Familiarizarse

A casi dos semanas de haber llegado, las primeras impresiones se han decantado y otra serie de sentimientos, más firmes, van tomando su lugar.

Es una maravilla eso que está contenido en el verbo “familiarizarse”. Los lugares, las personas, los acentos, los horarios van dejando de ser exteriores –y extraños– a nosotros y se entran, se vuelven parte de nuestra expectativa y de nuestra normalidad. Familiarizarse es incorporar a nuestra “normalidad” cosas que antes no estaban allí. Por contrapartida, es también dejar atrás otras cosas que ya no podemos esperar.

Lo “normal” es el espacio en el que nos sentimos cómodos, es la parte del mundo que nos resulta comprensible, en la que nos sentimos seguros, por lo menos en el sentido de saber a qué atenernos. Un cambio cultural, geográfico y lingüístico como el que estoy viviendo produce una cuota de inseguridad frente a la cual uno busca adquirir una nueva normalidad. Y eso es familiarizarse.

En la otra dirección sucede algo similar. Al principio uno se siente bastante visto, observado, analizado. No es una sensación grata en sí misma, pero debo decir que los frailes aquí han sido especialmente respetuosos y yo diría incluso delicados en su trato para conmigo. Aun así, los primeros días uno es el “nuevo”, el “raro”. Poco a poco se van familiarizando con las presencia del nuevo habitante y uno mismo entra en la normalidad de la vida de ellos.

Este proceso es entonces como un morir a una “normalidad” y nacer a otra. Es por eso una pascua.

Cosa que se nota en los detalles más pequeños, como es el manejo del libro de oraciones para la liturgia de las horas. Y desde luego, las plegarias mismas, y los salmos y lecturas, suenan de un modo nuevo, porque ninguna lengua es completa.

Para dar un ejemplo concreto: En el salmo 62 de la Liturgia decimos en español: “Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo“. En esta versión en inglés rezamos: “O God, you are my God, for you I long“. A mí el verbo “madrugar” me suena a una cosa de horarios. En cambio “to long for” es la expresión de un deseo íntimo, intenso pero a la vez suspendido. Se parece al “suspirar” del español, pero pertenece más al ámbito del corazón, del alma, no de su expresión externa.

Por cosas como esas uno redescubre el mundo, incluso dentro del lenguaje aparentemente tan próximo de una misma Comunidad Religiosa.