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audio por: Fr. Nelson Medina, O.P.
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En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su misterio pascual. Por lo tanto, en todas las misas se conmemora esta entrada del Señor: por medio de una procesión (I) o de una entrada solemne (Il), antes de la misa principal, y por medio de una entrada sencilla (lll), antes de las demás misas. Pero puede repetirse la entrada solemne (no así la procesión), antes de algunas otras misas que se celebren con gran asistencia del pueblo.
Antífona
¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en el cielo!
Queridos hermanos: Ya desde el principio de la Cuaresma nos
venimos preparando con obras de penitencia y caridad.
Hoy, cercana ya la noche de Pascua, nos reunimos para iniciar, unidos con toda
la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la Pasión y Resurrección
de nuestro Señor Jesucristo, misterios que empezaron con la entrada de Jesús en
Jerusalén.
Acompañemos con fe y devoción a nuestro Salvador en su entrada triunfal a la
ciudad santa, para que, participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener
parte en su resurrección.
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu bendición † estos ramos y, a
cuantos vamos a acompañar a Cristo con cantos, concédenos entrar en la
Jerusalén del cielo por medio de él. Que vive y reina por los siglos de los
siglos.
Amén.
Y rocía con agua bendita los ramos.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
19, 28-40
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús, acompañado de sus discípulos, iba
camino de Jerusalén. Al llegar cerca de Betfagé y de Betania, junto al monte
llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos con este encargo:
«Vayan al poblado de enfrente.
Al entrar, encontrarán atado un burrito, sobre el que nadie ha montado aún;
desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les pregunta por qué lo desatan, le dirán
que el Señor lo necesita».
Fueron los enviados y lo encontraron como Jesús les había dicho. Cuando estaban
desatando el burrito, sus dueños les preguntaron:
«¿Por qué lo desatan?»
Ellos contestaron:
«El Señor lo necesita».
Ellos se lo llevaron a Jesús. Pusieron sus mantos sobre el burrito y ayudaron a
Jesús para que se montara en él. Según iba avanzando, extendían sus mantos en
el camino. Cuando ya se iba acercando a la bajada del monte de los Olivos, los
discípulos de Jesús, que eran eran muchos, llenos de alegría, gritaban
alabanzas a Dios por todos los milagros que habían visto. Decían:
«¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en
las alturas!»
Algunos fariseos de entre la gente le dijeron:
«Maestro, reprende a tus discípulos».
Pero Jesús respondió:
«Les aseguro que si éstos callaran, empezarían a gritar las piedras».
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Queridos hermanos:
Como la muchedumbre que aclamaba a Jesús, acompañemos también nosotros, con
júbilo, al Señor.
Y comienza la procesión hacia el templo donde se va a
celebrar la misa. Va delante el que lleva la cruz
adornada, en medio de los ministros con velas encendidas. A continuación el
celebrante con los ministros, y por último, los fieles, que llevan los ramos en
las manos.
Durante la procesión se cantan cánticos apropiados.
Al entrar la procesión en el templo, se canta el siguiente
responsorio o alternarse con el salmo 23.
Cantor:
Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos
profetizaban la resurrección de Cristo, proclamando con ramos de palmas:
¡Hosanna en en cielo!
¡Hosanna en en cielo!
Cantor:
Como el pueblo oyese que Jesús llegaba a Jerusalén, salió a su encuentro,
proclamando, con ramos de palmas:
¡Hosanna en en cielo!
¡Hosanna en en cielo!
Los fieles se reúnen o en la puerta del templo o en el mismo templo teniendo los ramos en la mano. El celebrante y los ministros se dirigen al lugar más apto del templo donde la mayor parte de los fieles puedan apreciar el rito.
Mientras el celebrante se dirige al altar, se canta la antífona de entrada con el salmo. Llegado al altar, el celebrante lo venera y saluda al pueblo. Seguidamente, la misa se desarrolla como de costumbre.
Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando el
Señor subía a la ciudad de Jerusalén, los niños, con ramos de palmas salieron a
su encuentro, y con júbilo proclamaban: ¡Hosanna en el cielo! ¡Bendito tú que
vienes y nos traes la misericordia de Dios!
¡Portones!, alcen sus dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a
entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es el Rey de la gloria? El Señor, Dios de
los ejércitos; él es el Rey de la gloria.
¡Hossanna en el cielo!
¡Bendito tú que vienes y nos traes la misericordia de Dios!
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre
y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida
sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de
testimonio y que un día participemos en su gloriosa resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.
La misa de este domingo consta de tres lecturas, las cuales se recomiendan encarecidamente, a no ser que alguna razón pastoral aconseje lo contrario.
Lectura del libro del profeta Isaías
50, 4-7
El Señor me ha dado una lengua de discípulo para que sepa
sostener con mi palabra al cansado. Cada mañana me despierta el oído, para que
escuche como los discípulos. El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he
resistido ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que tiraban mi
barba; no oculté la cara ante los insultos y salivazos.
El Señor me ayuda, por eso soportaba las ofensas, por eso endurecí mi cara como
una piedra, sabiendo que no quedaría defraudado.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Todos los que me ven se ríen de mí, hacen muecas, menean la
cabeza: «Se encomendó al Señor, pues que él lo libre, que lo salve, si es que
lo ama».
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Me acorrala una jauría de perros, me cerca una banda de
malvados: taladran mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Se reparten mis ropas, se sortean mi vestido. Pero tú,
Señor, no te quedes lejos, fuerza mía, date prisa en socorrerme.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Anunciaré tu nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de
la asamblea: los que respetan al Señor, alábenlo; glorifíquenlo, descendientes
de Jacob, témanlo, descendientes de Israel.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses
2, 6-11
Hermanos: Cristo, siendo de condición divina, no consideró
codiciable el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó
la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de
hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una
muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo nombre,
para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para
gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una
muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el
nombre que está sobre todo nombre.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
A. Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con sus
discípulos. Y les dijo:
†. «¡Cómo he deseado celebrar esta pascua con ustedes antes de morir! Porque
les digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el
Reino de Dios».
A. Tomó entonces un cáliz, dio gracias y dijo:
†. «Tomen esto y repártanlo entre ustedes; pues les digo que ya no beberé del
fruto de la vid
hasta que llegue el Reino de Dios».
A. Después tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
†. «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía».
A. Y después de la cena, hizo lo mismo con el cáliz diciendo:
†. «Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama
por ustedes. Pero el que me entrega está sentado conmigo en esta mesa. Porque
el Hijo del hombre se va, según lo dispuesto por Dios; pero ¡ay de aquél que lo
entrega!»
A. Entonces ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos era el
que iba a hacer aquéllo.
También se produjo entre ellos una discusión sobre quién debía ser considerado
el más
importante. Jesús les dijo:
†. «Los jefes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas, y los que tienen
autoridad reciben el nombre de benefactores. Pero ustedes no procedan de esta
manera. Entre ustedes, el más importante sea como el menor, y el que manda como
el que sirve. ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que
sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy entre ustedes
como el que sirve.
Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas. Y yo les confiero
la dignidad real que mi Padre dispuso en mí, para que coman y beban en mi mesa
cuando yo reine, y se sienten en tronos para juzgar a las doce tribus de
Israel».
A. Luego añadió:
†. «Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado para sacudirlos como al
trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga; y tú, una vez
convertido, confirma a tus hermanos».
A. Pedro le dijo:
B. «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel e incluso a la muerte».
A. Jesús le replicó:
†. «Te aseguro, Pedro, que hoy mismo, antes de que cante el gallo, habrás
negado tres veces que me conoces».
A. A continuación les dijo:
†. «Cuando los envié sin dinero, sin morral y sin sandalias, ¿les faltó algo?»
A. Ellos contestaron:
B. «Nada».
A. Jesús añadió:
†. «Pues ahora, el que tenga dinero, que lo tome, y lo mismo el que tenga
morral; y el que no tenga espada, que venda su manto y se compre una. Porque
les digo que debe cumplirse en mí lo que está escrito: Lo contaron entre los
malhechores. Porque cuanto a mí se refiere llega a su fin».
A. Ellos le dijeron:
B. «Señor, aquí hay dos espadas».
A. Jesús dijo:
†. «¡Basta ya!»
A. Después salió y fue, como de costumbre, al monte de los Olivos. Sus
discípulos lo siguieron. Al llegar allí, les dijo:
†. «Oren para que puedan hacer frente a la prueba».
A. Se alejó de ellos como a la distancia de un tiro de piedra, se arrodilló y
suplicaba así:
†. «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz de amargura; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya».
A. Entonces se le apareció un ángel que lo estuvo confortando. Lleno de
angustia, oraba más intensamente, y comenzó a sudar como gotas de sangre que
corrían hasta el suelo.
Después de orar, se levantó y fue adonde estaban sus discípulos. Los encontró
dormidos, pues estaban rendidos por la tristeza. Entonces les dijo:
†. «¿Cómo es que están dormidos? Levántense y oren, para que puedan hacer
frente a la prueba».
A. Aún estaba Jesús hablando, cuando llegó una multitud encabezada por uno de
los Doce, llamado Judas, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:
†. «Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del hombre?»
A. Viendo los suyos lo que iba a pasar, le dijeron:
B. «Señor, ¿sacamos la espada?»
A. Y uno de ellos atacó al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja
derecha. Pero Jesús dijo:
†. «¡Déjenlos!»
A. Y, tocando la oreja, lo sanó.
Y a los que venían contra él, sumos sacerdotes, jefes de la guardia del templo
y ancianos, les dijo:
†. «Han salido a detenerme con espadas y palos, como si fuera un ladrón. Todos
los días estaba con ustedes en el templo, y no movieron un dedo en mi contra;
pero ésta es su hora: la hora del poder de las tinieblas».
A. Después de arrestarlo, lo llevaron hasta la casa del sumo sacerdote. Pedro
lo seguía de lejos. Habían encendido fuego en medio del patio, y Pedro se sentó
entre los que estaban alrededor de la lumbre. Una criada lo vió sentado junto
al fuego, lo miró con atención y dijo:
B. «También éste andaba con él».
A. Pedro lo negó, diciendo:
B. «No lo conozco, mujer».
A. Poco después otro, al verlo, dijo:
B. «Tú también eres uno de ellos».
A. Pedro dijo:
B. «No lo soy».
A. Transcurrió como una hora, y otro afirmó rotundamente:
B. «Es verdad, éste estaba con él, pues es galileo».
A. Entonces Pedro dijo:
B. «No sé de qué me hablas».
A. E inmediatamente, mientras estaba hablando, cantó un gallo. Entonces el
Señor, dirigiéndose hacia Pedro, lo miró. Pedro recordó que el Señor le había
dicho: “Hoy mismo, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces”; y
saliendo afuera, lloró amargamente.
Los que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. Le habían tapado
los ojos y le preguntaban: B. «¡Adivina quién te ha pegado!»
A. Y le decían otros muchos insultos.
Cuando amaneció, los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas se
reunieron, lo llevaron al Consejo y dijeron:
B. «Si tú eres el Mesías, dilo».
A. Jesús les dijo:
†. «Si lo digo, no me van a creer; y si les hago preguntas, no me van a
responder. Pero desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de
Dios todopoderoso».
A. Entonces todos le preguntaron:
B. «Luego, ¿eres tú el Hijo de Dios?»
A. Jesús les contestó:
†. «Es como ustedes dicen: yo soy».
A. Ellos dijeron:
B. «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su
boca».
A. Entonces se levantaron todos, llevaron a Jesús ante Pilato, y se pusieron a
acusarlo diciendo:
B. «Hemos encontrando a éste agitando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar
impuestos al emperador y diciendo que él es el Mesías, el Rey».
A. Pilato le preguntó:
B. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
A. Jesús le contesto:
†. «Tú lo dices».
A. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
B. «No encuentro culpa alguna en este hombre».
A. Pero ellos insistían con más fuerza:
B. «Va incitando al pueblo con su predicación por toda Judea, desde Galilea,
donde empezó, hasta aquí».
A. Al oír esto, Pilato preguntó si Jesús era galileo. Y al cerciorarse de que
era de la jurisdicción de Herodes, se lo envió, aprovechando que también
Herodes estaba en Jerusalén por aquellos días.
Herodes, se alegró mucho de ver a Jesús, pues desde hacía bastante tiempo que
deseaba conocerlo, ya que había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar
algún milagro realizado por él. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le
contestó absolutamente nada. Estaban también allí los sumos sacerdotes y los
escribas, acusándolo con insistencia. Entonces Herodes, con su escolta, lo
despreció, se rió de él, le puso un vestido de color llamativo y se lo devolvió
a Pilato. Aquel día, Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes habían
estado enemistados.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les
dijo:
B. «Me han traído a este hombre acusándolo de alborotar al pueblo; lo he
interrogado en presencia de ustedes y no lo he encontrado culpable de ninguna
de las acusaciones que le hacen; y tampoco Herodes, pues nos lo ha regresado
aquí.
Es evidente que no ha hecho nada que merezca la muerte. Por tanto, después de
castigarlo, lo soltaré».
A. Entonces empezaron a gritar todos a una:
B. «¡Mata a éste y suéltanos a Barrabás!»
A. El tal Barrabás estaba en la cárcel por haber tomado parte en una revuelta
ocurrida en la ciudad y por un homicidio.
De nuevo Pilato intentó convencerlos de que debía soltar a Jesús. Pero ellos
gritaron:
B. «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
A. Por tercera vez les dijo:
B. «¿Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado nada en él que merezca la
muerte. Por tanto, después de castigarlo, lo soltaré».
A. Pero ellos insistían a grandes voces, pidiendo que lo crucificara, y sus
gritos se hacían cada vez más violentos. Entonces Pilato decidió que se hiciera
como pedían. Soltó al que habían encarcelado a causa de la revuelta y el
homicidio, es decir, al que habían pedido, y les entregó a Jesús para que
hicieran con él lo que quisieran.
Cuando lo llevaban para crucificarlo, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que
venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Lo
seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y
se lamentaban por él. Jesús se dirigió a ellas y les dijo:
†. «Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por
sus hijos. Porque vendrán días en que se dirá: Dichosas las estériles, los
vientres que no engendraron y los pechos que no amamantaron. Entonces se
pondrán a decir a las montañas: “Caigan sobre nosotras”, y a las colinas:
“Aplástennos”. Porque si así hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?»
A. Llevaban también con él a otros dos malhechores para ejecutarlos.
Cuando llegaron al lugar llamado “la Calavera”, crucificaron allí a Jesús y
también a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:
†. «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
A. Después sortearon su ropa y se la repartieron. El pueblo estaba allí
mirando. Las autoridades, por su parte, se burlaban de Jesús y comentaban:
B. «A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido».
A. También los soldados se burlaban. Se acercaban a él para darle vinagre y
decían:
B. «Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
A. Habían puesto sobre su cabeza una inscripción que decía: “Este es el rey de
los judíos”.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
B. «¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros».
A. Pero el otro intervino para reprenderlo, diciendo:
B. «¿Ni siquiera temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio? Lo nuestro es
justo, pues estamos recibiendo lo que merecen nuestros actos, pero éste no ha
hecho nada malo».
A. Y añadió:
B. «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey».
A. Jesús le dijo:
†. «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso».
A. Hacia el mediodía las tinieblas cubrieron toda la región hasta las tres de
la tarde. El sol se oscureció y el velo del templo se rasgó por la mitad.
Entonces Jesús lanzó un grito y dijo:
†. «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!»
A. Y dicho esto, expiró.
A. El oficial romano, viendo lo sucedido, alababa a Dios
diciendo:
B. «Verdaderamente este hombre era justo».
A. Y toda la gente que había acudido al espectáculo, después de ver lo
sucedido, se regresaba golpeándose el pecho.
Todos los que conocían a Jesús, y también las mujeres que lo habían seguido
desde Galilea, estaban allí presenciando todo esto desde lejos.
Había un hombre llamado José, que era bueno y justo. Era miembro del Consejo,
pero no había aprobado la decisión y el proceder de los judíos. Era natural de
Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el reino de Dios. Este José se presentó a
Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo, lo envolvió en una
sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido
sepultado todavía. Era el día de la preparación de la pascua y estaba
comenzando el sábado.
Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, lo iban observando
todo de cerca y se fijaron en el sepulcro y en el modo en que habían colocado
el cadáver. Luego regresaron y prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado
descansaron, según el precepto.
Hasta aquí la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según san Lucas
Se dice «Credo».
Celebrante:
Imploremos, hermanos y hermanas, a Jesús, el Sumo Sacerdote de la fe que
profesamos, que en la cruz
presentó, con lágrimas en los ojos, oraciones y súplicas al Padre, y oremos
también nosotros por todos los seres humanos.
(Respondemos a cada petición:
Te lo pedimos, Señor).
Para que el Señor, que en la cruz excusó a los ignorantes y
pidió perdón por ellos, tenga piedad de los fieles que han caído en el pecado,
les dé valor para recurrir al sacramento de la penitencia y les conceda el gozo
del perdón y de la paz, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que la sangre de Jesús, que habla más favorablemente
que la de Abel, reconcilie con Dios a los que aún están lejos a causa de la
ignorancia, la indiferencia, la maldad o las propias pasiones, roguemos al
Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que el Señor, que en la cruz experimentó la amargura de sentirse triste y
abandonado, se apiade de los enfermos, los afligidos y los oprimidos y les
envíe a su ángel para que los conforte, roguemos al Señor.
Te lo pedimos, Señor.
Para que el Señor, que recibió en su Reino al ladrón
arrepentido, se apiade de nosotros, nos dé sentimientos de contrición y nos
admita, después de la muerte, en su paraíso, roguemos al Señor.
Te lo pedimos Señor.
Celebrante:
Dios todopoderoso y eterno, que enviaste a tu Hijo al mundo, para que, con su
pasión, destruyese el pecado y la muerte y, con su resurrección, nos devolviese
la vida y la felicidad; escucha las oraciones de tu pueblo y haz que podamos
gozar de los frutos de la cruz gloriosa de Jesucristo, que vive y reina por los
siglos de los siglos.
Amén.
Por la Pasión de tu Hijo sé propicio a tu pueblo, Señor, y
concédenos, por esta celebración que actualiza el único sacrificio de
Jesucristo, la misericordia que no merecen nuestros pecados.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y
salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios
todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
El cual, siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la
injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir,
destruyó nuestra culpa, y, al resucitar, fuimos justificados.
Por eso,
te alaban los ángeles y los arcángeles, proclamando sin cesar:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de la Comunión
Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
Oremos:
Padre todopoderoso, que nos has alimentado con esta Eucaristía, y por medio de
la muerte de tu Hijo nos das la esperanza de alcanzar lo que la fe nos promete;
concédenos, Señor, llegar por medio de su
resurrección, a la meta de nuestras esperanzas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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1.1 Nuestro Señor y Divino Salvador no aceptó la aclamación de las multitudes que pretendían hacerlo rey después de ver sus asombrosos milagros (cf. Jn 6,15). No quiso una corona cuando todos exclamaban: <<¡todo lo hace bien!>> (Mc 7,37). Huyó a la montaña muchas veces y a menudo se refugió en la oración y la intimidad con Dios, su Padre (Mt 14,23). En todas esas ocasiones, cuando hubiera sido sencillísimo y casi natural proclamarse Hijo de David y sucesor del trono para liberar a Israel, guardó silencio, se ocultó discreto, oró en lo escondido, se apartó de las aclamaciones y los vítores.
1.2 Pero hubo un día en que aceptó el aplauso y no huyó de la ovación de su pueblo. Un día Cristo aceptó ser rey, y selló su destino, cambió la historia y abrió un futuro para el universo entero con el gesto humilde y noble que hoy contemplamos: miremos todos, asómbrese el mundo, cante Judá y no calle Israel: Jesús, el Nazareno, es el Rey, y manso entra en la ciudad de David rodeado de humilde corte.
1.3 ¿Por qué esta vez el Señor aceptó lo que antes rechazaba? ¿Por qué nos parece que se deja envolver en el entusiasmo de aquella multitud que por fin puede dar rienda suelta a su afecto y emoción? Es que bien sabía Jesús qué le esperaba después de esos aplausos y cuánto cambiarían esas voces en cuestión de horas. Percibía su corazón el odio exacerbado de aquellos que veían en él un peligro para sus intereses. Sabía que los poderosos, tantas veces fustigados por el verbo del Verbo, terminarían por unirse, aunque sólo fuera para estar de acuerdo en quitarlo de en medio. Y en cuanto a sus discípulos, entendía cuán frágil era su amor, así le juraran lo contrario. Comprendía entonces que las cotas más altas de la maldad brotarían con inusitado ímpetu de uno a otro momento, y sabía que ser rey, en medio de semejante torbellino de pasiones y venganzas, más que un honor era un acto de compasión, una obra de misericordia, una manifestación, la última y más perfecta, de su amor inextinguible.
2.1 Este día, domingo que introduce la celebración de los misterios más hondos y bellos de nuestra fe, es como el frontispicio desde el que ya vemos la grandeza que nos espera en la semana que comienza.
2.2 Y por eso la Iglesia, después de invitarnos a cantar aclamaciones al Mesías Pacífico y verdadero Rey, nos invita a mirar en un solo y maravilloso conjunto qué fue lo que entonces sucedió, para que nuestros oídos se acostumbren a la música de drama y de amor que es la Pasión del Señor.
2.3 Es bueno oír así de una sola vez la Pasión para entender que fue Uno solo el que todo sufrió y Uno solo el que todo venció. Fue Uno solo el que cargó con nuestras culpas y Uno solo el que las arrojó a lo hondo del mar. Uno solo venció a nuestro enemigo, Uno solo triunfó sobre la muerte, Uno solo nos amó hasta el extremo, Uno solo nos dio el perdón, la paz, la gracia y la vida que no acaba. Uno solo: Jesucristo, el Hijo del Dios vivo.
2.4 Miremos, pues, con ojos de gratitud y escuchemos con oídos de discípulo el sublime testimonio de este relato. Nada hay semejante en las páginas o escritos de esta tierra. Nada se compara a la altura de ese perdón que, como en cascada, cae desde la Cruz para hacer un nuevo diluvio, no de venganza y castigo, sino de misericordia y de gracia. Nada tan útil y saludable como esta historia de redención, la única que será de nuestro interés cuando nuestros ojos se cierren a las vanidades de esta tierra y tengan que abrirse, para gloria o condena, en la eternidad.
***
Tenga en cuenta que no todos los prefacios aquí transcritos son de uso normativo. ***
Estos textos litúrgicos y
bíblicos han sido proporcionados con autorización
a partir de esta completísima página de lecturas en uso en la liturgia
católica.
+
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