María, Espejo del Evangelio
* Dios ha querido verse reflejado en su imagen, que es el ser humano. Cada uno de nosotros está llamado y destinado a ser una obra maestra del más sabio, bondadoso y diestro Artista: Dios mismo. En ese sentido, bien puede decirse que todos estamos llamados a ser bellos con esa belleza que es interior pero que también se refleja en nuestra mira, talante, actitud y cuerpo.
* El estorbo de esa belleza es el pecado, en sus diversas formas. Es cierto: la palabra “pecado” fastidia pero quitar la palabra no quita la realidad.
* El pecado causa deficiencias nutricionales serias, en nuestro esfera emocional. Así por ejemplo, un papá egoísta deja sin provisiones importantes de amor y recuerdos bellos a sus hijos. O también: unos hijos egoístas son una tortura de ingratitud para sus padres.
* El pecado causa heridas y deja espantosas cicatrices. Así por ejemplo, la persona que ha sido abusada, o el que ha sido traicionado, o aquel a quien le han mentido por largo tiempo. Este tipo de daños envenenan el corazón, alteran la salud y oscurecen el semblante.
* El pecado asfixia preciosas esperanzas. A medida que se impone la cultura de lo provisional, esa cultura que proclama “de momento te quiero y te deseo… mañana, no sé,” la inestabilidad nos encierra a todos en inseguridad y egoísmo. Nuestros ojos se vuelven astutos y escépticos, incapaces de confiar o de engendrar confianza.
* El pecado aturde, desorienta, oscurece, confunde. Y a medida que estamos más confundidos somos más manipulables, más dependientes, y en el fondo, más esclavos.
* La Biblia griega llama “hamartía” a eso que hemos mencionado. La traducción primera es la de una “mancha.” Por eso la vida sin-mancha es la vida inmaculada. Y eso es lo que vemos en el rostro y especialmente en la mirada de la Virgen Santa.
* En Ella se reflejan los rasgos principales del Evangelio: la acogida al Reino de Dios; la relación de confianza con Dios Padre; la caridad con todos, incluyendo a los enemigos; la esperanza firme de vida eterna.