El Papa Juan Pablo II se refirió a la fiesta litúrgica de la Natividad de la Virgen María, el 8 de Septiembre señalándola como una ocasión propicia “para emprender un itinerario espiritual”.
El nacimiento de la Virgen, dice, “constituye una suerte de prólogo de la Encarnación: María, como aurora, precede al sol del día nuevo, preanunciando el gozo del Redentor”. Así, con Ella, hagamos nuestro gran itinerario. Podemos decir que María fue destinada a ser Madre y el Espíritu Santo la educó en la fidelidad para conducirla a ser MADRE y en esta vocación vemos como tres grandes etapas:
La primera de la Inmaculada Concepción a la Anunciación, no se dice ni sabemos mucho de la infancia de María, sabemos de esta etapa, la presentación de María en el templo que significa toda esa preparación cuidadosa del alma de María que Dios realizó y que la orientó a una presentación espontánea y a una oblación continua de todo su ser. Conocemos lo esencial porque el Ángel Gabriel, Isabel y María misma enumeran los resultados “María está llena de Gracia” El Señor está en Ella, es Bendita entre las Mujeres, El Omnipotente realizó en Ella grandes maravillas”.
En síntesis: durante estos años María formada por el Espíritu Santo recibe el don de la Maternidad Divina como un germen sin saber que al ser Madre de Jesús es también Madre de una multitud y que desde que concibe a Jesús su Hijo, “El, su Hijo” es inseparable de sus hermanos.
El Santo Padre explicó que los misterios gozosos “nos hacen contemplar este gozo “que irradia del evento de la Encarnación”; un gozo que no ignora el dramatismo de la condición humana, si no que surge de la certeza de que “el Señor está cerca”, más aún, es un “Dios-con-nosotros”.
Y podemos acercarnos a la segunda etapa de la existencia de María y lo que Ella va a aprender en esta que es lo que sucede entre las dos Anunciaciones, es decir entre la visita del Ángel y la palabra pronunciada por su Hijo desde lo alto de la Cruz y es necesario entonces que ese Corazón de Madre lleno plenamente de amor a su Hijo, lo forme Dios para hacerlo más hondo, más fuerte en su fidelidad. Su corazón se ensancha poco a poco para ser capaz de contener tantos hijos adoptivos y aprende en la fe la exigencia de esa Maternidad la del desprendimiento y el sacrificio.
Ella vivió con Jesús durante 30 años, años de una vida en apariencia inútil en la que tuvo que afrontar el misterio del crecimiento de un Dios hecho niño, que aprende a balbucir, que habla con las medias palabras de un párvulo, que aprende la ciencia de los hombres. Ella debe creer que el mundo será redimido por un carpintero, como si no hubiera venido al mundo sino para ejercer ese oficio en esa vida oculta, oscura; Ella acepta la voluntad de Dios sin esperar pruebas, sin buscarse a sí misma, sin preguntas inquietas y se mantiene firme toda una vida repitiendo en el silencio del corazón y en la oscuridad de la fe “Soy la esclava del Señor”.
Sus sufrimientos comienzan desde un principio; la profecía de Simeón hace penetrar la espada de dolor en su vida. Jesús mismo continúa este trabajo con las palabras desconcertantes ¿Por qué me buscabais? ¿Quién es mi Madre y mis hermanos? ¿Mujer y a ti qué? Cada una de esas palabras la invitaban a abandonar el plano del simple amor maternal necesariamente limitado para pasar al plano del amor universal y cada paso en este camino se logra al precio de un desprendimiento y de un sacrificio.
Después de haber aceptado en la fidelidad esta larga y penosa educación llega María al pie de la Cruz para escuchar la segunda Anunciación. Va a descubrir que ser Madre de Jesús es tener un corazón tan grande que pueda recibir al mundo entero, a todos los hermanos de su Hijo Primogénito.
“¡Alégrate!” La invitación gozosa del Ángel arroja un rayo de luz sobre los cinco misterios gozosos. En ellos, María nos conduce a comprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que “el cristianismo es sobre todo buena nueva”, que tiene su centro, más aún, su mismo contenido, en la persona de Cristo.
La tercera etapa María viviendo en la Iglesia que se funda y crece aquí va a descubrir las inmensas reservas de su amor maternal. Es la Madre del Cuerpo Místico, Madre que nunca termina de dar a luz a sus hijos, ni de formarlos al precio de la sangre de su corazón.
Ella sigue hoy la misión que cumplió durante la vida terrestre de Jesús, asociada a la misión de su Hijo, una misión dolorosa. La Cruz estaba siempre en la perspectiva de Cristo y la espada de dolor estaba siempre ante María.
Ella es Madre de los pecadores “Ruega por nosotros pecadores” y por eso su maternidad es dolorosa. Al mismo tiempo la Iglesia descubre más y más el lugar de María en su crecimiento, lo que quiere decir que la vocación de María aún esta en vías de desarrollo a la medida del desarrollo de la Iglesia. En realidad una vocación nunca termina, porque quien la recibió debe descubrir que la muerte no es otra cosa que una etapa más.
Dios tiene un plan de salvación para cada persona para cada alma Consagrada, plan que vamos descubriendo día a día con más amplitud pero cuando lleguemos ante Dios comprenderemos que nuestra tarea no termina y que Dios espera que nuestro corazón se ensanche a la medida de su Corazón Divino.
Terminamos este compartir de vida recordando que El Santo Padre concluyó en su encíclica pidiendo a la Virgen Maria para que ayude a los cristianos a “redescubrir el Santo Rosario como oración simple pero de gran profundidad. Bien rezado, éste nos introduce en la experiencia viva del misterio divino y obtiene a los corazones, a las familias y a toda la comunidad aquella paz que tanto necesitamos”.
Hna. Gloria I. Huérfano, O.P.