo soy."
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto:
+. "Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo."
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. "¿Así contestas al sumo sacerdote?"
C. Jesús respondió:
+. "Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?"
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. "¿No eres tú también de sus discípulos?"
C. Él lo negó, diciendo:
S. "No lo soy."
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. "¿No te he visto yo con él en el huerto?"
C. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. "¿Qué acusación presentáis contra este hombre?"
C. Le contestaron:
S. "Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos."
C. Pilato les dijo:
S. "Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley."
C. Los judíos le dijeron:
S. "No estamos autorizados para dar muerte a nadie."
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. "¿Eres tú el rey de los judíos?"
C. Jesús le contestó:
+. "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?"
C. Pilato replicó:
S. "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mi; ¿qué has hecho?"
C. Jesús le contestó:
+. "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí."
C. Pilato le dijo:
S. "Conque, ¿tú eres rey?"
C. Jesús le contestó:
+. "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."
C. Pilato le dijo:
S. "Y, ¿qué es la verdad?"
C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:
S. "Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?"
C. Volvieron a gritar:
S. "A ése no, a Barrabás."
C. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. "¡Salve, rey de los judíos!"
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. "Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa."
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. "Aquí lo tenéis."
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. "¡Crucifícalo, crucifícalo!"
C. Pilato les dijo:
S. "Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él."
C. Los judíos le contestaron:
S. "Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios."
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. "¿De dónde eres tú?"
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?"
C. Jesús le contestó:
+. "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor."
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. "Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César."
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. "Aquí tenéis a vuestro rey."
C. Ellos gritaron:
S. "¡Fuera, fuera; crucifícalo!"
C. Pilato les dijo:
S. "¿A vuestro rey voy a crucificar?"
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. "No tenemos más rey que al César."
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos." Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. "No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos.""
C. Pilato les contestó:
S. "Lo escrito, escrito está."
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron:
S. "No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca."
C. Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica". Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+. "Mujer, ahí tienes a tu hijo."
C. Luego, dijo al discípulo:
+. "Ahí tienes a tu madre."
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+. "Tengo sed."
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+. "Está cumplido."
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
*(Todos se arrodillan, y se hace una pausa)
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: "No le quebrarán un hueso"; y en otro lugar la Escritura dice: "Mirarán al que atravesaron." Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
El cuarto cántico del Siervo de Dios nos presenta al mismo tiempo la realidad espantosa del pecado y la fuerza incontenible de la esperanza, como fruto bendito de la fidelidad a la voluntad divina. 4 min. 21 seg.
Cristo es condenado en un cruce de espantosas incoherencias: Pilato lo sentencia sabiéndolo inocente; las autoridades judías lo acusan de proclamarse rey mientras ellos declaran al César como su rey, renegando así del Reinado de Dios. 28 min. 40 seg.
La Acción litúrgica de la Pasión del Señor nos lleva a contemplar la muerte de Cristo con los ojos humildes y agradecidos de Isaías y de Juan Evangelista. 4 min. 47 seg.
El estudio de las actitudes y acciones de los enemigos de Cristo nos confirma la necesidad de ser verdaderos y valientes en nuestra fe. 35 min. 53 seg.
Las letras de la palabra PERDONA nos ayudan a encontrar el sentido salvífico de las llagas de Cristo: Puertas, Esfuerzo, Reemplazo, Donación, Ofrenda, No más, Anuncio. 79 min. 3 seg.
Celebremos con gran solemnidad la caridad con que Cristo se entrega en el cenáculo, su misericordia en la cruz y su humildad en el sepulcro. 5 min. 14 seg.
Meditación sobre el Cuarto Cántico del Siervo de Dios: la dura agonía del profeta poeta, Isaías, se centra en la terrible distancia entre el Dios Santo y el mundo miserable y pecador. La respuesta que le da el Espíritu Santo es el camino del Siervo de Dios que con el valor de sufrir sin pasar a otros el sufrimiento, cambia la historia humana. 44 min. 1 seg.
Hoy suplicamos al Padre que por los méritos de la sangre costosa y del sacrificio doloroso de Cristo, nuestra voz unida a la de Él sea escuchada en favor de todos, vivos y difuntos. 6 min. 50 seg.
Un breve estudio sobre las preguntas que Jesucristo hace en el relato que San Juan hace de su Pasión: sus interrogantes excava en niveles muy profundos del corazón humano. 19 min. 28 seg.
En la cruz hay oscuridad por la densidad del pecado; pero también hay luz porque hay misericordia, es donde nace la nueva alianza, la humanidad renovada en el amor y la gracia. 4 min. 53 seg.
Lo que sucedió en la Cruz del Calvario: La abundancia de amor y gracia de la Cruz de Cristo nos llama a profundizar en el misterio de nuestra propia salvación. 22 min. 1 seg.
Modos de ver el Viernes Santo: observar que Jesús cumple en su propio ser todo lo que predicó, la búsqueda de Dios y la cercanía del corazón humano y preguntarnos qué tiene que morir en nosotros para que resucite una creatura nueva. 6 min. 53 seg.
Además de los golpes sobre los clavos, los gemidos de nuestro Señor, los insultos, los lamentos, el gotear de su sangre; escuchamos la voz del Cordero, del Hijo de Dios dándole la gloria al Padre e intercediendo por nosotros. 5 min. 52 seg.
Una lectura meditada de la Pasión del Señor nos muestra la estatura de su testimonio; por eso dijo a Pilato: "Todo el que es de la verdad escucha mi voz" 50 min. 31 seg.
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1.1 En este día, marcado por el dolor más grande, la primera frase que hemos escuchado es sin embargo un grito de esperanza: "Mi siervo tendrá éxito, crecerá y llegará muy alto....". Todo lo que sigue es espantoso en la visión de Isaías y más terrible aún en el drama del calvario.
1.2 Pero ese sufrimiento inmenso no puede, no debe callar el primer enunciado: "tendrá éxito". Ése, el Cristo de la cruz y las llagas; el Señor insultado y escarnecido; el Rey de burlas y de blasfemias, ése, precisamente ese, "tendrá éxito".
2 Ley de Amor
2.1 En la Cruz se cumple plenamente aquella extraña ley que parece gobernar las escogencias del amor divino: ya de antiguo habíamos oído cómo se levantaba la voz de los profetas clamando en favor del huérfano y la viuda, el levita y el forastero. Los desclasificados, "los que sobran", los que no cuentan para el mundo están muy delante de los ojos del Altísimo, que los conoce y ama por su nombre.
2.2 Y Cristo, el Siervo de Dios, ese que, según el profeta, "ni siquiera tenía figura humana" es en la Cruz como el embajador y síntesis viva de todos ellos, los que nunca hemos querido ver, los que no reciben sino desprecio y ante los que siempre se vuelve la espalda. Ahí, en la Cruz, Dios abraza en amor a su Hijo Doliente, y en él a los dolientes del mundo y los olvidados de la historia.
3. Sacerdote compasivo
3.1 La Carta a los Hebreos abre para nosotros otro camino de meditación al gran misterio que celebramos en este día. En la segunda lectura, en efecto, hemos oído que Cristo es nuestro "sacerdote compasivo". ¡Qué nombre tan bello!
3.2 Sacerdote que ofrece la hostia de su Cuerpo; sacerdote que ofrece en el cáliz de su pecho su propia Sangre; sacerdote que ora por nosotros y en nombre nuestro se presenta como abogado y curador de nuestra causa; sacerdote, en fin, que hace oír en los cielos la voz de nuestras miserias y dolores.
3.3 Sacerdote compasivo, porque conoce nuestros dolores, sabe de tentaciones, es experto en sufrimiento, conocedor de la traición de sus amigos y del odio de sus enemigos. Amador de los que salva y salvador de los que en él buscamos refugio, sanación y nueva fuerza.
4. La Pasión del Señor
4.1 De tantas meditaciones preciosas sobre la ofrenda de Cristo al término de su vida, escuchemos un aparte del párrafo 18 de la Carta Apostólica "Salvifici Doloris", del Papa Juan Pablo II.
4.2 Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente. Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de una manera todavía más radical, ya que El no es sólo un hombre como Job, sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la que está formada la pregunta. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintética de esta enseñanza: "la doctrina de la Cruz", como dirá un día San Pablo.
4.3 Esta "doctrina de la Cruz" llena con una realidad definitiva la imagen de la antigua profecía. Muchos lugares, muchos discursos durante la predicación pública de Cristo atestiguan cómo El acepta ya desde el inicio este sufrimiento, que es la voluntad del Padre para la salvación del mundo. Sin embargo, la oración en Getsemaní tiene aquí una importancia decisiva. Las palabras: "Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú"; y a continuación: "Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad", tienen una pluriforme elocuencia. Prueban la verdad de aquel amor, que el Hijo unigénito da al Padre en su obediencia. Al mismo tiempo, demuestran la verdad de su sufrimiento. Las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní prueban la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. Las palabras de Cristo confirman con toda sencillez esta verdad humana del sufrimiento hasta lo más profundo: el sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece. El dice: "pase de mí", precisamente como dice Cristo en Getsemaní.
4.4 Sus palabras demuestran a la vez esta única e incomparable profundidad e intensidad del sufrimiento, que pudo experimentar solamente el Hombre que es el Hijo unigénito; demuestran aquella profundidad e intensidad que las palabras proféticas antes citadas ayudan, a su manera, a comprender. No ciertamente hasta lo más profundo (para esto se debería entender el misterio divino-humano del Sujeto), sino al menos para percibir la diferencia (y a la vez semejanza) que se verifica entre todo posible sufrimiento del hombre y el del Dios-Hombre. Getsemaní es el lugar en el que precisamente este sufrimiento, expresado en toda su verdad por el profeta sobre el mal padecido en el mismo, se ha revelado casi definitivamente ante los ojos de Cristo.
4.5 Después de las palabras en Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan esta profundidad -única en la historia del mundo- del mal del sufrimiento que se padece. Cuando Cristo dice: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", sus palabras no son sólo expresión de aquel abandono que varias veces se hacía sentir en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos y concretamente en el Salmo 22 [21], del que proceden las palabras citadas. Puede decirse que estas palabras sobre el abandono nacen en el terreno de la inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre "cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros" y sobre la idea de lo que dirá San Pablo: "A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros". Junto con este horrible peso, midiendo "todo" el mal de dar las espaldas a Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios. Pero precisamente mediante tal sufrimiento El realiza la Redención, y expirando puede decir: "Todo está acabado".