LA VIDA RELIGIOSA – HOY
Un
resumen de dos charlas dirigidas a la Federación de Dominicas de África del Sur
por fr. Albert Nolan, O.P. el 25 de
enero de 2003.
RELIGIOSOS/AS
COMO CONTEMPLATIVOS/AS
Antes de decir
algo acerca de la vida religiosa hoy y las consecuencias para mañana, me
gustaría comenzar con unas breves palabras acerca de la vida religiosa de ayer.
Durante los
últimos doscientos años, es decir, desde poco después de la Revolución
Francesa, las Órdenes y Congregaciones religiosas se han multiplicado y se han
extendido de una manera fenomenal a través del mundo, especialmente los
Institutos de vida activa y misionera. Sin embargo, el logro más notable no fue
su crecimiento en número sino el papel decisivo que los varones y mujeres de
las congregaciones religiosas tuvieron en la historia humana y el desarrollo en
Europa, las Américas, África, Asia y Australia durante ese período.
Para realmente
apreciar lo que lograron, hay que situar su actividad en el contexto de un
mundo de expansión colonial, codicia, egoísmo, individualismo, rivalidad,
poder, control, esclavitud, crueldad y violencia. En ese contexto, religiosas,
religiosos y sacerdotes, sin pensar en ellos mismos, sirvieron a los pobres,
construyendo escuelas y hospitales, atendiendo a los enfermos y a los sordos,
ciegos, cojos, incapacitados mentales, leprosos, huérfanos, ancianos y
moribundos. Viajaron a tierras que eran lejanas y extrañas para ellos,
sacrificando las comodidades y su salud.
Y, además,
hicieron todo esto sin premios visibles (dinero, prestigio, poder...) y,
frecuentemente, sin ni siquiera una palabra de gratitud.
Pero aunque la
mayor parte de sus actividades ni siquiera fueron notadas por los ricos y
poderosos, ante la mirada de Dios, estas actividades fueron de los más
espléndidos logros de los últimos doscientos años.
Por supuesto,
también había fracasos: aquellos que no fueron fieles a sus votos, aquellos que
se quedaron inmaduros y aquellos que fueron culpables de abuso sexual de una u
otra manera. Pero, para nosotros, tales fracasos son insignificantes en
comparación con el testimonio sobresaliente del compromiso religioso y
auto–sacrificio en un mundo caracterizado por el egoísmo y la codicia.
Este es nuestra
herencia como religiosos y religiosas y el mismo espíritu continúa hoy aunque
sea con números reducidos.
La vida religiosa
hoy ha entrada en una fase totalmente nueva. Muchos religiosos y religiosas,
hoy, se sienten desmoralizados, desilusionados y desanimados debido a la
disminución en número y a la edad promedio más alta en sus congregaciones.
Los/las mayores, pueden recordar los noviciados grandes con veinte, treinta o,
quizás, cien novicios/as mientras hoy hay dos o tres o, quizás, ningún
novicio/a. Es verdad que en algunas partes del mundo hay noviciados donde antes
no había pero en cuanto que el mundo moderno, secularizado, conquista más y más
partes del mundo, probablemente en los nuevos noviciados se notará la
disminución numérica.
Para muchos,
les parece como si la vida religiosa estuviese en decadencia y hasta moribunda.
Sin embargo, yo, junto con muchos otros, sostengo que eso no es verdad. No
estamos en decadencia. Simplemente estamos entrando en una nueva era que
promete ser más grande y más profunda de lo que se haya visto en el pasado;
pero no en números.
Vivimos en un
mundo que solo puede medir grandeza en términos de números y tamaño. “Esta
es la institución más grande de su categoría”. Y, ¿qué? Como decía Joan
Chittister: “Hemos sido seducidos por números
... no nos sorprende, entonces,
que la vida religiosa está siendo medida en términos de tamaño. No nos
sorprende que está aturdida por la reciente disminución numérica”
El culto a los
números ha sido, y sigue siendo, uno de nuestros problemas más grandes, porque
en la vida religiosa lo que vale no es cantidad sin cualidad. Lo que se está
desarrollando hoy no es cantidad o
números. Lo que se está desarrollando hoy es calidad. Estamos redescubriendo a
un nivel más profundo que antes el verdadero significado de la vida religiosa.
Cito una vez más a Joan Chittister: “Gracias a la disminución (numérica), la
vida religiosa ha vuelto a vivir de nuevo. Disminución nos devuelve a Dios.”
Actualmente
debemos agradecer a Dios por la disminución de nuestros números. Este es el
mensaje de la revitalización de la vida religiosa en el mundo de hoy.
Una de las
cosas que ha confundido a generaciones pasadas y sigue confundiendo a muchos
hoy es nuestra interpretación del dicho famoso de Jesús: “La mies es mucha y
los obreros pocos”.
Interpretamos
este pasaje como que se necesita más vocaciones al sacerdocio y a la vida
religiosa. Pero, este no es su significado. Significa, más bien, que se
necesita más cristianos para anunciar el evangelio y estar al servicio de los
demás, trabajando como Iglesia. No quiere decir que se necesita más varones y
mujeres que hagan profesión de pobreza, castidad y obediencia.. Sacerdotes y
religiosos/as no son los únicos obreros en la viña ni tampoco deben ser
los únicos. Todos los cristianos están llamados a ser ministros de una manera u
otra. Uno de los mayores problemas del pasado es que pensábamos que la única manera de trabajar en la viña
del Señor y de trabajar por la Iglesia era como sacerdote o religioso/a.
El sacerdocio,
por supuesto, es un ministerio en la
Iglesia pero no el único ministerio. Necesitamos más sacerdotes pero también
necesitamos otros ministerios y trabajos apostólicos. Sin embargo, la vida
religiosa, como tal, no es ni un ministerio ni un apostolado. Es una forma de
vivir.
Lo que se está
redescubriendo hoy en día es que la vida religiosa no es un trabajo. No estamos
llamados como religiosos/as para hacer algo; más bien, estamos llamados
para ser algo – para ser testigos proféticos en el mundo, adoptando una
forma de vida, a imitación de Jesús, distinta de la forma usual, es decir, la
vida matrimonial. Luego, como cualquier otro cristiano en cualquier otra forma
de vida, también, la mayoría de nosotros estamos llamados a ser obreros en la
mies.
El hecho que
hoy son laicos los que están haciendo los trabajos que anteriormente fueron
hechos por los religiosos/as, como profesores, enfermeras, catequistas,
predicadores y cuidadores de los ancianos, no es un retroceso ni un fracaso a
lamentar; más bien, es un paso adelante, una oportunidad para nosotros
redescubrir lo que realmente significa ser religioso/a. Mientras Dios, sin
duda, está realmente contento con lo que los/las relgiosos/as han hecho y
logrado en el pasado, no es difícil entender ahora cómo Dios nos está llevando
hacia cumbres nuevas y retos aún más grandes.
Entonces, ¿cuál
es el significado original de la vida religiosa? Todos los autores de hoy,
escribiendo sobre la vida religiosa, dirán que el único fin de esta forma de
vida es la búsqueda de Dios. Por eso, personas como San Antonio fueron
al desierto; por eso, San Benito fundó monasterios; por esto, todos pronuncian,
o deben pronunciar, los votos de pobreza, castidad y obediencia. En otras
palabras, todos los religiosos y religiosas, incluyendo aquellos y aquellas que
pertenecen a congregaciones de vida activa o apostólica, son, antes de todo,
contemplativos/as.
Como
dominicos/as, no hace falta que nos recuerden esto. Nuestra meta, decimos, es
“contemplar y dar a otros los frutos de nuestra contemplación”. Decimos que
nuestra búsqueda de la Verdad es una búsqueda contemplativa de Dios.
Pero, si este
es el fin de la vida religiosa, ¿qué sucede con nuestro ministerio? Que sucede
con nuestro carisma dominico de la predicación?
No hay duda
alguna que nuestros ministerios han sido, y siguen siendo, muy importante y que
muchas congregaciones fueron fundadas para llevar a cabo apostolados muy
específicos. Pero, como religiosos/as, nuestros ministerios y apostolados deben
surgir desde nuestra contemplación, desde nuestro compromiso muy especial de
una búsqueda durante toda la vida de Dios. En otras palabras, nuestras
actividades siempre son secundarias. Son nuestra oración y nuestra
contemplación las que tienen que ocupar el primer lugar. Esto es lo que da
sentido a nuestras vidas como religiosos/as.
Regresar a esta
manera de entender la vida religiosa, transformaría la manera en que
consideramos la edad avanzada y los/las jubilados/as en nuestras congregaciones. Si la razón
primaria de la vida religiosa es buscar a Dios, entonces cuando llegamos a ser
muy viejos o enfermos para participar en un ministerio activo, no nos hacen
inútiles. Actualmente, la edad avanzada y la jubilación nos ofrecería más
tiempo para cumplir con nuestra búsqueda contemplativa de Dios, para
simplemente ser religiosos/as.
Nunca debemos
considerar a los religiosos de edad avanzada o jubilados como una carga. Tampoco sería motivo de
desesperanza que hubiera un aumento de gente mayor en las comunidades. Sus
oraciones, su sabiduría, su búsqueda más profunda para Dios es precisamente de
lo que se trata en la vida religiosa.
Debemos apreciarlos por esto aunque no todos o todas son ejemplares.
La verdadera
prueba para todos nosotros sería nuestra disponibilidad a jubilarnos como
religiosos a una vida contemplativa y unión con Dios.
EL TESTIMONIO
DE NUESTRAS VIDAS
La búsqueda de
Dios es una manera de vivir, una manera contemplativa de vivir, una
espiritualidad completa. Lo que quiere decir, en la práctica, es que los
religiosos y las religiosas son personas que intentan enfocar toda su vida
hacia Dios. Todo que hagan o digan o reflexionen debe estar centrado en Dios.
Nuestro
testimonio profético, entonces, no consiste simplemente en mostrar a las personas cómo amar o cómo
vivir en paz con justicia. Nuestro testimonio profético es, ante todo, un
testimonio de la realidad de Dios, de la seriedad de la creencia en Dios, de la
importancia para la vida de eliminar malentendidos y errores acerca de Dios.
Sabemos que hay
personas que se dedican a hacer el bien, a veces heroicamente, sin una creencia
formal o explícita en Dios. Sabemos, también, que hay personas que proclaman su
fe en Dios o que piensan que creen en Dios pero que cometen injusticias, actúan
sin amor y motivados por el egoísmo.
Sin embargo, si
nuestra vida religiosa es una búsqueda genuina y honesta de Dios, daremos un
testimonio de lo que significa realmente creer en Dios y de la importancia
práctica de una búsqueda sin fin de Dios. Tiene que ser visible que tomamos en
serio a Dios; tan en serio que estamos dispuesto a dejar de lado dinero,
riqueza, propiedad privada, matrimonio, sexo, vida familiar y nuestra propia
voluntad.
En un mundo en
que la mayoría ya no cree en Dios, todo ésto parece una locura. En un mundo en
que la mayoría cree en el dinero e individualismo egoísta, nuestra forma de
vida, vivida correctamente, es un absurdo.
Sin embargo,
por el contrario, lo que está emergiendo en nuestro mundo hoy es una creciente
hambre de paz interior, de silencio y de meditación, de una espiritualidad y
contemplación, de un significado para la vida y de una esperanza.
Hay un
creciente reconocimiento, y pienso que este es particularmente la verdad en
África del Sur hoy, de que no podremos tener una paz duradera en la sociedad
sin la paz en nuestros corazones; que la liberación social no es posible sin la
liberación personal; que de la misma manera que no habrá paz sin justicia,
tampoco habrá justicia sin una victoria personal sobre el egoísmo.
El cambio de
estructuras sociales injustas es de importancia crucial, pero no es suficiente.
También tenemos que cambiar las actitudes de la gente, sus conciencias falsas,
sus creencias sobre si mismos y sobre Dios. Y todo esto es un asunto de
espiritualidad.
Si nosotros,
como religiosos y religiosas, mostramos signos de que tenemos algunas de las
cosas que la gente necesita en sus vidas, la paz y la libertad interior, y un
espíritu de esperanza, quizás comenzarán a escuchar nuestro mensaje acerca de
Dios. Si fuéramos reconocidos como personas profundamente espirituales que
pasaran tiempo en oración y meditación., quizás comenzaríamos a atraer de nuevo
vocaciones no para el trabajo apostólico sino para nuestra espiritualidad.
En otras
palabras, nuestro mundo está ahora buscando signos de esperanza y los
religiosos y religiosas estamos llamados a ser precisamente esto: signos de
esperanza; Dedicar nuestras vidas a la búsqueda de Dios nos hace ser signos de
esperanza porque, de hecho, Dios es la única esperanza para todos y para el
mundo.
LA BÚSQUEDA DE DIOS
Si todo esto
debe ser nuestra meta y propósito como religiosos, deberíamos decir algo más
sobre lo que significa hoy día.
En primer
lugar, hoy sabemos que tenemos que buscar a Dios en el mundo.
Dios no vive por allí, arriba, en el cielo, en algún otro mundo. No tenemos que
distraer nuestra atención de este mundo para encontrar a Dios. La realidad de
Dios está presente en la gente, en la sociedad, en los problemas y eventos de
nuestro tiempo, en el clamor de los pobres, en la creación entera, en las aves,
en las montañas y en las estrellas. Dios está presente en los misterios y
maravillas del universo. Dios está presente activamente en todo el proceso de
evolución y en las actuales luchas por conservar la tierra y liberar a los
pobres.
Por supuesto, también
buscamos a Dios en la Biblia, y ante todo, en Jesús quien es la
Palabra de Dios. Experimentamos la presencia de Jesús en las palabras del
evangelio y en los sacramentos de la Iglesia.
Pero, hay un
lugar que es de importancia fundamental en nuestra búsqueda de Dios y,
especialmente hoy, y este está en nosotros mismos, en nuestros corazones.
Todos los
místicos y escritores espirituales dan testimonio de esto. Y no porque somos
tan santos o porque Dios se está escondiendo en algún lugar dentro de nosotros,
sino porque, como decía Eckhart: nadie puede conocer a Dios si primero no
conoce a sí mismo”.
El
auto-conocimiento es la clave para cualquier búsqueda seria de Dios. Nuestra
propia Santa Catalina de Siena fue una de las más grandes exponentes de la importancia
crucial del auto-conocimiento. Trish Fresen escribió una tesis doctoral muy
convincente sobre la centralidad del auto-conocimiento en la espiritualidad de
Catalina.
Muchos
dominicos, especialmente entre los varones, han intentado explorar la verdad
sobre todo cuanto hay en el mundo excepto dentro de ellos mismos. ¿Cuántos de
nosotros aún somos ciegos en cuánto a la verdad acerca de nosotros mismos?
Hay muchas
razones por las que la búsqueda de Dios tiene que enfocarse con respecto a la
verdad sobre nosotros mismos. Entre estas razones hay algo que Jesús nos
indicó: si tenemos una viga en nuestro propio ojo no vamos a poder sacar la
astilla en el ojo del otro. De hecho, no podremos ver nada con claridad y
especialmente no podremos ver la verdad acerca de Dios. Hay una viga en mi ojo
y, hasta que la saque, nunca podré ver a Dios, ni en el espejo.
Si la clave de
la contínua profundización en nuestra búsqueda de Dios es el auto-conocimiento,
se sigue que la clave del auto-conocimiento será el desprendimiento. Tal vez no
haya cuestión más importante para la revitalización de la vida religiosa hoy
día que una comprensión correcta y una práctica del desprendimiento.
Todas las
tradiciones espirituales tienen algo que decir con respecto al desprendimiento.
Pero fue Eckhart quien dijo que el desprendimiento era más importante que el
amor, en el sentido que sin un auténtico desprendimiento no podríamos amar de
verdad y con sinceridad como Jesús lo hizo.
Desprendimiento
no es una palabra muy popular hoy en día. Para la mayoría de la gente suena
como una especie de indiferencia, una falta de sentimientos, de emociones y de
pasiones. Se piensa que una persona desprendida es como un pedazo de madera.
Pero, en las tradiciones espirituales, el significado es muy distinto. Más
bien, significa libertad. Significa la libertad del apego a las
muchas cosas que nos encadenan en la vida. Estamos esclavizados a muchas cosas
sin, a veces, darnos cuenta. Sin embargo, son precisamente estas cosas, como la
viga en nuestro ojo, las que nos detienen en nuestra búsqueda de Dios.
¿A que cosas
estamos apegados como religiosos hoy? Aquí van unos cuantos ejemplos,
recordando que los apegos varían de persona a persona. Algunos de nosotros
estamos apegados al pasado: las prácticas, las costumbres y los grandes números
del pasado. Otros están apegados a sus trabajos: sus apostolados, sus
ministerios, sus parroquias o colegios. Después hay aquellos quien están
apegados a su congregación particular o a su Provincia con su historia y sus
costumbres.
Con frecuencia
estamos profundamente apegados a nuestras reputaciones. ¿Qué dirá o qué pensará
la gente de nosotros o de nuestra comunidad? A veces, nos apegamos a nuestras
comodidades: nuestro programa favorito en la TV. Un buen número de nuestros
pequeños temores y preocupaciones surgen de nuestras pequeñas obsesiones y
compulsiones. Quizás hemos llegado a estar obsesionados con el aseo, con el
orden de las cosas, con la limpieza o con nuestra privacidad.
No estoy
sugiriendo, ni por un instante, que tendremos que dejar todas estas cosas. Lo
que estoy diciendo es que tenemos sentirnos desprendidos de ellas, no debemos
depender de ellas. En otras palabras, tenemos que estar liberados de ellas y no
estar esclavizados por ellas.
Las cosas a las
que estemos apegados quizás no sean malas en sí. Es nuestra dependencia de
ellas que es el problema.
También podemos
llegar a ser muy apegados a algo que es muy bueno en sí misma, como por
ejemplo, la oración y la contemplación. Eckhart es muy fuerte en este punto. En
uno de sus sermones utiliza la historia de María y Marta de tal forma que María
llega a ser el símbolo de aquellos que están apegados a la oración y la
contemplación de tal forma que no pueden dejarlo para ir a la cocina para
ayudar a Marta.
En otro lugar,
Eckhart dice que tenemos que ser desprendidos de Dios, es decir, de nuestras
imágenes de Dios y reconocer que Dios es mucho más que nuestras imágenes
favoritas o retratos de Él. En nuestra búsqueda
de Dios estamos siempre descubriendo que Dios es mucho más misterioso de lo que
jamás hubiéramos imaginado. Si no podemos soltar nuestras viejas imágenes, no
podremos avanzar en la búsqueda de Dios.
El ejemplo más
grande, de todos los tiempos, de un desprendimiento completo y una libertad
personal fue Jesús mismo. Nada podría intrometerse entre su amor por Dios y su
gente, ni siquiera su propia vida. Tenía la voluntad de entregar su vida para
otros. Este es el máximo desprendimiento de si mismo: tu propia vida.
Como religiosos
hoy, estamos siendo retados a desarrollar la voluntad de morir, como individuos
y, si fuera necesario, como grupo, como congregación, como provincia, como
comunidad.
Porque,
paradójicamente, es solamente cuando estamos con la voluntad de morir cuando
podremos volver a vivir en una manera completamente nueva. Como Jesús dijo
varias veces: quien salva a su vida, la perderá y quien pierde su vida, la
salvará, que quiere decir que quien se apega a su vida, la perderá y quienes
estén dispuestos a morir, salvarán sus vidas.
A través de los
años, han habido muchas nuevas congregaciones religiosas y muchas han
desaparecido. Y, seguramente, muchas más morirán en los próximos 20 o 30 años,
mientras otras continuarán naciendo en tiempos y contextos nuevos. Tratándose
de los dominicos, estoy seguro que la Familia dominicana sobrevivirá y crecerá
a nivel mundial. Sin embargo, puede ser que algunas de las provincias de los
frailes puedan morir o juntarse con otras
provincias y, considerando el número grande de congregaciones de hermanas
apostólicas en la Familia, supongo que muchas morirán o se unirán mientras
nuevas nacerán en nuevas circunstancias.
Si pudiéramos
realmente apartarnos de estas cosas y de otras, y si pudiéramos desarrollar
algo de la libertad que tenía Jesús, confiando totalmente en Dios, entonces, la
vida religiosa revivirá y crecerá, no necesariamente en número sino en nuevas
formas y nuevas prácticas y en su calidad de testimonio.
Para resumir,
nosotros, como religiosos, estamos llamados a la conversión. Algunos ya han
experimentado esta conversión, otros todavía. Para muchos, pueda ser que demore
mucho tiempo y necesite mucha reflexión. Sin embargo, queda como el reto de
nuestros tiempos para nosotros.
Tenemos que ser
convertidos de cantidad a cualidad. Mejor es tener unos pocos buenos religiosos
que una cantidad numerosa pero mediocre y cuyo testimonio es contraproductivo
o, por lo menos, ambiguo.
Tenemos que ser
convertidos de una forma de vida religiosa que es simplemente un ministerio o
un trabajo a una forma de vida que es una búsqueda contemplativa de Dios.
Tenemos que ser
convertidos para creer que nuestra búsqueda de Dios, que nuestra pretensión de
auto–conocimiento y desprendimiento, permitirán que Dios nos use como testigos
proféticos y signos de esperanza en nuestra sociedad. No hay nada que África
del Sur necesite más, hoy día, que gente que visiblemente sean signos de
esperanza porque toman a Dios en serio.
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