Nació alrededor del año 400 en el pueblo de Sisan en Cilicia, cerca de Tarso, de donde era originario San Pablo.
Durante su infancia laboró pastoreando ovejas por los campos. Pero, en su corazón y mente, el deseo de ser santo y ver al Padre en el Cielo, comenzó a crecer y cobrar mayor fuerza.
A los quince años ingresó en un Monasterio, donde se dedicó a rezar intensamente y a hacer extremas penitencias para la conversión de su alma, para alejar las tentaciones y convertir las almas pecadoras.
Ante la intensidad de esas penitencias, el Abad le ordenó irse del Monasterio por temor a que otros monjes siguieran su ejemplo. El Santo se fue a vivir a una caverna, donde permaneció hasta el final de sus días.
En dicho lugar, resultó ser protagonista de las más excesivas y duras mortificaciones con el objetivo de lograr la pureza del alma. Miles de feligreses acudían a visitar a Simeón, quien predicaba elocuentemente sermones y homilías.
De igual manera acudían funcionarios reales y hasta el propio emperador, para pedirle consejos muy sabios, consiguiendo así la convivencia pacífica y armoniosa en su reino.
No comía sino una vez por semana. Además, la mayor parte del día y de la noche la pasaba rezando.
Murió el 5 de enero del año 459. Estando arrodillado en la oración con la cabeza inclinada, quedó muerto como si estuviera dormido.
En el sepulcro de San Simeón se obraron muchos milagros, y junto al sitio donde estaba su columna, se construyó un gran Monasterio destinado a monjes que deseaban hacer penitencia.