Se puede aprender a discutir mejor

“En medio de una acalorada discusión con tu pareja, puedes sentir que ésta es la definitiva, que la cosa se acaba. Pero en la mayoría de los casos solo se trata de algo estresante. Para todos los implicados. De hecho, si no tienes cuidado y no mides tus palabras, puedes convertir una situación peliaguda en una verdadera pesadilla, y lo que podía terminar con un “bueno, ya lo hablamos mañana” finaliza con tu cuerpo tirado en el sofá del salón…”

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¿Se contradice Jesús?

Estimado Fray Nelson: Que Nuestra Señora lo bendiga siempre. Una consulta: En el Evangelio de San Mateo ( Mt 5 22 y ss)el Señor nos dice que no debemos llamar indebidamente a nuestros hermanos, como “renegado” por ejemplo; sin embargo El llama a los fariseos “sepulcros blanqueados” o “raza de víboras”. Aparentemente habría una contradicción; claro que EL es Dios y puede llamarnos como quiera, pero he oído a algunas personas que basándose en lo que el Señor les decía a los fariseos insultan alegremente a otros y todavía citan al Señor. Por favor quisiera que me aclare este punto. Agradezco anticipadamente su atención. Atentamente. G-S H.

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El tema es más complejo de lo que parece. Una lectura cuidadosa de los evangelios parece revelar aún más contradicciones entre el sentido literal de la enseñanza de Cristo y lo que Él mismo hizo. Dos ejemplos notables son:

(1) Cristo nos manda “no juzgar” (Lucas 6,37) pero Él mismo se pronuncia con claridad y contundencia sobre el comportamiento de algunos contemporáneos suyos, como lo demuestra extensamente el P. Ayúcar, SJ en un enlace que ya hemos publicado.

(2) Cristo nos manda “poner la otra mejilla” (Mateo 5,39) pero interpeló al siervo del sumo sacerdote que le habia golpeado injustamente (Juan 18,23).

Podrían encontrarse otros ejemplos. En la misma línea va lo preguntado en esta ocasión: el mismo Cristo que dice que no llamemos a nadie “renegado” (cosa que parecería un insulto relativamente menor) luego trata de “raza de víboras” a los fariseos.

Uno se da cuenta que una interpretación literalista, es decir, una interpretación que quisiera tomar las palabras de Cristo como si fueran palabras de un código civil o un texto legal, llega a un callejón sin salida: he aqu´un maestro que se contradice a cada paso.

Pero la palabra clave es esa: maestro. Cristo es un magnífico pedagogo que usa muy diversos recursos, entre los que se incluyen paradojas, parábolas, ejemplos gráficos, frases enigmáticas. Uno no puede construir un código civil con frases como “el que quiera ser el primero, que sea el último.” Pero eso no significa que ese frase sea inútil; lo que significa es que en la intención y en el uso de Cristo hemos de entenderla de otro modo. Estamos de lleno en el tema de los “géneros literarios.” No es lo mismo decir algo como alegoría o parábola que decirlo como explicación teológica o texto jurídico.

Sobre esa base, uno observa una intención pedagógica constante en Cristo a través del uso de las frases contradictorias o exageradas. Cuando dice que un hombre debía 10.000 talentos. Un talento era algo así como 600.000 dólares. 10.000 talentos es una cifra gigantesca, del orden de seis mil millones de dólares. ¿Quién puede endeudarse de esa forma? ¿Y qué significaría que a alguien le perdonaran toda esa deuda? Otra exageración es aquello de que si alguien escandaliza a un niño, más le valdría que le pusieran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al mar. Según algunos estimados una piedra de esas, movida por animales de carga, por ejemplo un asno, debía pesar casi dos toneladas. ¿Alguien puede imaginarse a un ser humano con una rueda de dos toneladas en el cuello?

El papel de esas exageraciones es pedagógico: es lograr que la memoria recuerde con mayor facilidad lo que se le dice. Cuando yo era niño era frecuente que a los varones nos dijeran: “¡A una niña no se le pega ni con el pétalo de una rosa!” Algo así es lo que quiere encomendarnos Cristo con palabras como aquello de no despreciar ni insultar a los hermanos, por ejemplo, llamándolos “renegados.” Se trata de una recomendación de prudencia, sensatez pero ante todo de verdadero amor, único que puede dar estabilidad y fruto a la comunidad de creyentes.