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audio por: Fr. Nelson Medina, O.P.
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Oremos:
Dios eterno y todopoderoso, que inspiraste a la santísima Virgen María, cuando
llevaba ya en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a santa Isabel; concédenos
docilidad a tu Espíritu a fin de que podamos siempre, con María, reconocer tus
beneficios y alabarte por ellos.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.
Lectura
del libro del profeta Sofonías
3, 14-18a
¡Grita
de felicidad, hija de Sión, regocíjate, Israel, alégrate de todo corazón,
Jerusalén! El Señor ha anulado la sentencia que pesaba sobre ti, ha expulsado a
tus enemigos; el Señor es rey de Israel en medio de ti, no tendrás que temer ya
ningún mal. Aquel día dirán a Jerusalén:
«No tengas miedo, Sión, que tus manos no tiemblen; el Señor tu Dios está en
medio de ti, él es un guerrero que salva. Dará saltos de alegría por ti, su
amor se renovará, por tu causa bailará y se alegrará, como en los días de
fiesta».
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
El
Señor ha hecho maravillas con nosotros.
El
Señor es mi Dios y salvador, con él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi
protección y mi fuerza y ha sido mi salvación. Sacarán agua con gozo de la
fuente de salvación.
El Señor ha hecho maravillas con nosotros.
Den
gracias al Señor e invoquen su nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas,
proclamen que su nombre es sublime.
El Señor ha hecho maravillas con nosotros.
Alaben
al Señor por sus proezas, anúncienlas a toda la tierra. Griten jubilosos,
habitantes de Sión, porque el Dios de Israel ha sido grande con ustedes.
El Señor ha hecho maravillas con nosotros.
Aclamación
antes del Evangelio
Aleluya,
aleluya.
Dichosa tú, Virgen María, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue
anunciado de parte del Señor.
Aleluya.
†
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
1, 39-56
Gloria
a ti, Señor.
Por aquellos
días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea. Entró
en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces
Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces:
«¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo es
posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu
saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Entonces María dijo:
«Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi
Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán
dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el
Poderoso. Su nombre es santo, y su misericordia es eterna con aquellos que le
honran.
Actuó con la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio.
Derribó de sus tronos a los poderosos y engrandeció a los humildes. Colmó de
bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.
Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo
había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus
descendientes para siempre».
María estuvo con Isabel unos tres meses; después regresó a su casa.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Celebrante:
Confiados en la misericordia del Señor, que por medio de santa María Virgen ha
visitado y redimido a su pueblo, oremos a Dios por las necesidades de todos los
seres humanos:
(Respondemos a cada petición:
Te rogamos que nos escuches).
Para
que el Señor, que, por medio de la visita de María, arca de la nueva alianza,
llevó la salvación a la casa de Isabel, conceda a la Iglesia llevar a Cristo a
los que aún no lo conocen, roguemos al Señor.
Te rogamos que nos escuches.
Para
que el Todopoderoso, que hizo obras grandes en María, visite con su gracia a
los que viven a oscuras y les haga descubrir los signos de su presencia en el
mundo, roguemos al Señor.
Te rogamos que nos escuches.
Para
que el ejemplo de María nos haga más atentos a las necesidades de los demás y
nos impulse a imitar su caridad para con los que necesitan una mano buena que
los ayude, roguemos al Señor.
Te rogamos que
nos escuches.
Celebrante:
Verbo eterno de Dios, que escogiste como habitáculo de tu presencia el seno
virginal de santa María, escucha nuestra oración y concédenos imitar fielmente
el ejemplo de caridad de tu Madre.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Dios
todopoderoso, que bendijiste la amorosa solicitud de María, la Madre de tu
Hijo, por su prima Isabel, acepta y bendice los dones que te presentamos y
conviértelos para nosotros en fuente de santificación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
El
Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En
verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Y alabar, bendecir y proclamar tu gloria en la Visitación de santa María,
siempre Virgen. Porque ella concibió a tu único Hijo por obra del Espíritu
Santo y, sin perder la gloria de su virginidad, hizo brillar sobre el mundo la
luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro.
Por él,
los ángeles y los arcángeles, y todos los coros celestiales, celebran tu
gloria, unidos en común alegría. Permítenos asociarnos a sus voces cantando
humildemente tu alabanza:
Santo, Santo, Santo…
Antífona
de la Comunión
Todas
las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas
el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo. Aleluya.
Oremos:
Te demos gracias, Dios nuestro, por este admirable sacramento de tu amor que
has concedido a la Iglesia; y te suplicamos que, así como Juan Bautista se
alegró al sentir la presencia oculta de tu Hijo, así podamos nosotros
reconocer en la Eucaristía la presencia viva de nuestro Salvador, que vive y
reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Tabla de Versiones
para estas lecturas:
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Versión 1 |
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Versión 2 |
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Versión 3 |
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Versión 5 |
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1.1 En este día de la visita de Nuestra Señora a su prima
Isabel, escuchemos hoy con particular amor una meditación que nos ofrece el
Papa Juan Pablo II en su Encíclica <<Redemptoris Mater>>, en los
números 12 y 19, aunque la numeración aquí propuesta es nuestra.
1.2 Poco después de la narración de la anunciación, el
evangelista Lucas nos guía tras los pasos de la Virgen de Nazaret hacia
<<una ciudad de Judá>> (Lc 1, 39). Según los estudiosos esta ciudad
debería ser la actual Ain-Karim, situada entre las montañas, no distante de
Jerusalén. María llegó allí <<con prontitud>> para visitar a Isabel
su pariente. El motivo de la visita se halla también en el hecho de que,
durante la anunciación, Gabriel había nombrado de modo significativo a Isabel,
que en edad avanzada había concebido de su marido Zacarías un hijo, por el
poder de Dios: <<Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo
en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque
ninguna cosa es imposible a Dios>> (Lc 1, 36-37). El mensajero divino se
había referido a cuanto había acontecido en Isabel, para responder a la
pregunta de María: <<¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón?>> (Lc 1, 34). Esto sucederá precisamente por el <<poder del
Altísimo>>, como y más aún que en el caso de Isabel.
1.3 Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la
casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo
saltar de gozo al niño en su seno, <<llena de Espíritu Santo>>, a
su vez saluda a María en alta voz: <<Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu seno>> (cf. Lc 1, 40-42). Esta exclamación o
aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave María, como una
continuación del saludo del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias
más frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía las palabras
de Isabel en la pregunta que sigue: <<¿de donde a mí que la madre de mi
Señor venga a mí?>> (Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y
proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este
testimonio participa también el hijo que Isabel lleva en su seno: <<saltó
de gozo el niño en su seno>> (Lc 1, 44). El niño es el futuro Juan el
Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.
1.4 En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: <<¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!>> (Lc 1, 45). Estas palabras se pueden poner junto al apelativo <<llena de gracia>> del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque <<ha creído>>. La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don.
2.1 ¡Sí, verdaderamente <<feliz la que ha
creído>>! Estas palabras, pronunciadas por Isabel después de la
anunciación, [luego] a los pies de la Cruz, parecen resonar con una elocuencia
suprema y se hace penetrante la fuerza contenida en ellas. Desde la Cruz, es
decir, desde el interior mismo del misterio de la redención, se extiende el
radio de acción y se dilata la perspectiva de aquella bendición de fe. Se
remonta <<hasta el comienzo>> y, como participación en el
sacrificio de Cristo, nuevo Adán, en cierto sentido, se convierte en el
contrapeso de la desobediencia y de la incredulidad contenidas en el pecado de
los primeros padres. Así enseñan los Padres de la Iglesia y, de modo especial,
San Ireneo, citado por la Constitución Lumen gentium: <<El nudo de la
desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la
virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe>>.
2.2 A la luz de esta comparación con Eva los Padres -como
recuerda todavía el Concilio- llaman a María <<Madre de los
vivientes>> y afirman a menudo: <<la muerte vino por Eva, por María
la vida>>.
2.3 Con razón, pues, en la expresión <<feliz la que ha creído>> podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María, a la que el ángel ha saludado como <<llena de gracia>>. Si como a llena de gracia>> ha estado presente eternamente en el misterio de Cristo, por la fe se convertía en partícipe en toda la extensión de su itinerario terreno: <<avanzó en la peregrinación de la fe>> y al mismo tiempo, de modo discreto pero directo y eficaz, hacía presente a los hombres el misterio de Cristo. Y sigue haciéndolo todavía. Y por el misterio de Cristo está presente entre los hombres. Así, mediante el misterio del Hijo, se aclara también el misterio de la Madre.
***
Tenga en cuenta que no todos los prefacios aquí transcritos son de uso normativo. ***
Estos textos litúrgicos y
bíblicos han sido proporcionados con
autorización
a partir de esta completísima página de lecturas en uso en la liturgia
católica.
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