Fray Luis de León,
versión poética del salmo 104 (103)
Alaba,
¡oh alma!, a Dios: Señor, tu alteza,
¿qué lengua hay que la cuente?
Vestido estás de gloria y de belleza
y luz resplandeciente.
Encima de los cielos desplegados
al agua diste asiento;
las nubes son tu carro, tus alados
caballos son el viento.
Son fuego abrasador tus mensajeros,
y trueno y torbellino;
las tierras sobre asientos duraderos
mantienes de continuo.
Los mares las cubrían de primero
por cima los collados,
mas visto de tu voz el trueno fiero
huyeron espantados.
Y luego los subidos montes crecen,
humíllanse los valles;
si ya entre sí hinchados se embravecen,
no pasarán las calles:
Las calles que les diste y los linderos,
ni anegarán las tierras:
descubres minas de agua en los oteros,
y corre entre las sierras.
El gamo y las salvajes alimañas
allí la sed quebrantan;
las aves nadadoras allí bañas,
y por las ramas cantan.
Con lluvia el monte riegas de tus cumbres,
y das hartura al llano;
ansí das heno al buey, y mil legumbres
para el servicio humano.
Ansí se espiga el trigo, y la vid crece
para nuestra alegría:
la verde oliva ansí nos resplandece,
y el pan da valentía.
De allí se viste el bosque y la arboleda,
y el cedro soberano,
adonde anida la ave, adonde enreda
su cámara el milano.
Los riscos a los corzos dan guarida,
al conejo la peña;
por Ti nos mira el sol, y su lucida
hermana nos enseña
los tiempos. Tú nos das la noche escura,
en que salen las fieras;
el tigre, que ración con hambre dura
te pide y voces fieras.
Despiertas el aurora, y de consuno
se van a sus moradas.
Da el hombre a su labor sin miedo alguno
las horas situadas.
¡Cuán nobles son tus hechos y cuán llenos
de tu sabiduría!
Pues ¿quién dará al gran mar, sus anchos senos
y cuantos peces cría;
Las naves que en él corren, la espantable
ballena que le azota?
Sustento esperan todos saludable
de Ti, que el bien no agota.
Tomamos, si Tú das; tu larga mano
nos deja satisfechos;
si huyes, desfallece el ser liviano,
quedamos polvo hechos.
Mas tornará tu soplo, y renovado
repararás el mundo.
Será sin fin tu gloria, y Tú alabado
de todos sin segundo.
Tú que los montes ardes, si los tocas,
y al suelo das temblores;
cien vidas que tuviera y cien mil bocas
dedico a tus loores.
Mi voz te agradará, y a mí este oficio
será mi gran contento:
no se verá en la tierra maleficio,
ni tirano sangriento.
Sepultará el olvido su memoria;
tú, alma, a Dios da gloria.
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