Notre Dame, Mi Madre

Traducción del original de Lacy Dodd, primero publicado el Viernes, 1° de Mayo, 2009

Muchos de los que han de graduarse en la Universidad de Notre Dame este año 2009 tendrán sentimientos encontrados sobre su ceremonia de graduación debido al escándalo suscitado por la decisión de la universidad de honrar a Barack Obama con el discurso inaugural y darle un grado Honoris Causa en Derecho.

Sé cómo se sienten. Diez años atrás mi corazón conoció un conflicto semejante cuando llegó el día de mi graduación en Notre Dame, día también para recibir mi comisión como oficial del Ejército de los Estados Unidos de América.

En aquel entonces yo tenía tres meses de embarazo.

Aquel mes de marzo yo había ido—sola—a una clínica de la mujer, a tomar un test de embarazo. El resultado fue positivo y yo me sentí tan aturdida que casi no podía entender qué trataba de decirme la enfermera cuando me aseguró que yo tenía “otras opciones.” ¿Cuáles “otras opciones”? ¿Qué mundo es este, que define la compasión como decirle a una joven que acaba de saber que lleva vida dentro de sí que puede destruir esa vida, si quiere?

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Palabras de Animo para las Religiosas Educadoras

Si tenéis la penosa experiencia de que la hermana educadora y la joven de hoy no se entienden muy bien, tened presente que éste no es un fenómeno particular de vuestra crisis. A los demás maestros, y con frecuencia a los mismos padres, no les van mucho mejor las cosas. No es una frase huera, en efecto, decir que la juventud ha cambiado y se ha vuelto bien diferente. Tal vez sea el motivo central de esta diferencia de la juventud de hoy aquello que constituye objeto de frecuentes observaciones y lamentaciones; la juventud es irreverente hacia muchas cosas que antes, desde la infancia y normalmente, eran tenidas en el más alto respeto. No obstante, de esta actitud no tiene toda la culpa la juventud actual. En los años de la infancia ha vivido cosas horribles y ha visto quebrar y caer míseramente ante sus ojos muchos ideales antes altamente apreciados. Así se ha vuelto desconfiada y esquiva.

Conviene añadir, además, que esta acusación de incomprensión no es nueva; se verifica en todas las generaciones y es recíproca: entre la edad madura y la juventud, entre los padres y los hijos, entre los maestros y los discípulos. Hace medio siglo, y algo más también, a menudo constituía una cuestión de delicado sentimentalismo; gustaba creerse y decirse “incomprendido” e “incomprendida”. Hoy esta lamentación -que no está exenta de un cierto orgullo- consiste más bien en una postura intelectual. Aquella incomprensión tiene por consecuencia, de un lado, una reacción que tal vez sobrepase los límites de la justicia, una tendencia a repeler toda novedad o apariencia de novedad, una sospecha exagerada de rebelión contra todas las tradiciones; de otro, una falta de confianza que aleja de todas las autoridades y que impele a buscar, al margen de todo juicio competente, soluciones y consejos con una especie de fatuidad más ingenua que razonada.

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