Preservad la santidad de la familia

Tres cosas vamos a deciros en este saludo. Vivid en gracia; preservad la santidad de la familia; mantened la unión y la concordia en vuestra sociedad.

La vida del hombre tiene un sentido cuando éste coloca a Dios como meta última de sus aspiraciones, pone como base su amistad con El y hace discurrir su andar diario por el cauce de sus mandamientos y deseos. Nos gustaría estar ahora ahí, en medio de vosotros, para mostrar a unos la página evangélica del hijo pródigo, a otros la escena de Jesús con los niños cuyos ángeles siempre ven a Dios, para repetiros el sermón de la Montaña… Vivid, os diremos solamente, la vida cristiana en toda su hondura y realismo. Nunca olvidéis la enseñanza fundamental de estos días: Jesucristo, con su sangre, nos ha traído del Cielo el supremo don de la gracia y “nos ha hecho merced de las más preciosas y ricas promesas para hacernos así partícipes de la divina naturaleza” (2Pe 1, 4).

Acercad cada día vuestros labios a los divinos manantiales de la vida sobrenatural y tomad el alimento vital del alma que se da en los sacramentos, eliminando todo lo que impide eficacia o disminuye vuestro esfuerzo por conseguir los frutos de la Redención de Cristo. Que cada uno de vosotros se sienta como obligado a atraer al hermano alejado, a enseñarle a revalorizar la propia fe, a profundizar en una más consciente responsabilidad de sus exigencias, a saborear en pleno la grandeza del credo católico.

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