La vida del eremita: oración y silencio

“Su hábito de felpa de color claro, su amplia capa con la que se resguarda del frío –«aunque no me la suelo poner», asegura–, y su larga y poblada barba blanca, confieren al padre Pablo un aspecto más propio de la célebre obra de Umberto Eco. Pero no, lejos de lo que pudiera parecer, su vida eremita, donde la oración y el silencio soportan toda la jornada, se ha convertido en un atractivo para muchos jóvenes, hasta el punto de que actualmente hay cuatro postulantes «en lista de espera»…”

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LA GRACIA del Viernes 12 de Enero de 2018

Dios nos conceda un corazón dócil a su Palabra para evitarnos problemas sin querer ser como los demás y sin imponer nuestra voluntad rechazando el camino de revelación divina.

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ROSARIO de las Semanas 20180110

#RosarioFrayNelson para el Miércoles:
Contemplamos los Misterios de la Infancia de Jesús

Usamos esta versión de las oraciones.

  1. En el primer misterio de la infancia contemplamos la Anunciación a María Santísima y la Encarnación del Hijo de Dios.
  2. En el segundo misterio de la infancia contemplamos la visita de la Virgen Madre a su pariente Isabel.
  3. En el tercer misterio de la infancia contemplamos el sufrimiento que pasó San José, y la fe amorosa que tuvo.
  4. En el cuarto misterio de la infancia contemplamos el Nacimiento del Hijo de Dios en el humilde portal de Belén.
  5. En el quinto misterio de la infancia contemplamos la Epifanía: Jesús es luz para las naciones, y así es adorado por unos magos venidos de Oriente.
  6. En el sexto misterio de la infancia contemplamos la Presentación del Niño Jesús en el templo de Jerusalén.
  7. En el séptimo misterio de la infancia contemplamos a Jesús Niño en el templo, ocupado de las cosas de su Padre del Cielo.

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Grandeza y miseria de los incas

El gran imperio de los incas

El mayor y el más efímero de los imperios que los españoles hallaron en América fue el de los incas. Se extendía desde más arriba de Quito hasta más abajo de la ciudad chilena de Talca. Abarcaba, pues, lo que hoy es el sur de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y más de la mitad de Chile. Allí, entre los Andes y el Pacífico, vivieron entre 15 y 30 millones de indios, orgánicamente unidos bajo la capital incaica de Cuzco.

Antiguas leyendas, en las que sin duda hay un fondo histórico, hablan de los incas como de un pueblo fuerte y belicoso, que conducidos por un Hijo del Sol, desciende en el siglo XII de las altiplanicies andinas -la zona del lago Titicaca- emigrando a tierras bajas de mayor riqueza agrícola. Se instalan, con guerras de conquista, entre pueblos afines, asimilan otras culturas, como las de Chavín, Tiahuanaco, Moche, Nazca, y llegan así a establecer en el siglo XV un gran imperio, cuya capital es el Cuzco, que significa punto central.

Desde el Cuzco, ciudad sagrada del Sol, situada a 3.500 metros de altura, salían al norte, sur y este una red de caminos que se calcula en unos 40.000 kilómetros. Las vías principales eran hacia Quito, al norte, y hacia Chile, al sur. Cada dos o tres kilómetros había un tambo, almacén y puesto de relevos. Allí vivían dos chaskis, y si llegaban paquetes o mensajes, uno de ellos lo llevaba corriendo hasta el próximo tambo, y así era posible trasladar por todo el imperio cosas o documentos a unos diez kilómetros por hora. Esta facilidad para las comunicaciones permitía al Inca gobernar eficazmente la gran extensión del imperio, el Tahuantinsuyu, que estaba dividido en cuatro grandes suyus o regiones. Una mitad era Hanan, compuesto al norte por Chinchay-Suyu, y por el Anti-Suyu, al este montañoso. Y la otra mitad, Hurin, estaba formada por Cunti-Suyu, al poniente, y Colla-Suyu al sur.

Un mundo alto y hermoso

En junio de 1533, yendo Hernando Pizarro en comisión de servicio hacia Pachacámac, queda maravillado por los altos caminos incaicos de los Andes, y el corazón se le ensancha ante la majestad de aquellos paisajes grandiosos, como lo expresa en una carta:

«El camino de la sierra es cosa de ver, porque en verdad, en tierra tan fragosa, en la cristiandad no se han visto tan hermosos caminos, toda la mayor parte de la calzada. Todos los arroyos tienen puentes de piedra o de madera. En un río grande, que era muy caudaloso y muy grande, que pasamos dos veces, hallamos puentes de red, que es cosa maravillosa de ver. Pasamos por ellos los caballos… Es la tierra bien poblada; tienen muchas minas en muchas partes de ella; es tierra fría, nieva en ella y llueve mucho; no hay ciénagas; es pobre de leña. En todos los pueblos principales tiene Atabalipa puestos gobernadores y asimismo los señores antecesores suyos… Tienen depósito de leña y maíz y de todo lo demás. Y cuentan por unos nudos, en unas cuerdas [quipus], de lo que cada cacique ha traído. Y cuando nos habían de traer algunas cargas de leña u ovejas o maíz o chicha, quitaban de los nudos, de los que lo tenían a cargo, y anudábanlo en otra parte. De manera que en todo tienen muy gran cuenta e razón. En todos estos pueblos nos hicieron muy grandes fiestas e bailes» (+Morales Padrón, Historia del descubrimiento 487-488).


El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.