Jack Kevorkian, Doctor Death

Wesley J Smith, author and leading campaigner against assisted suicide, says the media fawned over him and failed to see the damage he wrought.

“I think his more important place in contemporary history was as a dark mirror that reflected how powerful the avoidance of suffering has become as a driving force in society, and indeed, how that excuse seems to justify nearly any excess.”

Kevorkian was prophetic in calling for the creation of euthanasia clinics, which now exist in Switzerland, says Smith.

“Time will tell whether Kevorkian will be remembered merely as a kook who captured the temporary zeitgeist of the times.

“Or whether he was a harbinger of a society that, in the words of Canadian journalist Andrew Coyne, ‘believes in nothing [and] can offer no argument even against death’.”

Publicado via email a partir de Palabras de camino

Tips para contemplativos. No. 02: Sobre el origen de las tensiones

TIPS para contemplativos. Tip No. 02: Origen de las tensiones.

* Las distracciones vienen por atracciones múltiples y diversas, o por tensiones. Conviene buscar el origen de éstas.

* Las virtudes suelen clasificarse en teologales (fe, esperanza, amor), y cardinales o humanas (prudencia, justicia, fortaleza, templanza).

* Las virtudes teologales son “extremistas” porque su perfección siempre está en el máximo. Las cardinales, en cambio, requieren de la búsqueda del punto medio, y por eso es en ellas donde nacen la mayor parte de nuestras tensiones.

* Uno suele desconocer el origen de las opciones que le llevan a preferir un “punto medio” en lugar de otro. Con frecuencia es el roce con otras personas y culturas lo que le lleva a uno a descubrir que hay raíces ancestrales que hacen que uno reaccione de modo diverso.

* Las tensiones ancestrales no salen a flote por sí mismas pero su efecto se deja sentir, en el plano comunitario, cuando las mutuas limitaciones nos obligan a buscar consensos, aclarar motivaciones y explicitar metas y propósitos.

* Son esas las mismas tensiones que pueden robar nuestra atención cuando más deseamos y necesitamos orar.

Tips para contemplativos. No. 01: Sobre las distracciones

TIPS para contemplativos. Tip No. 01: Sobre las distracciones.

* El obstáculo tal vez más persistente en el camino de la vida contemplativa tiene nombre propio: distracciones.

* En su etimología, “distraerse” quiere decir estar sujeto a distintas tensiones o atracciones.

* La principal respuesta a las distracciones, entonces, es estar sujeto a una sola y grande atracción, es decir, ser atraídos por Jesucristo.

* Grandes ejemplos de no-distraídos porque fueron intensamente atraídos por Cristo: San Juan Bautista, la Virgen María, San Pablo.

* Pero ser atraídos por Cristo es regalo del Padre celestial, a través del don del Espíritu Santo. Hemos, pues, de suplicar ese don.

Cristo, el Hombre nuevo

22. En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.

Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En El Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Eph 1,14), se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rom 8,23). Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8,11). Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero, asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.

Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.

Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!,¡Padre!

[Constitucion Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, n. 22]