¿Cómo se aplicaba la justicia en las reducciones de los jesuítas?

Orden y justicia

El derecho penal era en las reducciones extremadamente benigno para los usos de la época, y la pena de muerte estaba excluída dos o tres siglos antes que en los países de Occidente. «Aunque este gentío es de genio humilde, pacífico y quieto, especialmente después de cristianos, no puede menos de haber en tanta multitud algunos delitos dignos de castigo. En toda la América, los Curas, clérigos y regulares, castigan a sus feligreses indios. Para todos los delitos hay castigo señalado en el Libro de Ordenes: todos muy proporcionados a su genio pueril, y a lo que puede el estado sacerdotal. No hay más castigo que cárcel, zepo y azotes. Los azotes nunca pasan de veinticinco. Todos los encarcelados de ambos sexos vienen cada día a Misa y a Rosario con sus grillos, acompañados de su Alguacil y Superiora».

«El Cura [de la reducción] es su padre y su madre, juez eclesiástico y todas las cosas. Cayó uno en un descuido o delito: luego le traen los Alcaldes ante el Cura a la puerta de su aposento: y no atado y agarrado, por grande que sea su delito. No hacen sino decirle: Vamos al Padre: y sin más apremio viene como una oveja: y ordinariamente no le traen delante de sí, ni en medio, sino detrás, siguiéndoles: y no se huye». El Cura hace sus preguntas y averiguaciones, y quizá concluya: «Y ahora, hijo, que te den tantos azotes. Siempre se les trata de hijos. El delincuente se va con mucha humildad a que le den los azotes, sin mostrar jamás resistencia: y luego viene a besar la mano del Padre, diciendo: Aguyebete, cheruba, chemboara chera haguera rehe: Dios te lo pague, Padre, porque me has dado entendimiento. Nunca conciben el castigo del Padre como cosa nacida de la cólera u otra pasión, sino como medicina para su bien, y en persuadirles esto inculcan los Cabildantes cuando los domingos repiten la plática del Padre. Es tanta la humildad que muestran en estos casos, que a veces nos hacen saltar las lágrimas de confusión» (146-147).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.