Nuevas dimensiones de la oración cristiana, 1 de 2

Nuevas dimensiones de la oración cristiana, Parte 1 de 2

orando

* Solemos orar para que pase algo; pero hay que orar ante todo para que pase Alguien: Cristo, el Señor. Cuando la oración es encuentro, y el encuentro es con aquel que es amigo y salvador, la cantidad y calidad de la oración crecen.

* Los apóstoles crecieron en la oración viendo y acompañando a Cristo en su oración. Eso queremos también nosotros.

* Y al ver a Cristo orando descubrimos dimensiones de la oración sobre las que no se predica con frecuencia. Resulta práctico recordar estas dimensiones por cinco palabras que empiezan con la letra D: Defensa, Discernimiento, Donación, Duelo y Descanso. En esta primera parte nos referimos a las dos primeras de estas palabras.

* Oración de DEFENSA. Textos con la carta que el rey de Asur (Asiria), Senaquerib, envió al rey de Judá, Ezequías, son de gran enseñanza. Lo que hace Ezequías es considerarse simplemente mensajero del señor, y por eso se limita a llevar la carta impía, arrogante y blasfema al santuario de Dios. La oración de defensa es eso: llevar nuestras angustias, ataques y problemas a comparecer delante del Rey de Reyes. No es que quedemos mágicamente exentos de infortunios sino que nada habrá de sucedernos que no esté en el plan bendito del Señor, que es para nuestro bien.

* Oración de DISCERNIMIENTO. Uno debe ser consciente de que es susceptible de ser engañado. Los seductores y los vendedores, entre otros, son muy hábiles en estudiar nuestro perfil psicológico para aprovechar aquellas debilidades que todos tenemos. Mientras acumulamos recursos de defensa en unas áreas otras forzosamente quedan menos guarnecidas. La oración de discernimiento es ante todo el reconocimiento humilde de que los apetitos que poco conocemos de nosotros mismos, y los temores que no sabemos que tenemos, y los miedos que reptan en silencio por rincones del alma efectivamente nos afectan, y empobrecen nuestras decisiones. Ese reconocimiento nos hace menos proclives a fallar y ciertamente le da espacio a Dios para liberarnos de muchos errores.

(Continúa aquí)