ESCUCHA, Los salmos: oración en el Espíritu

* La oración que Dios con plena seguridad escucha es la que Él mismo inspira. Los salmos, oraciones que el Espíritu ha concedido a hombres y mujeres de fe, han quedado consignados para que los hagamos nuestros, y también para inspirar nuestra propia oración.

* Así como es diversa la vida humana, así son diversos los salmos, de modo que prácticamente todo afecto o situación en que podamos encontrarnos tenga un eco y una expresión en este libro único de la Biblia.

* Eso significa que los salmos tienen requisitos mínimos: uno no debe esperar a sentirse bien, ni mucho menos a sentirse bueno, para empezar a orar con ellos. Los salmos toman nuestro ser, así como se encuentra, y le dan un lenguaje que es compatible con la fe viva. La idea es que nada debe desconectarnos de Dios, ni la tristeza, ni la frustración, ni la ofensa recibida, ni los triunfos que también llegan en la vida.

* Cada salmo puede ser visto como un camino. Ejemplo típico es el salmo 22 que empieza con un clamor de desolación: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” pero que va avanzando hasta la certeza de que Dios tendrá victoria, y que dará triunfo y descendencia a los que se apoyan en él. Así que, en general, los salmos nos reciben donde nos encontramos y nos conducen hasta donde Dios quiere ue nos encontremos.

* Deben evitarse dos extremos: dejar de orar y orar con sentimientos falsos. Ante un daño grave, como puede ser una traición, dejar de orar es arrojarse a las fauces del león; pero orar deseando alegría y tranquilidad para el que nos ha hecho daño sería una gran hipocresía. Lo correcto es orar al modo de Jesús, pidiendo a nuestro Padre Dios que cumpla su voluntad en todos.

* Obsérvese que los salmos están hechos para ser recitados, es decir, REZADOS. No hay que temer usar la palabra: “Yo rezo los salmos.” Es falsa, y a veces mal intencionada la oposición entre “rezar” y “orar.” El error no está en la repetición sino en que se repitan las palabras mecánicamente. De hecho, Cristo oró repitiendo palabras. Cristo rezó, como consta por ejemplo en la hora de la Cruz. Hemos de pedir, eso sí, que nuestro corazón esté en sintonía con lo que dicen nuestros labios.

¿Qué significaba en realidad ser siervo o esclavo en la conquista y la colonia?

Otra gran diferencia que nos distancia de los hombres del XVI, y de la que debemos ser conscientes, se da en que tanto los europeos, como en mayor grado los indios, estaban habituados a ciertas modalidades, más o menos duras, de servidumbre, y la consideraban, como Aristóteles, natural. Puede incluso decirse que, allí donde era normal que los indios presos en la guerra fueran muertos, comidos o sacrificados a los dioses, una supervivencia en esclavitud podía ser interpretada a veces como signo de la benignidad del vencedor.

Por otra parte, el respeto sincero, interiorizado, del inferior al superior o del vencido al vencedor era en las Indias relativamente frecuente. El inca Garcilaso, por ejemplo, en la Historia General del Perú, hace notar que los indios veneraban y guardaban leal servidumbre hacia quienes veían como superiores:

«Cada vez que los españoles sacan una cosa nueva que ellos no han visto… dicen que merecen los españoles que los indios los sirvan». Esta actitud de docilidad sincera era aún mayor en los indios cuando habían sido vencidos en guerra abierta: «El indio rendido y preso en la guerra, se tenía por más sujeto que un esclavo, entendiendo, que aquel hombre era su dios y su ídolo, pues le había vencido, y que como tal le debía respetar, obedecer, servir y serle fiel hasta la muerte, y no le negar ni por la patria, ni por los parientes, ni por los propios padres, hijos y mujer. Con esta creencia posponía a todos los suyos por la salud del Español su amo; y si era necesario, mandándolo su señor, los vendía sirviendo a los Españoles de espía, escucha y atalaya» (cit. Madariaga, Auge 74).

Esta sumisión de los indios a aquellos hombres, que en el desarrollo cultural iban miles de años por delante, era sincera en muchos casos. Y concretamente, cuando había mediado una batalla, la sujeción del indio al vencedor blanco no indicaba con frecuencia una actitud meramente servil, sino también caballeresca.

Cuenta, por ejemplo, Alvar Núñez Cabeza de Vaca en sus Comentarios que, una vez vencidos al norte de La Plata los indios guaycurúes, se produjo esta escena: «hasta veinte hombres de su nación vinieron ante el Gobernador, y en su presencia se sentaron sobre un pie como es costumbre entre ellos, y dijeron por su lengua que ellos eran principales de su nación de guaycurúes, y que ellos y sus antepasados habían tenido guerras con todas las generaciones de aquella tierra, así de los guaraníes como de los imperúes y agaces y guatataes y naperúes y mayaes, y otras muchas generaciones, y que siempre les habían vencido y maltratado, y ellos no habían sido vencidos de ninguna generación ni lo pensaron ser; y que pues habían hallado [en los españoles] otros más valientes que ellos, que se venían a poner en su poder y a ser sus esclavos» (cp.30).

La gran mayoría de los indios de Hispanoamérica fueron siempre fieles a la autoridad de la Corona española, incluso en los tiempos de la Independencia, no sólo porque estaban habituados a encontrar defensa en ella y en sus representantes, sino por respeto leal a una autoridad que internamente reconocían.

El autor de esta obra es el sacerdote español José Ma. Iraburu, a quien expresamos nuestra gratitud. Aquí la obra se publica íntegra, por entregas. Lo ya publicado puede consultarse aquí.