Encuentro con Cristo y conversion a Dios

Conferencia para la Cena Cursillista en Pentecostés de 2012.

(1) Sólo hay encuentro donde hay la altura ontológica propia de la persona; porque todo genuino encuentro implica una forma de donación.

(2) Los Evangelios cuentan de personas que cambiaron maravillosamente el rumbo de su vida por un encuentro con Cristo; pero no es el caso de todos. ¿Qué falló? El Señor nos recuerda que nadie llega a él si el Padre no lo atrae. Esta expresión nos invita a confiar en la hora de Dios para cada persona pero además nos llama a reconocer que en lo que somos como creaturas está un llamado profundo a ir hacia Cristo. Tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades miran hacia él. Y por cierto: si pretendemos apoyarnos sólo en lo que vemos fuerte en nosotros, es ahí cuando no hay encuentro sino desencuentro con Cristo.

(3) Cristo no quiere un encuentro superficial o pasajero con nosotros. Su lenguaje es el de la donación total, como se manifiesta y realiza en la Eucaristía. El encuentro ha de crecer hasta llegara ser “permanencia.” Cristo llega vivo a nosotros, y la vida cristiana no es simple esfuerzo de adecuarse a un modelo maravilloso, sino que es el fruto natural que irradia Cristo viviendo en nosotros sus propios misterios.

(4) Evangelizar es ofrecer este Cristo a nuestros hermanos. Encontraremos rechazo, porque el pecado va creando redes de complicidad, que la Biblia llama “mundo.” Hay que tener en cuenta que: (a) Habrá confrontación, y que todos tendremos una cuota de martirio. (b) Es preciso que los laicos comprendan el valor y la necesidad de asociarse para defender públicamente su fe. (c) Hay que orar siempre más y siempre mejor.

Ponte a orar

Buscas la compañía de amigos que con su conversación y su afecto, con su trato, te hacen más llevadero el destierro de este mundo…, aunque los amigos a veces traicionan. -No me parece mal. Pero… ¿cómo no frecuentas cada día con mayor intensidad la compañía, la conversación con el Gran Amigo, que nunca traiciona?

“María escogió la mejor parte”, se lee en el Santo Evangelio. -Allí está ella, bebiendo las palabras del Maestro. En aparente inactividad, ora y ama. -Después, acompaña a Jesús en sus predicaciones por ciudades y aldeas. Sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!

¿Que no sabes orar? -Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: “Señor, ¡que no sé hacer oración!…”, está seguro de que has empezado a hacerla.

Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” -¿De qué? De El, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias…, ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”