PALABRA VIVA PARA ESTE DIA

Ciclo B, Tiempo Ordinario,
Domingo de la Semana No. 2

Textos y archivos de audio por: Fr. Nelson Medina, O.P.
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1. La Voz del Señor

1.1 Samuel sentía una voz pero no conocía de quién venía esa voz. La Escritura nos dice: <<no conocía todavía al Señor>> (1 Sam 3,7) y explica a renglón seguido: <<no se le había revelado la palabra del Señor>>. De éstos hechos tan sencillos debemos aprender relacionar tres cosas: conocer al Señor, escuchar su voz y recibir la revelación de su palabra. Son tres cosas que parecen una sola, pero que el texto diferencia bien. Notemos que Samuel escuchó la voz del Señor pero aún no conocía al Señor. El orden, pues, entre estas tres cosas es: escuchar la voz, recibir la revelación de su palabra y conocer al Señor.

1.2 Este orden se da también en nuestra vida. ¿Qué es la <<voz>>? Es algo que me saca de mi mundo; algo que despierta el interés y me pone en camino; una especie de pregunta que, desde su extrañeza me atrae y fascina. Tal extrañeza puede venir de un hecho insólito, como la zarza que vio Moisés, o de un milagro un exorcismo o una sanación. La curiosidad o la apremiante necesidad de arreglar algo de la propia vida son el motor aquí. No es un mal comienzo, pero es sólo el comienzo.

2. la Revelación de la Palabra

2.1 El segundo paso es quizá el más interesante. El texto dice que a Samuel <<no se le había revelado la palabra del Señor>> (1 Sam 3,7). Interesante: oía la voz pero no se le había revelado la palabra. La voz es el hecho exterior que pone en movimiento; la palabra, en cambio, es como algo interior, algo que ha de ser <<revelado>>, según aquello que también leemos en los escritos de Pablo: <<cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar a su Hijo en mí...>> (Gál 1,15-16).

2.2 La prueba de que la voz era algo exterior está en que Samuel busca su origen en lo externo, en este caso, en el sacerdote Elí, a quien se dirige para ponerse a sus órdenes (1 Sam 3,5). Es también el primer impulso de la religiosidad humana, que busca el origen de su inquietud en los astros, o en general los elementos de la naturaleza.

2.3 Dios, en cambio, nos espera en otro <<lugar>>. No está aquí o allá; su presencia no hay que perseguirla por los cuartos de la casa. Más que algo externo es la actitud interior lo que abre la comunicación de la Palabra. Esa disposición es la que nos resume el joven Samuel con su preciosa respuesta: <<¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!>> (1 Sam 3,10).

3. Llegó a conocer al Señor

3.1 No debemos dejar de notar que esa respuesta la dijo Samuel por indicación de Elí. Dios fue paciente con Samuel, porque, como dijo muchas veces el Señor a Santa catalina de Siena, él bien sabe que el alma es primero imperfecta y luego perfecta. Lo llamó varias veces, y no dejó de llamarle porque el muchacho no supiera qué hacer ni cómo prepararse para escuchar. Ya que Samuel se dirigía a lo exterior, en lo exterior le dio una señal, a través de Elí.

3.2 Este sacerdote, pues, aunque reprobable por otros aspectos, fue el instrumento para discernir lo que estaba sucediendo en la vida del muchacho. Fue él, y no el mismo Samuel, quien se dio cuenta de lo que acontecía. Y esto es enseñanza para nosotros, por dos razones: primero, porque tendemos a pensar que el encuentro íntimo con el Señor descarta su acción a través de las personas, y eso es falso. Dios no elimina al resto de la humanidad para hablar al corazón de alguien. Intimidad no es aislamiento.

3.3 En segundo término, está claro que Elí era un hombre indigno de su sacerdocio, y así y todo fue instrumento de Dios. Cuando a veces se juzga con tanta dureza a la Iglesia Católica por las faltas o limitaciones de sus pastores, se tiende a dejar de lado pasajes como el del día de hoy en que el Señor muestra cómo su providencia y su gobierno soberano van más allá de los aspavientos, los cotilleos y los escándalos.

3.4 De todos modos, lo más importante aquí es el fruto de toda esta búsqueda nocturna de Samuel. Al principio él <<no conocía al Señor>> (1 Sam 3,7); al final, él conoce la palabra del Señor y conoce de tal modo su obrar que ninguno delos oráculos de Samuel dejó de cumplirse (1 Sam 3,19). Eso es conocer al Señor, por lo menos en un primer nivel: saber de sus obras, de sus planes; conocer qué le fastidia y qué ama; qué prefiere y qué desea de nosotros.

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Lecturas y oraciones del día

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Oración Colecta

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que con amor gobiernas los cielos y la tierra; escucha paternalmente las súplicas de tu pueblo y haz que los días de nuestra vida transcurran en tu paz.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.

Primera Lectura
Habla, Señor, tu siervo te escucha

Lectura del primer libro de Samuel
3, 3b-10.19

En aquellos días, Samuel estaba durmiendo en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel:
«Samuel, Samuel».
El respondió:
«Aquí estoy».
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Respondió Elí:
«No te he llamado, vuelve a acostarte».
Y Samuel fue a acostarse. Pero el Señor lo llamó otra vez:
«Samuel».
Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
«No te he llamado, hijo mío, acuéstate de nuevo».
Samuel no conocía todavía al Señor, pues no se le había revelado la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue donde estaba Elí y le dijo:
«Aquí estoy, porque me has llamado».
Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven, y le aconsejó:
«Ve a acostarte, y si te llaman, respondes: Habla, Señor, que tu siervo escucha».
Samuel fue y se acostó en su sitio. Vino el Señor, se acercó y lo llamó como las otras veces:
«Samuel, Samuel».
Samuel respondió:
«Habla, Señor, que tu siervo escucha».
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial
Sal 39, 2.4ab.7-8.8b-9.10

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Puse toda mi esperanza en el Señor; él se inclinó hacia mí y escuchó mi grito; puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero hiciste que te escuchara; no pides holocaustos ni víctimas; entonces yo digo: «Aquí estoy», para hacer lo que está escrito en el libro acerca de mí.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Amo tu voluntad, Dios mío, llevo tu ley en mi interior. He proclamado tu fidelidad en la gran asamblea; tú sabes, Señor, que no me he callado.
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Segunda Lectura
Sus cuerpos son miembros de Cristo

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
6, 13c-15a.17-20

Hermanos: El cuerpo no es para la lujuria, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Dios, por su parte, que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros con su poder.
¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? En cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él.
Eviten la lujuria. Cualquier otro pecado cometido por el hombre queda fuera del cuerpo; pero el lujurioso peca contra su propio cuerpo. ¿O es que no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que habita en ustedes? No son ustedes sus propios dueños, porque han sido comprados ¡y a qué precio!; den, pues, gloria a Dios con su cuerpo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.
Hemos encontrado a Cristo, el Mesías. La gracia y la verdad nos han llegado por él.
Aleluya.

Evangelio
Vieron dónde vivía y se quedaron con él

† Lectura del Santo Evangelio según san Juan
1, 35-42

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos y, fijando los ojos en Jesús que pasaba, dijo:
«Este es el cordero de Dios».
Los dos discípulos lo oyeron decir esto y siguieron a Jesús. El se volvió hacia ellos y, viendo que lo seguían, les preguntó:
«¿Qué buscan?»
Ellos contestaron:
«¿Maestro, donde vives?».
El les dijo:
«Vengan lo verán».
Se fueron con él, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; eran como las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que siguieron a Jesús por el testimonio de Juan era Andrés, el hermano de Simón Pedro. El primero a quien encontró Andrés fue a su hermano Simón, y le dijo:
«Hemos encontrado al Mesías» (que quiere decir Cristo).
Y lo llevó a Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo:
«Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas» (es decir Pedro).
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Se dice «Credo».

Oración de los Fieles

Celebrante:
Pidamos, hermanos y hermanas, a Dios nuestro Padre, en cuyas manos están los destinos del universo, que escuche las oraciones de su pueblo.

(Respondemos a cada petición:
Escúchanos, Señor).

Por la santa Iglesia de Dios, para que Dios, nuestro Señor, le conceda la paz y la unidad y la proteja en todo el mundo, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Por los gobernantes de nuestra patria y de todas las naciones, para que Dios, nuestro Señor, dirija sus pensamientos y decisiones hacia una paz verdadera, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Por los que están en camino de conversión y por los que se preparan a recibir el bautismo, para que Dios, nuestro Señor, les abra la puerta de su misericordia y les dé parte en la vida nueva de Cristo Jesús, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.


Por nuestros familiares y amigos que no están ahora aquí con nosotros, para que Dios, nuestro Señor, escuche sus oraciones y lleve a realidad sus deseos, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Celebrante:
Dios nuestro, que muestras los signos de tu presencia en la Iglesia, en nuestra asamblea y en todos los hermanos; escucha las oraciones de esta familia tuya y no permitas que nunca dejemos de estar atentos a ninguno de los signos que nos ofreces para manifestar tu plan de salvación, a fin de que nos convirtamos en apóstoles y profetas de tu Reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Oración sobre las Ofrendas

Concédenos, Señor, participar dignamente en esta Eucaristía, porque cada vez que celebramos el memorial del sacrificio de tu Hijo, se lleva a cabo la obra de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Prefacio
El misterio pascual y el pueblo de Dios

El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Quien, por su misterio pascual, realizó la obra maravillosa de llamarnos del pecado y de la muerte al honor de ser estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, para que, trasladados de las tinieblas a tu luz admirable, proclamemos ante el mundo tus maravillas.
Por eso,
con los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo…

Antífona de la Comunión

Para mí, Señor, has preparado la mesa y has llenado la copa hasta los bordes.

Oración después de la Comunión

Oremos:
Infúndenos, Señor, el espíritu de tu caridad, para que, alimentados del mismo pan del cielo, permanezcamos siempre unidos por el mismo amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

 

*** Tenga en cuenta que no todos los prefacios aquí transcritos son de uso normativo. ***

Estos textos litúrgicos y bíblicos  han sido proporcionados con autorización
a partir de esta completísima página de lecturas en uso en la liturgia católica.

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