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audio por: Fr. Nelson Medina, O.P.
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1. El día de hoy y el de mañana, por una antiquísima tradición, la Iglesia omite por completo la celebración del sacrificio eucarístico.
2. El altar deber estar desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros, sin manteles.
3. Después del mediodía, alrededor de las tres, a no ser que por razón pastoral se elija una hora más avanzada, se celebra la Pasión del Señor, que consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Sagrada Comunión.
En este día la sagrada comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la celebración de la Pasión del Señor.
4. El sacerdote y los ministros, revestidos de color rojo como
para la misa, se dirigen al altar y, hecha la debida reverencia, se postran
rostro en tierra o, si se juzga mejor, se arrodillan y oran todos en silencio
por unos momentos.
5. Enseguida el sacerdote con los ministros va a la sede, donde, de cara al
pueblo y con las manos juntas, dice la siguiente oración.
¡Oh Dios!, tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro, por medio de
su pasión ha destruido la muerte, que, como consecuencia del antiguo pecado, a
todos los humanos alcanza. Concédenos hacernos semejantes a él. De este modo,
los que hemos llevado grabada, por exigencia de la naturaleza humana, la imagen
de Adán, el humano terreno, llevaremos grabada en adelante, por la acción
santificadora de tu gracia, la imagen de Jesucristo, el humano celestial. Que
vive y reina por los siglos de los
siglos.
Amén.
6. Luego todos se sientan y se proclama la lectura del profeta Isaías con su salmo.
Lectura del libro del profeta Isaías
52, 13-15; 53, 1-12
Miren, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como
muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía
aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos: ante él los reyes cerrarán la
boca, al ver algo inenarrable y
contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se
reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como un brote, como raíz en
tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado
a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo
estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros
crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó
sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no
abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como una oveja ante el
esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. ¿Quién meditó en su destino? Lo
arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malhechores; porque murió con los malvados, aunque
no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso
triturarlo con el sufrimiento. Cuando
entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo
que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su
alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes,
con los poderosos tendrá parte en los despojos;
porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y
él tomó el pecado de muchos e intercedió
por los pecadores.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado. En tus
manos encomiendo mi espíritu; tú, mi
Dios leal, me librarás.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Soy la burla de mis enemigos, mis vecinos y parientes de mí
se espantan, los que me ven pasar huyen de mí. Estoy en el olvido, como un
muerto, me han desechado como objeto tirado en la basura.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Pero yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios. En tus manos
está mi destino. Líbrame de los enemigos que me persiguen.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo, sálvame por tu misericordia. Sean fuertes
y valientes de corazón, los que esperan en el Señor.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
7. A esta lectura sigue la de la carta a los Hebreos con la aclamación del Evangelio.
Lectura de la carta a los Hebreos
4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos: Jesús, el
Hijo de Dios, es nuestro Sumo Sacerdote que ha entrado en el cielo. Mantengamos
firme la profesión de nuestra fe. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no sea
capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado
por las mismas pruebas que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos,
por tanto, confiadamente al trono de la
gracia, a fin de recibir misericordia, y
hallar gracia para ser socorridos en el
momento oportuno.
Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas con fuertes voces
y lágrimas, al que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad.
él, a pesar de ser Hijo, aprendió a obedecer padeciendo. Y, llegado a su
perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por
eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «nombre-sobre-todo-nombre».
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
8. Finalmente se lee la Pasión del Señor según san Juan, del mismo modo que el domingo precedente.
Gloria a ti, Señor.
C. En aquel tiempo Jesús salió con sus discípulos al otro
lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus
discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía
a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos
guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles,
antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y
les dijo:
†. «¿A quién buscan?»
C. Le contestaron:
S. «A Jesús el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
†. «Yo soy».
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles «Yo soy»,
retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
†. «¿A quién buscan?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús el Nazareno».
C. Jesús contestó:
†. «Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen marchar a éstos».
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me
diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del
sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo
entonces Jesús a Pedro:
†. «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a
beber?»
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron
y lo llevaron primero a Anás, porque era
suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los
judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo». Simón
Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo
sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se
quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo
sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a
Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C. El dijo:
S. «No lo soy».
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y
se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo
sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le
contestó:
†. «Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la
sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a
escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de
qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo».
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a
Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
†. «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como
se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de
pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. El lo negó diciendo:
S. «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquél a quien Pedro le
cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo con él en el
huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa
de Caifás al Pretorio. Era al amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para
no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, a
donde estaban ellos y dijo:
S. «¿Qué acusación presentan contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. «Llévenselo ustedes y júzguenlo según su ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a
morir. Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le contestó:
†. «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han
dicho otros de mí?»
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí;
¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
†. «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia
habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es
de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. «Conque ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
†. «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la
verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
S. «Y ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre ustedes que por
Pascua ponga a uno en libertad. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?»
C. Volvieron a gritar:
S. «A ése no, a Barrabás».
C. (El tal Barrabás era un bandido). Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó
azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la
cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él le
decían:
S. «¡Salve, rey de los Judíos!»
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Miren, se los saco afuera, para que sepan que no encuentro en él ninguna
culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color
púrpura. Pilato les dijo:
S. «Aquí lo tienen».
C. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos contestaron:
S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha
declarado Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad
para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
†. «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo
alto. Por eso el que me ha entregado a
ti tiene un pecado mayor».
C. Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está
contra el César».
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que
llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la
Pascua, hacia el medio día. Y dijo Pilato a los judíos:
S. «Aquí tienen a su Rey».
C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿A su rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que el César».
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él,
cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se
dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y
en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él
estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los Judíos». Leyeron el letrero
muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba
escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos
le dijeron a Pilato:
S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino “Este ha dicho: Soy rey de los
judíos”».
C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está».
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro
partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi
túnica”.
Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la
hermana de su madre María la de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, al ver a
su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
†. «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
C. Luego al discípulo:
†. «Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto,
sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la
Escritura dijo:
†. «Tengo sed».
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en
vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el
vinagre, dijo:
†. « Todo está cumplido».
C. E, inclinando la cabeza, entregó el Espíritu.
En este momento todos se arrodillan y oran unos momentos en silencio.
C.- Los judíos entonces, como era el día de la Preparación,
para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado
era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los
quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al
otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había
muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza
le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da
testimonio y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que
también ustedes crean. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y
en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos,
pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó.
él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido
a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se
acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo
crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado
todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro
estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Hasta aquí la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Juan.
9. Después de la lectura de la Pasión se tiene, si parece oportuno, una breve homilía.
10. La liturgia de la Palabra se termina con la oración universal, que se hace de esta manera: el celebrante, desde el ambón o en el altar, dice el invitatorio que expresa la intención.
Enseguida oran todos en silencio durante un espacio de
tiempo y luego el celebrante, dice la oración con las manos extendidas. Los
fieles pueden permanecer arrodillados o de pie durante todo el tiempo de las
oraciones.
11. Las Conferencias Episcopales pueden aprobar algunas aclamaciones del pueblo
antes de cada oración del sacerdote o disponer que se conserve la invitación
tradicional del diácono:
«Arrodillémonos», «Levantémonos» y la costumbre de que los fieles se
arrodillen en silencio durante la oración.
12. Cuando hay una grave necesidad pública, el Ordinario del lugar puede permitir o prescribir que se añada alguna intención especial.
13. De las oraciones que se presentan en el misal, el celebrante puede escoger las que sean más apropiadas para las circunstancias del lugar, cuidando, sin embargo, de que se conserve la serie de intenciones establecidas para la oración universal.
I. Por la Santa Iglesia
Oremos, hermanos y hermanas, por la santa Iglesia de Dios,
para que el Señor le conceda la paz y la unidad, la proteja en todo el mundo y
nos conceda una vida serena para alabar a Dios Padre todopoderoso.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo revelaste tu
gloria a todas las naciones, conserva la obra de tu amor para que tu Iglesia,
extendida por todo el mundo, persevere con fe inquebrantable en la confesión de
tu nombre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
II. Por el Papa
Oremos también por nuestro Santo Padre, el Papa Juan Pablo II, para que Dios nuestro Señor, que lo eligió entre los obispos, lo asista y proteja para bien de su Iglesia como guía y pastor del pueblo santo de Dios.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, cuya providencia gobierna todas las cosas: atiende
nuestras súplicas y protege con tu amor al Papa que nos has elegido, para que
el pueblo cristiano, confiado por ti a su guía pastoral, progrese siempre en la
fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
III. Por el pueblo de Dios y sus ministros
Oremos también por nuestros obispos, presbíteros, diáconos,
y por todos los miembros del pueblo
Santo de Dios.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu santificas y
gobiernas a toda tu Iglesia; escucha nuestras súplicas y concédenos tu gracia
para que todos, según nuestra vocación, podamos servirte con fidelidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
IV. Por los catecúmenos
Oremos también por los catecúmenos, para que Dios nuestro Señor les ilumine interiormente y les comunique su amor; y para que, mediante el bautismo, se les perdonen todos sus pecados y queden incorporados a Cristo, nuestro Señor.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que sin cesar concedes nuevos
hijos a tu Iglesia; aumenta en los catecúmenos el conocimiento de su fe, para
que puedan renacer por el bautismo a la vida nueva de tus hijos de adopción.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
V. Por la unidad de los cristianos
Oremos también por todos los hermanos que creen en Cristo, para que Dios
nuestro Señor les conceda vivir sinceramente lo que profesan y se digne
reunirlos para siempre en un solo rebaño.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que reúnes a los que están
dispersos y los mantienes en la unidad; mira con amor a todos los cristianos, a
fin de que cuantos están consagrados por un solo bautismo formen una sola
familia unida por el amor y la integridad de la fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VI. Por los judíos
Oremos también por el pueblo judío, al que Dios se dignó hablar por medio de los profetas, para que el Señor le conceda progresar continuamente en el amor a su nombre y en la fidelidad a su alianza.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que prometiste llenar de
bendiciones a Abrahán y su descendencia; escucha las súplicas de tu Iglesia y
concede al pueblo de la primitiva alianza alcanzar la plenitud de la redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VII. Por los que no creen en Cristo
Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el
Espíritu Santo, puedan encontrar el
camino de la salvación.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en
Cristo buscar sinceramente agradarte para que encuentren la verdad; y a nosotros,
tus fieles, concédenos progresar en el amor fraterno y en el deseo de conocerte
más, para dar al mundo un testimonio creíble de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
VIII. Por los que no creen en Dios
Oremos también por los que no admiten a Dios, para que obren siempre con bondad y rectitud y puedan alcanzar el premio de llegar a él.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que creaste a los seres humanos
para que te busquen, y, sólo al encontrarte hallen descanso; concédenos que, en
medio de las adversidades de este mundo, todos reconozcan las señales de tu
amor y estimulados por el testimonio de nuestra vida tengan por fin la alegría
de reconocerte como único Dios y Padre
de todos los humanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
IX. Por los gobernantes
Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor les inspire decisiones que promuevan el bien común en un ambiente de paz y libertad.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, en cuyas manos está mover el
corazón de los humanos y defender los derechos de los pueblos; asiste a los que
gobiernan para que, con tu ayuda, promuevan una paz duradera, un auténtico
progreso social y una verdadera libertad
religiosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
X. Por los que se encuentran en alguna tribulación
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso por todos los que en el mundo sufren las consecuencias del pecado, para que cure a los enfermos, dé alimento a los que padecen hambre, libere de la injusticia a los perseguidos, redima a los encarcelados, conceda volver a casa a los emigrantes y desterrados, proteja a los que viajan y dé la salvación a los moribundos.
Se ora un momento en silencio.
Prosigue el celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los que lloran y
fuerza de los que sufren; lleguen hasta ti las súplicas de quienes te invocan
en su tribulación, para que sientan en sus adversidades la ayuda de tu
misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Segunda Parte
14. Terminada la oración universal, se hace la adoración solemne de la Santa Cruz. Se puede elegir una de las dos formas que se proponen para mostrarla.
Primera forma de mostrar la Santa Cruz
15. Se lleva al altar la cruz cubierta, acompañada por dos ministros con velas encendidas.
El celebrante, de pie ante el altar, toma la cruz, descubre un poco su extremo superior y la eleva, comenzando a cantar el invitatorio «Miren el árbol de la cruz». Todos responden: «Vengan a adorarlo», y terminado el canto se arrodillan y la adoran en silencio durante unos instantes, permaneciendo el celebrante de pie con la cruz en alto. El celebrante descubre el brazo derecho de la cruz, y elevándola de nuevo, canta la invitación «Miren el árbol de la cruz», y prosigue como la primera vez. Finalmente descubre por completo la cruz y, elevándola, comienza por tercera vez el invitatorio «Miren el árbol de la cruz».
16. Seguidamente, acompañándole dos ministros con velas encendidas, lleva la cruz a la entrada del presbiterio o a otro sitio adecuado. Allí la deja o la entrega a los ministros o acólitos para que la sostengan, dejando las dos velas a los lados de la cruz. Se hace luego la adoración de la santa cruz como se indica.
Segunda forma de mostrar la
Santa Cruz
17. El celebrante, o el diácono, con los ministros, se dirige a la puerta de la iglesia donde toma la cruz descubierta, los ministros le acompañan con unos candelabros encendidos, y van procesionalmente por la iglesia hacia el prebiterio. Cerca de la puerta, en medio de la iglesia y antes de subir al presbiterio, el que lleva la cruz descubierta canta la invitación «Miren el árbol de la cruz», a la que todos responden «vengan a adorarlo», y después de cada una de las respuestas se arrodillan y la adoran en silencio durante unos momentos, como se ha indicado más arriba.
Después se coloca la cruz con los candelabros a la entrada
del prebiterio.
Adoración de la cruz
18. El celebrante, el clero y los fieles se acercan procesionalmente y adoran la cruz, haciendo delante de ella una genuflexión simple o algún otro signo de veneración (como el de besarla), según la costumbre de la región. Mientras tanto, se canta la antífona «Tu cruz adoramos», los Improperios u otros cánticos apropiados; los que ya hicieron la adoración de la cruz están sentados.
19. Terminada la adoración, la cruz es llevada al altar y puesta en su lugar. Los ciriales encendidos son colocados a los lados del altar junto a la cruz.
Tercera parte
20. Se extiende un mantel sobre la mesa del altar y se pone el corporal y el libro. Enseguida el diácono o, en su defecto, el celebrante, trae el Santísimo Sacramento del lugar del depósito directamente al altar, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos ministros con candelabros encendidos acompañan al Santísimo Sacramento, y depositan luego los candelabros a los lados del altar o sobre él.
21. Allí, teniendo las manos juntas, el celebrante dice en voz alta:
Fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
El sacerdote con las manos extendidas, dice junto con el pueblo: Padre nuestro…
El sacerdote con las manos extendidas, prosigue él solo:
Líbranos, Señor, de todos los males, y
concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras
esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Junta las manos. El pueblo concluye la plegaria aclamando:
¡Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor!
22. A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:
«Señor Jesucristo, que esta comunión de tu Cuerpo que me
atrevo a recibir, no sea para mí causa de condenación, sino que por tu piedad,
me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable».
23. Seguidamente hace genuflexión, toma una hostia y, sosteniéndola un poco
elevada sobre el copón y vuelto hacia el pueblo, dice en voz alta:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los
invitados a la cena del Señor.
Y juntamente con el pueblo, prosigue:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Luego, comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.
24. Después distribuye a los fieles la comunión. Durante ella se pueden entonar cánticos apropiados.
25. Acabada la comunión, se traslada el sacramento al
sagrario especial. Después de un breve y
conveniente silencio, el celebrante dice la siguiente oración: Dios
todopoderoso y eterno, que nos has redimido con la gloriosa muerte y
resurrección de Jesucristo por medio de nuestra participación en este
Sacramento, prosigue en nosotros la obra de tu amor y ayúdanos a vivir
entregados siempre a tu servicio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Que tu bendición, Señor, descienda con abundancia sobre este
pueblo, que ha celebrado la muerte de tu Hijo con la esperanza de su santa resurrección; venga sobre él tu perdón,
concédele tu consuelo, acrecienta su fe y consolida en él la redención eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Y todos salen en silencio. El altar se desnuda en el momento oportuno.
Tabla de Versiones
para estas lecturas:
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Versión 1 |
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Versión 2 |
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Versión 3 |
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Versión 4 |
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Versión 5 |
1.1 En este día, marcado por el dolor más grande, la primera frase que hemos escuchado es sin embargo un grito de esperanza: <<Mi siervo tendrá éxito, crecerá y llegará muy alto....>>. Todo lo que sigue es espantoso en la visión de Isaías y más terrible aún en el drama del calvario.
1.2 Pero ese sufrimiento inmenso no puede, no debe callar el primer enunciado: <<tendrá éxito>>. Ése, el Cristo de la cruz y las llagas; el Señor insultado y escarnecido; el Rey de burlas y de blasfemias, ése, precisamente ese, <<tendrá éxito>>.
2.1 En la Cruz se cumple plenamente aquella extraña ley que parece gobernar las escogencias del amor divino: ya de antiguo habíamos oído cómo se levantaba la voz de los profetas clamando en favor del huérfano y la viuda, el levita y el forastero. Los desclasificados, <<los que sobran>>, los que no cuentan para el mundo están muy delante de los ojos del Altísimo, que los conoce y ama por su nombre.
2.2 Y Cristo, el Siervo de Dios, ese que, según el profeta, <<ni siquiera tenía figura humana>> es en la Cruz como el embajador y síntesis viva de todos ellos, los que nunca hemos querido ver, los que no reciben sino desprecio y ante los que siempre se vuelve la espalda. Ahí, en la Cruz, Dios abraza en amor a su Hijo Doliente, y en él a los dolientes del mundo y los olvidados de la historia.
3.1 La Carta a los Hebreos abre para nosotros otro camino de meditación al gran misterio que celebramos en este día. En la segunda lectura, en efecto, hemos oído que Cristo es nuestro <<sacerdote compasivo>>. ¡Qué nombre tan bello!
3.2 Sacerdote que ofrece la hostia de su Cuerpo; sacerdote que ofrece en el cáliz de su pecho su propia Sangre; sacerdote que ora por nosotros y en nombre nuestro se presenta como abogado y curador de nuestra causa; sacerdote, en fin, que hace oír en los cielos la voz de nuestras miserias y dolores.
3.3 Sacerdote compasivo, porque conoce nuestros dolores, sabe de tentaciones, es experto en sufrimiento, conocedor de la traición de sus amigos y del odio de sus enemigos. Amador de los que salva y salvador de los que en él buscamos refugio, sanación y nueva fuerza.
4.1 De tantas meditaciones preciosas sobre la ofrenda de Cristo al término de su vida, escuchemos un aparte del párrafo 18 de la Carta Apostólica <<Salvifici Doloris>>, del Papa Juan Pablo II.
4.2 Cristo sufre voluntariamente y sufre inocentemente. Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado, en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y esto de una manera todavía más radical, ya que El no es sólo un hombre como Job, sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la que está formada la pregunta. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintética de esta enseñanza: <<la doctrina de la Cruz>>, como dirá un día San Pablo.
4.3 Esta <<doctrina de la Cruz>> llena con una realidad definitiva la imagen de la antigua profecía. Muchos lugares, muchos discursos durante la predicación pública de Cristo atestiguan cómo El acepta ya desde el inicio este sufrimiento, que es la voluntad del Padre para la salvación del mundo. Sin embargo, la oración en Getsemaní tiene aquí una importancia decisiva. Las palabras: <<Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú>>; y a continuación: <<Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad>>, tienen una pluriforme elocuencia. Prueban la verdad de aquel amor, que el Hijo unigénito da al Padre en su obediencia. Al mismo tiempo, demuestran la verdad de su sufrimiento. Las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní prueban la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. Las palabras de Cristo confirman con toda sencillez esta verdad humana del sufrimiento hasta lo más profundo: el sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece. El dice: <<pase de mí>>, precisamente como dice Cristo en Getsemaní.
4.4 Sus palabras demuestran a la vez esta única e incomparable profundidad e intensidad del sufrimiento, que pudo experimentar solamente el Hombre que es el Hijo unigénito; demuestran aquella profundidad e intensidad que las palabras proféticas antes citadas ayudan, a su manera, a comprender. No ciertamente hasta lo más profundo (para esto se debería entender el misterio divino-humano del Sujeto), sino al menos para percibir la diferencia (y a la vez semejanza) que se verifica entre todo posible sufrimiento del hombre y el del Dios-Hombre. Getsemaní es el lugar en el que precisamente este sufrimiento, expresado en toda su verdad por el profeta sobre el mal padecido en el mismo, se ha revelado casi definitivamente ante los ojos de Cristo.
4.5 Después de las palabras en Getsemaní vienen las pronunciadas en el Gólgota, que atestiguan esta profundidad -única en la historia del mundo- del mal del sufrimiento que se padece. Cuando Cristo dice: <<Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?>>, sus palabras no son sólo expresión de aquel abandono que varias veces se hacía sentir en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos y concretamente en el Salmo 22 [21], del que proceden las palabras citadas. Puede decirse que estas palabras sobre el abandono nacen en el terreno de la inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre <<cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros>> y sobre la idea de lo que dirá San Pablo: <<A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros>>. Junto con este horrible peso, midiendo <<todo>> el mal de dar las espaldas a Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios. Pero precisamente mediante tal sufrimiento El realiza la Redención, y expirando puede decir: <<Todo está acabado>>.
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Tenga en cuenta que no todos los prefacios aquí transcritos son de uso normativo. ***
Estos textos litúrgicos y
bíblicos han sido proporcionados con
autorización
a partir de esta completísima página de lecturas en uso en la liturgia
católica.
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