Textos y archivos de
audio por: Fr. Nelson Medina, O.P.
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Oremos:
Concédenos, Señor, ser dóciles a las inspiraciones de tu Espíritu, para que
realicemos siempre en nuestra vida tu santa voluntad.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.
Lectura
del libro del Exodo
14, 5-18
En
aquellos días, cuando le avisaron al faraón que los israelitas habían escapado,
el faraón y sus servidores cambiaron de parecer con respecto al pueblo de
Israel y exclamaron:
«¿Qué hemos
hecho? Hemos dejado escapar a nuestros esclavos israelitas».
Entonces el faraón mandó enganchar su carro y llevó consigo sus tropas:
seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, cada uno con sus
respectivos guerreros.
El Señor endureció el corazón del faraón, rey de Egipto, para que persiguiera a
los israelitas, mientras éstos se alejaban jubilosos. Los egipcios los
persiguieron con todo un ejército de caballos, carros y guerreros, y les dieron
alcance, mientras acampaban junto al mar, cerca de Fehirot, frente a Baal
Sefón. Al acercarse el faraón, los hijos de Israel alzaron sus ojos, y viendo
que los egipcios los perseguían, tuvieron miedo, clamaron al Señor y le dijeron
a Moisés:
«¿Acaso no había
sepulturas en Egipto, para que nos trajeras a morir en el desierto? ¿Para qué
nos sacaste de Egipto? ¿No te dijimos claramente allá: “Déjanos en paz; queremos servir a los
egipcios?” Pues más vale servir a los egipcios que morir en el
desierto».
Moisés le contestó al pueblo:
«No teman; permanezcan firmes y verán la victoria que el Señor les va a
conceder hoy. Los egipcios que ven ahora, no los volverán a ver nunca. El Señor
peleará por ustedes, y ustedes no tendrán que preocuparse por nada».
Entonces el Señor le dijo a Moisés:
«¿Por qué sigues
clamando a mí? Dile a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu
bastón, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas
entren en el mar sin mojarse. Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios
para que los persigan, y me cubriré de gloria a expensas del faraón y de todo
su ejército, de sus carros y jinetes. Cuando me haya cubierto de gloria a
expensas del faraón, de sus carros y jinetes, los egipcios sabrán que yo soy el
Señor».
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Alabemos
al Señor por su victoria.
Cantemos
al Señor, sublime es su victoria: caballos y jinetes arrojó en el mar. Mi
fortaleza y mi canto es el Señor, él es mi salvación; él es mi Dios, y yo lo
alabaré, es el Dios de mis padres, y yo le cantaré.
Alabemos al Señor por su victoria.
El
Señor es un guerrero, su nombre es el Señor. Precipitó en el mar los carros del
faraón, y a sus guerreros; ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes.
Alabemos al Señor por su victoria.
Las
olas los cubrieron, cayeron hasta el fondo como piedras. Señor, tu diestra
brilla por su fuerza, tu diestra, Señor, tritura al enemigo.
Alabemos al Señor por su victoria.
Aclamación
antes del Evangelio
Aleluya,
aleluya.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón».
Aleluya.
†
Lectura del santo Evangelio según san Mateo
12, 38-42
Gloria
a ti, Señor.
En
aquel tiempo, unos escribas y fariseos dijeron a Jesús:
«Maestro, queremos verte hacer una señal prodigiosa».
El les respondió:
«Esta gente malvada e infiel está reclamando una señal, pero la única señal que
se le dará, será la del profeta Jonás. Pues de la misma manera que Jonás estuvo
tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así también el Hijo del
hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra.
Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta gente y la
condenarán, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí
hay alguien más grande que Jonás.
La reina del sur se levantará el día del juicio contra esta gente y la
condenará, porque ella vino de los últimos rincones de la tierra a oír la
sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien más grande que Salomón».
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Que
este sacrificio de acción de gracias y de alabanza que vamos a ofrecerte, nos
ayude, Señor, a conseguir nuestra salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
El
Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado
hacia el Señor.
Demos gracias al Señor,
nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En
verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Pues aunque no necesitas de nuestra alabanza, es don tuyo el que seamos
agradecidos; y aunque nuestras bendiciones no aumentan tu gloria, nos
aprovechan para nuestra salvación, por Cristo, Señor nuestro.
Por eso,
unidos a los ángeles, te aclamamos
llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo…
Antífona
de la Comunión
Señor,
yo creo que eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Oremos:
Que el Cuerpo y la Sangre de Cristo que nos has dado en este sacramento, Señor,
sean para todos nosotros prenda segura de vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Tabla de Versiones
para estas lecturas:
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Versión 5 |
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1.1 Nos impacta en la primera lectura la impresionante
inestabilidad del corazón humano. Ya habían decidido los egipcios que era mejor
dejar ir a los hebreos, pero ahora cambian y se resuelven a una persecución
furiosa. Ya habían festejado los hebreos su liberación, pero ahora cambian al
sentirse perseguidos y piensan que hubiera sido mejor quedarse en Egipto.
1.2 Así es el corazón humano: poco disfruta el bien que
posee y mucho añora el bien que no le ha llegado o el que se ha ido de su mano.
Valoramos poco y agradecemos poco el presente, mientras la nostalgia se adueña
de nuestros recuerdos y una esperanza ingenua nos hace aguardar casi culaquier
cosa del futuro.
2.1 Para Faraón el duelo de su hijo primogénito fallecido ha
durado poco. Es un hombre muy capataz y poco papá, en realidad. Pronto hace sus
cuentas y comprende lo sucedido: ¡ha perdido una fuerza de trabajo! ¡No ha
cuidado sus recursos de producción! Y a eso es a lo que sale, brioso como su
propios corceles: a recuperar las fuentes de su riqueza y a demostrar a todos
quién es el dueño de Egipto.
2.2 Dios, por su parte, revela a Moisés el sentido de la
maravillosa intervención que hará junto al mar: de lo que se trata es de
demostrar si esos israelitas son una fuerza de trabajo para la gloria de un
hombre, o si son unos elegidos y bendecidos para manifestación de la gloria de
Dios.
3.1 Los israelitas se veían tan pequeños a ojos de Faraón
que sólo encontraba en ellos una fuerza de de trabajo, un recurso para la
producción. De modo análogo, Jesús se ve pequeño, porque es humilde; y débil,
porque no es agresivo; y pobre, porque no es ostentoso. Pero Jesús es grande,
en realidad, y más grande que los grandes del Antiguo Testamento. Así lo
testifica él mismo, para nuestro bien, en el evangelio de hoy.
3.2 De esta escena opaca podemos aprender cosas luminosas,
sin embargo. Ante todo, que el misterio de Cristo y la grandeza de su mensaje
no son <<obvios>>. Uno puede estar cerca del Redenotr sin descubrirlo,
y en un caso extremo, uno puede desfallecer sin darse cuenta del brazo fuerte
del Salvador, que está ahí junto a nosotros.
3.3 También aprendemos de aquí a no ser excesivamente duros con los demás, especialmente si no comparten nuestra fe o nuestro fervor o nuestro apostolado. Da gracias por la fe que tienes, que no será mayor porque critiques a quien no la tiene. Da gracias por el amor o el entusiasmo o la alegría que te mueven, que no van a ser mayores ni mejores porque los eches de menos en los que no los tienen.
***
Tenga en cuenta que no todos los prefacios aquí transcritos son de uso normativo. ***
Estos textos litúrgicos y
bíblicos han sido proporcionados con
autorización
a partir de esta completísima página de lecturas en uso en la liturgia
católica.
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