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audio por: Fr. Nelson Medina, O.P.
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Oremos
Dios nuestro, que nos has reunido para celebrar aquella Cena en la cual tu Hijo
único, antes de entregarse a la muerte confió a la Iglesia el sacrificio nuevo
y eterno, sacramento de su amor, concédenos alcanzar por la participación en
este sacramento la plenitud del amor y de la vida.
Por nuestro Señor Jesucristo...
Amén.
Lectura del libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra
de Egipto:
«Este mes será para ustedes el primero de todos los meses
y el principio del año.
Díganle a toda la comunidad de Israel:
El día diez de este mes tomará cada uno un cordero por familia, uno por casa.
Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con los vecinos
y elija un cordero adecuado al número de personas y a la cantidad que cada cual
pueda comer. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo guardarán hasta el día catorce del mes, cuando toda la comunidad de los
hijos de Israel lo matará al atardecer.
Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas y el dintel de la puerta de la casa
donde vayan a comer el cordero. Esa noche comerán la carne asada a fuego,
comerán panes sin levadura y hierbas amargas. Comerán así: con la cintura
ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y comerán a toda
prisa, porque es la Pascua, es decir, el
paso del Señor.
Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos sus primogénitos,
desde los hombres hasta los ganados.
Castigaré a todos los dioses de Egipto, yo, el Señor. La sangre les servirá de
señal en las casas donde habitan ustedes: cuando yo vea la sangre, pasaré de
largo, y no habrá entre ustedes plaga exterminadora cuando hiera yo la tierra
de Egipto. Ese día para ustedes será un memorial y lo celebrarán como fiesta en
honor del Señor. De generación en
generación celebrarán esta festividad, como institución perpetua».
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Levantaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos
lava.
A los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos. De
la muerte, Señor, me has librado, a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos
lava.
Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre; cumpliré mis
promesas al Señor ante todo el pueblo.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos
lava.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los
Corintios
11, 23-26
Hermanos:
Yo recibí del Señor lo mismo que les he
transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan
y, pronunciando la acción de gracias, lo
partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; hagan esto cada vez que
beban, en memoria mía».
Por eso, cada vez que comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la
muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Honor y gloria a Ti,
Señor Jesús.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor: que se amen unos a otros, como yo
los he amado.
Honor y gloria a Ti, Señor Jesús.
† Lectura del santo Evangelio según san Juan
13, 1-15
Gloria a Ti, Señor.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había
llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, y habiendo amado a los suyos,
que estaban en el mundo, los amó hasta
el extremo.
En el transcurso de la cena, ya el
diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de
entregar a Jesús. Jesús consciente que el Padre había puesto en sus manos todas
las cosas, y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de
la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó
agua en una palangana y se puso a
lavarles los pies a los discípulos, y a secárselos con la toalla
que se había ceñido.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le
dijo:
«Señor,¿Tú me vas a lavar los pies a
mí?»
Jesús le replicó:
«Lo que estoy haciendo tú no lo
entiendes ahora: lo comprenderás más tarde».
Pedro replicó:
«Tú no me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tendrás parte
conmigo».
Entonces le dijo Simón Pedro:
«En ese caso, Señor, no sólo los pies,
sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dijo:
«El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio.
Y ustedes están limpios, aunque no
todos».
Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo:
«No todos están limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo
que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor, y
dicen bien, porque lo soy.
Pues si yo, que soy el Maestro y el
Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos
a los otros.
Les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes».
Palabra del Señor.
Gloria a Ti, Señor Jesús.
Se dice «Credo».
En la homilía se exponen los grandes hechos que se recuerdan en esta Misa, es
decir, la institución de la Sagrada Eucaristía y del Orden Sacerdotal y el
mandato del Señor sobre la caridad fraterna.
Después de la homilía, donde lo aconseje el bien pastoral, se lleva a cabo el lavatorio de los pies.
Las personas designadas para el rito van, acompañadas por
los ministros, a ocupar los asientos preparados para ellos en un lugar visible.
El celebrante, quitada la casulla si es necesario, se acerca a cada una de las
personas designadas y, con la ayuda de los ministros, les lava los pies y se
los seca. Mientras tanto, se canta alguna de las siguientes antífonas
o algún otro canto apropiados.
Antífona Primera
El Señor se levantó de la mesa,
echó agua en un recipiente y se puso a lavar los pies de sus discípulos para
darles ejemplo.
Antífona Segunda
— Señor, ¿pretendes Tú
lavarme los pies?…
Jesús le respondió:
—Si no te lavo los pies, no tendrás nada que ver conmigo.
Fue Jesús hacia Simón Pedro y éste le
dijo:
— Señor, ¿pretendes Tú lavarme los
pies?…
—Lo que yo estoy haciendo
tú no lo entiendes ahora; lo entenderás más tarde.
— Señor, ¿pretendes Tú lavarme los
pies?…
Antífona Tercera
— Si yo, que soy el maestro y el Señor, les he lavado los pies, ¡con cuánta mayor razón ustedes deben lavarse los pies unos a otros!
Antífona Cuarta
— En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros.
Antífona Quinta
— Este nuevo mandamiento les doy: que se amen los unos a los otros como yo los he amado, dice el Señor.
Antífona sexta
— Que permanezca en ustedes la fe, la esperanza y el amor;
pero la mayor de estas tres virtudes es el amor.
Ahora tenemos la fe, la esperanza y el
amor;pero la mayor de estas tres virtudes es el amor.
Inmediatamente después del lavatorio de los pies o, si éste no tuvo lugar,
después de la homilía
se hace la oración de los fieles.
(No se dice Credo)
Celebrante:
Oremos a Dios Padre, que en Jesucristo
su Hijo nos ha amado hasta el extremo.
(Respondemos:
Te rogamos, Señor, óyenos.)
Por la Iglesia, cuerpo de Cristo: para que guarde la unidad
en la caridad que quiso para ella Jesucristo, y así el mundo crea.
Roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.
Por el Papa, los obispos,
los presbíteros y todos los que ejercen algún ministerio en la Iglesia:
para que su vida sea siempre, a imagen de Cristo, servicio y entrega a sus
hermanos.
Roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor óyenos.
Por la unión de los cristianos de Oriente y Occidente: para que encontremos
la unidad en la Cena del Señor.
Roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.
Por los gobernantes de todas las naciones: para que sirvan a
sus pueblos promoviendo la justicia y la paz.
Roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.
Por nosotros,
reunidos en este templo para participar en la Cena del Señor: para que, siguiendo el ejemplo de Cristo,
vivamos la urgencia del mandamiento nuevo de amar a todos, incluso a los que
nos quieren mal.
Roguemos al Señor.
Te rogamos, Señor, óyenos.
Celebrante:
Dios, Padre nuestro, que has amado tanto
al mundo que entregaste a tu Hijo a la muerte por nosotros, escucha nuestras súplicas y concédenos lo que
te pedimos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Concédenos, Señor, participar dignamente en esta
Eucaristía, porque cada vez que
celebramos el memorial de la muerte de
tu Hijo, se realiza la obra de nuestra
redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno, por
Cristo nuestro Señor, el cual, verdadero y eterno sacerdote, al instituir el
sacrificio perdurable, se ofreció a Ti
como víctima salvadora y nos
mandó que lo ofreciéramos como memorial suyo.
En efecto, cuando comemos su carne,
inmolada por nosotros, quedamos
fortalecidos; y cuando bebemos su sangre,
derramada por nosotros, quedamos limpios
de nuestros pecados.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de la Comunión
Este es mi Cuerpo,
que se da por ustedes.
Este cáliz es la nueva alianza establecida por mi Sangre; cuantas veces lo
beban, háganlo en memoria mía, dice el Señor.
Después de distribuir la comunión, se deja sobre el altar un copón con
hostias para la comunión del día
siguiente, y se termina
con esta oración.
Señor, Tú que nos permites disfrutar en esta vida de la Cena instituida por tu Hijo, concédenos
participar también del banquete
celestial de tu Reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Dicha la oración después
de la comunión, el sacerdote, de pie ante el altar, pone incienso en el
incensario y, arrodillado, inciensa tres
veces al Santísimo Sacramento. Enseguida recibe el paño de hombros, toma en sus
manos el copón y lo cubre con las extremidades del paño. Se forma entonces la
procesión para llevar al Santísimo Sacramento a través del templo, hasta el
sitio donde se le va a guardar.
Va adelante un acólito con la cruz alta; otros acólitos acompañan al Santísimo
Sacramento con ciriales e incienso. El lugar de depósito debe estar preparado
en alguna capilla convenientemente adornada.
Durante la procesión, se canta algún
canto eucarístico. Al llegar la procesión al lugar donde va a depositarse el
Santísimo Sacramento, el sacerdote deposita el copón y, poniendo de nuevo
incienso en el incensario, lo inciensa
arrodillado mientras se canta la parte
final del himno «A tan grande
Sacramento».
Enseguida se cierra el tabernáculo o la urna del depósito.
Después de unos momentos de adoración en silencio, el sacerdote y los ministros
hacen genuflexión y vuelven a la sacristía.
Enseguida se desnuda el altar, y si es posible, se quitan del templo las
cruces. Si algunas no se pueden quitar, es conveniente que queden cubiertas con
un velo.
Exhórtese a los fieles, según las
circunstancias y costumbres del lugar, a dedicar alguna parte de su tiempo,
en la noche, a la adoración delante del Santísimo Sacramento.
Esta adoración, después de la medianoche, hágase sin solemnidad.
Tabla de Versiones
para estas lecturas:
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Versión 8 |
1.1 La Eucaristía es a la vez el recuerdo más entrañable que tenemos de Jesús, y la presencia más intensa de su amor incalculable, y la promesa más cierta de nuestro futuro junto a él.
1.2 La Eucaristía es memoria, presencia y profecía. Resumen perfecto de todas las ofrendas del Viejo Testamento; síntesis adorable de todas las finezas de Jesús con nosotros; pregustación suavísima de los gozos que sólo serán mejores en la eternidad.
2.1 La Eucaristía es descanso para la vista, el oído, el paladar, el corazón y la mente.
2.2 Descansa nuestra vista mirando al que es bello y fuente de belleza. Descansa nuestro oído recibiendo el eco d su palabra de gracia. Descansa nuestro paladar encontrando un sabor de amor que está lejos del hambre y del hastío. Descansa el corazón amando en la certeza de nunca ser defraudado. Descansa la mente descubriendo que la verdad última de nuestro ser es que hemos sido amados antes de ser creados, y amados para ser perdonados, y amados para tener vida eterna.
3.1 La Eucaristía es comunión con Dios y con los hermanos.
3.2 Comunión significa más que <<común unión>>. Tener comunión es entender el lenguaje del otro; saber de qué ríe, por qué llora, qué le preocupa y cómo se le consuela.
3.3 Estar en comunión con Dios es vibrar con su amor por los pequeños, los pobres y los tristes; es llorar con las lágrimas de Jesús por los pecadores, los endurecidos y los crueles; es padecer con el corazón del Señor y derramar sobre el mundo gracia como la suya y mirada como la suya también.
3.4 Estar en comunión es saber ir y volver del corazón del Amado. Es tener siempre una puerta abierta para el Amigo. Es cantar sus canciones y darle nuestras poesías. Es sentir que el tiempo se muere y que la eternidad amanece.
***
Tenga en cuenta que no todos los prefacios aquí transcritos son de uso normativo. ***
Estos textos litúrgicos y
bíblicos han sido proporcionados con
autorización
a partir de esta completísima página de lecturas en uso en la liturgia
católica.
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