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Queridos hermanos: ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los testigos: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo.
Si aceptamos el testimonio humano, más fuerza tiene el testimonio de Dios. Éste es el testimonio de Dios, un testimonio acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios tiene dentro el testimonio. Quien no cree a Dios le hace mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y éste es el testimonio: Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida, quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Os he escrito estas cosas a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que os deis cuenta de que tenéis vida eterna.
Una vez, estando Jesús en un pueblo, se presentó un hombre lleno de lepra; al ver a Jesús cayó rostro a tierra y le suplicó: "Señor, si quieres puedes limpiarme." Y Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: "Quiero, queda limpio." Y en seguida le dejó la lepra. Jesús le recomendó que no lo dijera a nadie, y añadió: "Ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés para que les conste."
Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades. Pero él solía retirarse a despoblado para orar.
El que cree en Jesús, tiene victoria sobre el mundo, y el que tiene a Jesús, tiene vida. Como con San Francisco, Dios con una compasión muy grande logra enamorar nuestro corazón y con El podemos vencer al mundo para que no tenga poder sobre nosotros. Cristo, tiene una sonrisa hermosa, tiene una paz muy grande, y es capaz de cambiar el corazón con una sola de sus miradas 12 min. 14 seg.
En su Primera Carta el apóstol Juan ha insistido sobre todo en la verdad de la carne de Jesucristo, porque si su carne es apariencia, su amor es apariencia. Si, en cambio, podemos decir que nos ha amado hasta dar su sangre y su vida, entonces es verdad que hemos sido amados hasta el extremo. 4 min. 8 seg.
La gracia de la Unción que Dios conceda en virtud de los méritos de Cristo entreabre para nosotros la grandeza y verdad de la fe que profesamos. 13 min. 3 seg.
Cristo revela la fuerza de Dios al contradecir aquello a lo que estábamos acostumbrados: que el mal contagia a los que están sanos porque la sanidad de Cristo se le "contagia" al leproso. 7 min. 28 seg.
Los tres testigos de que nos habla la Primera Carta de San Juan tienen una aplicación particular a la vida sacerdotal: El AGUA, memoria del bautismo de Juan, invita a una vida en humildad y continua conversión; la SANGRE nos recuerda el camino y el sacrificio de Cristo; el Espíritu nos invita a la oración perseverante, seguros de que solo Dios cambia los corazones. 10 min. 42 seg.
Cuando tu fe esté en crisis: el Espíritu Santo es la voz interior que te ayuda a reconocer a Jesús, los sacramentos te hablan de Él y su sangre y la de los mártires te fortalecen. 7 min. 17 seg.
Debemos conocer cómo obra el mundo con sus condiciones absurdas y sucias, pero sabemos que Jesús venció al mundo en la cruz y en la resurrección. 6 min. 17 seg.
El mundo es el quiere imponerte valores, que pretende que todos pensemos, hablemos, deseemos y consumamos lo mismo; y quien hace la diferencia es quien se ha encontrado con Cristo, quien cree que Él es único Dios eterno, que nació y murió para salvarnos. 6 min. 10 seg.
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1.1 El cuarto evangelio favorece la opinión de que Juan, antes de ser discípulo de Jesús, fue discípulo de Juan el Bautista (cf. Jn 1,40). Si este es el caso, entonces Juan, el evangelista, conoció de cerca el ministerio de Juan, el bautista. Supo bien qué podía esperarse de aquella agua que se derramaba profusamente sobre los israelitas arrepentidos gracias al ministerio del gran asceta y profeta del desierto.
1.2 En el ministerio de Jesús hay más que esa agua. Vino Cristo " no sólo con agua, sino con agua y con sangre" (1 Jn 5,6). Hay un gran testimonio que nos mueve a acoger el mensaje y el ministerio de Cristo: un testimonio triple: agua, Sangre y Espíritu (cf. 1 Jn 5,8).
1.3 ¿Qué añade la Sangre?, podemos preguntarnos, sobre todo si tenemos en cuenta que también el Bautista rubricó con el martirio su ministerio admirable. Tengamos en cuenta, para buscar una respuesta, que toda esta primera carta de Juan ha sido un gran himno al misterio de la carne de Jesucristo, en cuanto verdad palpable de su presencia entre nosotros, y en cuanto fuente y medio de toda revelación.
1.4 La sangre es la expresión definitiva de la ofrenda de la propia carne, porque la carne que entrega su sangre entrega su vida. Cada sangre revela la verdad de cada carne. La Sangre de Cristo es la expresión del misterio que trae su carne. En su Sangre entendemos por qué ha venido en nuestra carne: para dar su vida por nosotros. De este modo, la Sangre da testimonio.
2. El Puro nos Purifica
2.1 La Ley Mosaica prohibía la leproso tener contacto con sus congéneres; debía vivir solo, fuera del campamento (Lev 13,46). No podía acercarse porque podía contagiar su impureza y sus ropas o cosas debían estar separadas, como él, de toda influencia o trato con los demás. El papel de los sacerdotes frente a esta espantosa enfermedad era simplemente el de declarar que sí había lepra o declarar que se había curado la lepra (Lev 14,2-7).
2.2 La Ley, pues, conocía que el mal puede extenderse; la impureza puede avanzar. No contemplaba, en cambio, el caso que nos presenta el evangelio de hoy, como hermosa epifanía del poder de Cristo: hoy estamos frente a un caso de pureza contagiosa. El amor de Cristo ha causado que su propia salud se extienda al que estaba infectado y que su pureza se transmita al que estaba aislado por la impureza de su enfermedad.
1.3 Y en ese espíritu hemos de leer este evangelio como eco de la solemnidad de la epifanía: hoy hemos visto que la salud de Cristo es más fuerte que la enfermedad del mundo, así como su luz es más fuerte que nuestras tinieblas.