Sacrilegios

SOHO, una revista de amplia circulación en Colombia, publicó una burla sacrílega de la Eucaristía usando a una modelo semidesnuda.

Es una extorsión bien pensada: si te callas, tienes que dejar que atropellen tu fe y tus sentimientos religiosos; si hablas, recibirás dos golpes bajos: en primer lugar, le haces más publicidad a la revista y a la modelo; en segundo lugar, por una carta de protesta ya puedes esperar cinco o diez artículos de periodistas “avanzados” e “independientes” que denuncian la “mojigatería” de la sociedad colombiana.

Esta extorsión ha sucedido en otros países. Argentina, por ejemplo, ya tuvo que soportar su propia dosis, a nombre del “arte.” Como la fórmula funciona, la seguirán empleando.

En el caso de Colombia, la modelo, pobre mujer, ya quedó catalogada de “polémica.” Algunos atribuyen a Voltaire la conocida frase “Calumniad, calumniad, que de la calumnia algo queda.” Algo parecido se repite aquí: “¡Al sacrilegio, a la blasfemia, que algo queda!” Una vez que una modelo es “polémica” ya puede cobrar más; una vez que una obra de arte es “controvertida” ya vende más; una vez que una película es asquerosa e impía, ya tiene asegurado su lugar en las páginas de los diarios.

La verdad es que los católicos hemos estado más bien desconcertados a la hora de responder a estas agresiones. En parte porque son cosas bien pensadas, como se piensa un negocio del que se sabe cuánto se va a ganar. La misma Casa Editorial de esa revista tiene otras publicaciones. Se puede usar la revista para producir el escándalo y luego usar otras publicaciones o diarios de la misma Casa Editorial para hacerle “seguimiento” a la polémica subsiguiente. La gente cree que se está expresando al enviar sus mensajes o correos electrónicos a las otras publicaciones, mientras que esos mensajes, debidamente neutralizados con otras opiniones editoriales “libres,” en realidad sirven para inflar la circulación y la publicidad. Es un negocio en el que gana la modelo, el fotógrafo, la Casa Editorial y la mentalidad anti-Iglesia.

Mi convicción es que si eso es un negocio –y lo es– hay que tratarlo como tal. La manera de contraatacar, ya que se trata de una agresión, puede ser jurídica o comercial. Yo no creo mucho en la vía jurídica por la sencilla razón de que en Colombia, como en la mayoría de nuestros países, la fusión progresiva de los poderes hace que los enemigos de la Iglesia abran más y más espacio para quienes comparten sus ideas, de modo que el lobby gay, el lobby masón y el lobby neocapitalista se repartan jugosas tajadas de lo ejecutivo, lo legislativo, lo judicial y, por supuesto, de los medios de comunicación.

Me parece entonces más efectiva la vía comercial. La Escuela Virtual para Padres, por ejemplo, ha promovido cosas como la que sigue: si en un canal de televisión se pasa una de esas blasfemias o sacrilegios, empiezan a presionar con cartas, a veces millares de cartas, a las empresas que patrocinan esos programas. Como ninguna empresa comercial quiere que su nombre quede asociado al disgusto de millares de personas, el procedimiento ha dado resultados positivos por lo menos en algunos casos.

A la revista colombiana esa hay que darle, entonces, donde le importa: en las ventas.

Imaginemos algo como esto: miles de ciudadanos, sobre todo católicos, dejan en los supermercados y puestos de revistas papeles pequeños, perfectamente legibles, a mano, en máquina de escribir, computador o fotocopia, pero siempre con el nombre escrito a mano:

“A PARTIR DE HOY, Y POR LO MENOS DURANTE UN AÑO, NI MI FAMILIA NI YO COMPRAREMOS LA REVISTA SOHO PORQUE HAN OFENDIDO NUESTRA FE SIN RAZON.”

“FIRMADO: (tu nombre)”

Sin añadir más. Con decencia, sin grocerías y sin entrar en lo “polémica” que es la modelo, pobre mujer, que se vendió tan tristemente. IMPORTANTE: ¡no dar correos electrónicos que puedan usar para vendernos basura o para ofrecer “disculpas”!

Cuando la gente de los supermercados reciba los primeros diez papeles de esos, se reirá. Cuando reciban quinientos, ya no reirán más. Cuando completen miles y miles, se pondrán serios. Si llegamos a las decenas de miles, alguien tendrá que llamar por teléfono a alguien para decir: “Oiga: ¡No vuelvan a hacer esa estupidez!”

¿Gusta la idea?