Beatos poco conocidos del Canadá

Beato Francisco Montmerency-Laval (1623-1708)

De la familia Montmerency-Laval, una de las más distinguidas de Francia, nació Francisco en 1623, en Montigny-sur-Avre. Educado en los jesuitas de La Flèche, recibió la tonsura, pero a la muerte de su padre, aún tuvo que ocuparse de los asuntos y negocios de los suyos, como cabeza de familia. Ordenado sacerdote en 1647, fue designado archidiácono de Évreux, donde el obispo era tío suyo. Cuando en 1653 fue nombrado vicario apostólico de Tonkín, en Indochina, el viaje se hizo imposible, y se retiró cuatro años al Hermitage, en una escuela de espiritualidad abierta por Juan de Barnières.

Su vida misionera se inició en 1658, año en que fue designado vicario apostólico de la Nueva Francia y obispo titular de Petra. Llegó a Quebec al año siguiente, y en treinta años desarrolló una formidable actividad apostólica, organizando aquella Iglesia incipiente, luchando contra las tendencias galicanas de los gobernadores y defendiendo a los indios. A él se debe el Seminario de Quebec -universidad Laval, desde 1852-, y la erección de la diócesis en 1674, de la que fue primer obispo. Los últimos años de su vida los pasó retirado en el Seminario, donde murió en 1708 a los ochenta y cinco años.

Venerable desde 1960, y beatificado en 1980, «fue en Canadá lo que San Agustín en Bretaña, San Bonifacio en Germania, o Cirilo y Metodio en los pueblos eslavos» (AAS 73,1981, 256).

Beata Catalina Tekakwitha (1656-80)

Junto al río Hudson, en el estado actual de Nueva York, los holandeses fundaron en 1623 Fort Orange, que pasó al año siguiente a manos de los ingleses, con el nombre de Albany. Cerca de esta localidad, estaba Ossernon, donde en 1656 nació Tekakwitha de padre iroqués pagano y madre angolquina cristiana. Su nombre significaba «la que pone las cosas en orden».

Huérfana desde muy niña, fue recogida por un tío suyo, jefe de los mohawks. En la epidemia de 1660 contrajo la viruela, que desfiguró su rostro y disminuyó su vista. Conoció a los misioneros católicos en 1675 y al año siguiente fue bautizada, con el nombre de Catalina, por el jesuita Jacobo de Lamberville. Amenazada por su tío pagano, hubo de escaparse, caminó 200 millas por la nieve, y llegó a refugiarse en la misión de San Francisco Javier, cerca de Montréal, donde hizo la primera comunión.

Allí, en la familia que le hospedaba, llevó una vida laboriosa, servicial y humilde. Practicó duras penitencias y oraba largamente en el bosque, ante la cruz que había trazado en la corteza de un árbol. Inocente desde niña, hizo voto de virginidad en 1679, y murió al año siguiente, a los veinticuatro años. En 1943 fueron declaradas heroicas sus virtudes, y en 1980 fue beatificada esta «flor primera de los indios» del norte de América (AAS 73,1981, 256).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.