Jornada Mundial de
Santificación de los Sacerdotes
I. El Sacerdote es un don de la Misericordia de Dios a la humanidad
LA ALABANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS
II. La Confesión Sacramental y el Sacerdote
III. La Santísima Eucaristía y el Sacerdote
“Vosotros
sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo más siervos, pues
el siervo no sabe lo que hace su señor; os llama amigos, porque os he dado a
conocer todo lo que oí de mi Padre. Vosotros no me habéis elegido a mí, sino
que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y deis fruto, y para
que vuestro fruto permanezca; a fin de que todo lo que pidáis al Padre en mi
nombre Él os lo conceda. Esto os mando: que os améis los unos a otros.” (Jn 15, 14-17).
“Misericordia es la absoluta
gratuidad con la que Dios nos ha elegido: ‘No me habéis elegido vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros’ (Jn
15, 16). Misericordia es la condescendencia con la que nos llama a actuar como
representantes suyos, aún sabiendo que somos pecadores.
Misericordia es el perdón que Él nunca
rechaza, como no rehusó a Pedro después de haber renegado de Él. También vale
para nosotros la afirmación de que ‘habrá más alegría en el cielo por un solo pecador
que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de
conversión’ (Lc 15, 7). Así pues,
redescubramos nuestra vocación como ‘misterio de misericordia’” (Jueves Santo
2001).
“¡Qué vocación
tan maravillosa la nuestra, mis queridos hermanos sacerdotes! Verdaderamente
podemos repetir con el Salmista: ‘¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha
hecho? Alzaré la copa de la salvación, e invocaré su nombre’ (Sal 116, 12-13)” (Jueves Santo 2002).
“El nacimiento espiritual
de las almas es privilegio de los sacerdotes. Ellos las hacen nacer a la vida
de la gracia por medio del Bautismo: por medio de ellos nosotros nos revestimos
de Cristo y somos consepultados con el Hijo de Dios y nos transformamos en
miembros de aquella bendita cabeza. (cfr. Rom 6,1: Gal, 3,27). Por
lo tanto nosotros debemos no solo respetarlos más que a príncipes y reyes, sino
venerarlos más que a nuestros padres. Estos, en efecto, nos han engendrado de
la sangre y de la voluntad de la carne (cfr. Jn 1,13); aquellos, en vez, nos han hecho nacer hijos de Dios,
ellos son los instrumentos de nuestra feliz regeneración, de nuestra libertad y
de nuestra adopción en el orden de la gracia” (San Juan Crisóstomo, De sacerdotio, III, 6)
“Nuestro altar de
oro es el Corazón de Cristo. Es necesario entrar en el Santo de los Santos, que
es el Corazón mismo de Jesús y tomar de ahí las riquezas de su amor.”
“Si el Sumo
Sacerdote de la Antigua Alianza llevaba los nombres de las doce tribus de
Israel escritas sobre sus hombros y sobre su pecho, con más razón Cristo,
nuestro Sumo Sacerdote, lleva escritos los nombres de los hombres en su
corazón.”
“El sacerdocio es
el amor del Corazón de Jesús.”
“El sacerdote no
es sacerdote para sí mismo. No se da la absolución a sí mismo. No administra
los sacramentos a si mismo. No existe para sí mismo, existe para vosotros.”
“Hoy, todo lo que se refiere
al Sagrado Corazón de Jesús me resulta familiar y doblemente querido. Mi vida
me parece destinada a desenvolverse a la luz irradiante del sagrario, y que en
el Corazón de Jesús debo hallar como la solución de todas mis dificultades. Me
parece que estaría dispuesto a dar mi sangre por el triunfo del Sagrado
Corazón. Mi deseo más ardiente es poder hacer algo por ese precioso objeto de
amor.
A veces el pensamiento de mi soberbia, de mi increíble amor
propio, de mi gran miseria, me atemoriza y pierdo aliento; pero pronto hallo
consuelo en aquellas palabras que dijo Jesús a la beata Margarita María
Alacoque: «Yo te he elegido para revelar las maravillas de mi Corazón, porque
eres un abismo de ignorancia y miseria».
Si, quiero servir al Sagrado Corazón de Jesús, hoy y
siempre. Quiero que mi devoción a Él, oculto en el Sacramento del Amor, sea el
termómetro de todo mi progreso espiritual. Quiero hacer todo en unión íntima
con el Sagrado Corazón de Jesús Sacramentado.
Mi mayor gozo será buscar y hallar aliento solamente en ese
Corazón que es la fuente de todos los consuelos.
Determino no concederme reposo hasta que pueda considerarme
realmente anonadado en el Corazón de Jesús” (Beato Juan XXIII, Diario del alma).
“Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, a fin de
santificarla, habiéndola purificado en el lavado del agua con la palabra, para
presentársela a sí mismo, una Iglesia gloriosa que no tenga mancha ni arruga ni
cosa semejante, sino que sea santa y sin falta” (Ef 5,
25b-27).
El Señor
es mi pastor;
nada me
falta.
En prados
de tiernos pastos me hace descansar.
Junto a
aguas tranquilas me conduce.
Confortará
mi alma y me guiará por sendas certeras
por amor de su nombre.
Aunque
ande en valle de sombra de muerte,
no temeré
mal alguno, porque tú estas conmigo.
Tu vara y tu cayado me infunden
aliento.
Preparas
una mesa delante de mí
en
presencia de mis enemigos.
Unges mi
cabeza con aceite;
y mi copa rebosa.
Ciertamente
el bien y la misericordia me seguirán
todos los
días de mi vida,
y en la
casa del Señor moraré
por días sin término.
(Sal 22, 1-3.4.5.6)
“El Corazón de
Jesús es también mío, tengo el valor de decirlo. Si Jesús es mi cabeza, como no
será mío lo que es de mi cabeza? Como son verdaderamente míos los ojos de mi
cuerpo, así también el Corazón de mi cabeza espiritual es mi corazón. Soy muy
afortunado: tengo un mismo corazón con Jesús … con éste tu Corazón y mi
corazón, oh, dulcísimo Jesús, rogaré a ti, Dios mío” (San Buenaventura).
“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, y estando las
puertas cerradas en el lugar donde los discípulos se reunían por miedo a los
judíos, Jesús entró, se puso en medio de ellos y dijo: ‘¡Paz a vosotros!’
Habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se
regocijaron cuando vieron al Señor. Entonces Jesús les dijo de nuevo: ‘Paz a
vosotros! Como me el Padre me ha enviado, así también yo os envío a vosotros.’
Habiendo dicho esto, sopló y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo. A los que
remitáis los pecados, les serán remitidos; y a quienes se los retengáis, les
serán retenidos’” (Jn 20, 19-22).
“El hombre no
puede nada por sí mismo. Y nada merece. La confesión, antes que un camino del
hombre hacia Dios, es una visita de Dios a la casa del hombre. Así pues,
podremos encontrarnos en cada confesión ante los más diversos tipos de
personas. Pero hemos de estar convencidos de una cosa: antes de nuestra
invitación, e incluso antes de nuestras palabras sacramentales, los hermanos
que solicitan nuestro ministerio están ya arropados por una misericordia que
actúa en ellos desde dentro. Ojalá que por nuestras palabras y nuestro ánimo de
pastores, siempre atentos a cada persona, capaces también de intuir sus
problemas y acompañarles en el camino con delicadeza, transmitiéndoles
confianza en la bondad de Dios, lleguemos a ser colaboradores de la misericordia
que acoge y del amor que salva” (Jueves Santo 2002).
“A la vez,
siempre en relación con la Eucaristía, hay que reflexionar sobre el tema del Sacramento
de la penitencia, que tiene una importancia insustituible en la formación de la
personalidad cristiana, especialmente si está unida a él la dirección
espiritual, es decir, una escuela sistemática de vida interior” (Año
internacional de la Juventud, 1985).
“Tiemblo siempre y me
estremezco cuando pienso en mis pecados ocultos, cuando pondero mis obras. Este
terrible recuerdo de mis culpas y el del día del juicio infunde pavor en mis entrañas,
llena de angustia mis pensamientos, y … no obstante, hago el mal, conozco las
obras buenas y hago obras malas. … Soy muy versado en los Libros Sagrados y en
su lectura, pero estoy muy lejos de mi deber. Leo a otros la Biblia, pero nada
entra a mis oídos. Amonesto y exhorto a los ignorantes, pero lo que a mi me
favorece no lo pongo en práctica … Por eso en Ti, oh Señor, busco refugio de
este mundo perverso y de este cuerpo lleno de maldad, causa de todo pecado. Por
esto yo te grito, como el Apostol San Pablo: ‘¿Cuando seré liberado de este
cuerpo de muerte?’ (Rom. 7,24). …
Misteriosamente surge en mi interior un pensamiento
consolador que me aconseja el bien y me extiende la mano a la esperanza. …
‘Escucha, oh pecador—me susurra en el oído la penitencia— … quiero darte un
consejo vivificante … no caigas en el desaliento, no te abandones a la
desesperación … el Señor es bueno y misericordioso, Él anhela verte a su puerta
y se alegra si tú te conviertes, volviéndote a abrazar con gozo. Tu gran culpa
no puede ni siquiera ser comparada con la gota más pequeña de su misericordia;
Él te purifica con su Gracia de los pecados que te dominan. El mar de tus
pecados no puede sofocar el soplo más tenue de su misericordia. … No mires la
gran cantidad de tus pecados ocultos, … tu Señor puede purificarte de toda
culpa, puede lavarte de toda mancha … ‘El te volverá blanco como la nieve,’
según está escrito por el Profeta (Is 1,18).
¡Oh pecador, abandona tus maldades, arrepiéntete de todo aquello que has
cometido y Él, en su misericordia, te acogerá! …
A todos aquellos que como yo son
pecadores, he dicho todo esto, para suscitar en ellos esperanza, consuelo y
arrepentimiento” (Efrén el Sirio, Comentario a “¡Ay de nosotros, que hemos
pecado!”)
“El ministerio
sacerdotal se realiza en la tierra, pero pertenece al orden de las realidades
celestes. Y es justo. En efecto, no un hombre, ni un Ángel, ni un Arcángel ni
ningún otro poder creado, sino el mismo Paráclito ha ordenado este ministerio y
ha inducido a hombres que viven aún en la carne a desempeñar este servicio
angélico. Por eso, quien cumple el oficio sacerdotal debe ser puro como si
estuviese en el cielo y entre potencias celestes … A hombres que viven en la
tierra, que tienen aquí su morada, ha sido confiada la administración de los
tesoros celestiales y se les ha dado un poder que Dios no ha concedido ni a los
Ángeles, ni a los Arcángeles. Nunca, en efecto, les ha dicho: ‘todo aquello que
atéis sobre la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatéis sobre la
tierra será desatado en el cielo’ (Mt
18,18). … ¿Qué otra cosa les ha dado sino todo el poder del cielo? ‘A aquellos
a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados y a quienes se los
retuviereis les serán retenidos (Jn,
20, 23) ¿Cuál poder será mayor que este? El Padre ha dado al Hijo todo poder
(Cfr. Jn 5, 22): pero veo que el Hijo
lo ha dado a los sacerdotes. Como si ya hubieran sido acogidos en el cielo y
hubieran superado la naturaleza humana y estuvieran libres de nuestras
pasiones, a tanto poder han sido elevados” (Juan Crisóstomo, El Sacerdocio, 3,
4-5).
“Aquellos que son
ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y
Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo con la
confesión sacramental frecuente, puesto que ella—que va preparada con el examen
diario de conciencia—favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al
amor del Padre de las misericordias.”
“Escribe, habla
de mi Misericordia. Di a las almas en donde deben buscar el consuelo, es decir,
en el tribunal de la Misericordia, allí suceden los más grandes milagros que se
repiten continuamente. Para obtener este milagro no es necesario hacer
peregrinaciones a tierras lejanas, ni celebrar solemnes ritos exteriores, basta
ponerse con fe delante de un representante mío y confesarle la propia miseria y
el milagro de la Divina Misericordia se manifestará en toda su plenitud. Aún
cuando un alma estuviera en descomposición como un cadáver y humanamente no
hubiera ninguna posibilidad de resurrección y todo estuviera perdido, para Dios
no lo sería así: un milagro de la Divina Misericordia resucitará a esta alma en
toda su plenitud. ¡Infelices de aquellos que no se aprovechan de este milagro
de la Divina Misericordia! ¡Lo invocareis en vano, cuando sea demasiado tarde!”
(Palabras de Jesús sobre la Confesión Sacramental. Diario.)
“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que ha traspasado los cielos,
Jesús el Hijo de Dios, retengamos firme la profesión de nuestra fe. Porque no
tenemos un sumo sacerdote que no puede compadecerse de nuestras debilidades,
pues él fue tentado en todo igual que nosotros, menos en el pecado.
Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos
misericordia y hallemos gracia, y ser socorridos en el momento oportuno. (Heb 4, 14-16)
“Alabad al Señor, porque es
bueno:
Porque eterna es su misericordia!
Alabad al Dios de dioses:
Porque eterna es su misericordia!
Alabad al Señor de señores:
Porque eterna es su misericordia!
Al único que hace grandes
maravillas:
Porque eterna es su misericordia!
…
…En nuestra humillación se acordó
de nosotros:
Porque eterna es su misericordia!
Y nos rescató de nuestros
enemigos:
Porque eterna es su misericordia!
Él da alimento a toda criatura:
Porque eterna es su misericordia!
Alabad al Dios de los cielos:
Porque eterna es su
misericordia!”
(Sal 136)
Padre nuestro que estás en los cielos,
danos sacerdotes según tu Corazón.
Para que sea santificado tu nombre,
danos sacerdotes según tu Corazón.
Para que venga tu Reino,
danos sacerdotes según tu Corazón.
Para que tu voluntad se cumpla en el Cielo
Como en la tierra,
danos sacerdotes según tu Corazón.
Para darnos el Pan de la vida,
danos sacerdotes según tu Corazón.
Para perdonar nuestras culpas,
danos sacerdotes según tu Corazón
Para que nos ayuden a superar las tentaciones,
danos sacerdotes según tu Corazón.
Y a ellos y a nosotros líbranos de todo mal. Amen.
(Anónimo)
“Entonces tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió y se los dio
diciendo: ‘Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado. Haced esto en memoria
mía.’ Asimismo, después de haber cenado, tomó la copa y dijo: ‘Esta copa es la
nueva alianza en mi sangre, que por vosotros se derrama’” (Lc 22, 19-20).
“Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne
del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el
último día. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él. Así
como el Padre que tiene la vida, me ha enviado y yo vivo por el Padre, de la
misma manera el que me coma también vivirá por mí. Este es el pan que descendió
del cielo, no como aquel que vuestros padres comieron y murieron. El que come
de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,
53-58).
“‘Haced esto en
memoria mía’ (Lc 22, 19): Las
palabras de Cristo, aunque dirigidas a toda la Iglesia, son confiadas, como
tarea específica, a los que continuarán el ministerio de los primeros
apóstoles. A ellos Jesús entrega la acción, que acaba de realizar, de
transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, la acción con la que Él
se manifiesta como Sacerdote y Víctima. Cristo quiere que, desde ese momento en
adelante, su acción sea sacramentalmente también acción de la Iglesia por las
manos de los sacerdotes. Diciendo ‘haced esto’ no sólo señala el acto, sino
también el sujeto llamado a actuar, es decir, instituye el sacerdocio
ministerial, que pasa a ser, de este modo, uno de los elementos constitutivos
de la Iglesia misma” (Jueves Santo 2000).
“Nuestro Señor y
Salvador dice: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida
en vosotros. Mi carne es verdadero alimento y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6, 54-55). Jesús es puro en todo y
por todo, por eso toda su carne es alimento y toda su sangre es bebida. Toda
obra suya es santa y todas sus palabras son verdad: por eso su carne es
verdadero alimento y su sangre es verdadera bebida. Con la carne y la sangre de
su palabra, como con alimento puro y bebida pura, abreva y sacia a todo el
género humano. En segundo lugar, después de su carne, son alimento puro Pedro y
Pablo y todos los Apóstoles; en tercer lugar sus discípulos: y así todos, por
la abundancia de sus méritos o la pureza de sus sentimientos, puede hacerse
alimento puro para su prójimo. Todo hombre es alimento; si él es bueno y de lo
profundo de su corazón ofrece el bien (Cfr. Mt
12,35), le ofrece a su prójimo, que de ahí saca, alimento puro;
si él es malo y hace el mal, ofrece a su prójimo un alimento inmundo”
(Orígenes, Homilías sobre el Levítico).
“El Santísimo y
sumo Sacrificio y Sacramento de la Misa es el centro de la religión cristiana,
el corazón de la devoción, el alma de la piedad, el misterio inefable que
manifiesta el abismo de la caridad divina; por su medio Dios se une realmente a
nosotros y nos comunica en modo maravilloso, su gracia y sus dones. La oración
que se eleva junto con este sacrificio divino posee una fuerza que no se puede
expresar con palabras… El Coro de la Iglesia triunfante y el de la Iglesia
militante se unen a Nuestro Señor en esta acción divina para atraer el corazón
de Dios Padre y conquistarnos su misericordia; esto hecho con Él, en Él y por
Él” (Filotea).
“Deseo únicamente la ciencia
del Amor. Comprendo en que únicamente el amor puede hacernos agradables al
Señor, constituyendo mi única ambición.
Jesús no pide grandes acciones, más bien, sólo el abandono y
la gratitud. Jesús de hecho, no tiene necesidad de nuestras obras, sino
solamente de nuestro amor. ¡Ah! Lo experimento más que nunca. Jesús está
sediento, pero entre los discípulos del mundo sólo encuentra ingratos e
indiferentes, y entre sus mismos discípulos, encuentra pocos corazones que se abandonen
a Él sin reservas, y que comprenden la ternura de su amor infinito.
Jesús, mi esposo, para atraer mi
corazón te has hecho mortal y, supremo misterio, has dado tu sangre: y aún
vives para mí en los altares. Si no puedo ver la luz de tu rostro, ni oír
aquella voz llena de dulzura, puedo, oh mi Dios, vivir de la Gracia, y reposar
sobre tu Sagrado Corazón” (Santa Teresa del Niño Jesús, Escritos).
“¡Qué cosa tan
sublime es ser sacerdote! ¡Qué predilección tan inmensa de Dios al escoger esas
almas para su servicio íntimo y para que sigan haciendo en la tierra su Obra!
Que no se te pase un solo día sin agradecerle tan grande favor. Entre mis siete
hijos, a ti te tocó la mejor parte por la pura bondad de Jesús que tanto te
ama, que tantas pruebas de predilección te ha dado. Y ¿todavía dudarás? Ocúpate
en amarlo y en hacerlo amar, en no pensar en ti sino en Él y en abandonarte
como un niño en sus maternales brazos porque su corazón, el corazón de Jesús es
profundamente maternal. ¿Verdad que si? Con Él y con María Santísima, ¿qué
podemos temer? Saca de ese corazón tu dicha, tu paz, tu alimento, tu consuelo,
todo lo que necesites: luz, gracia, fuego, recogimiento, amor y dentro de Él
vive y muere, y árdete y piérdete. Eterna debe ser tu confianza como eterna es
la misericordia de Dios” (Cartas de una madre, Concepción Cabrera).
“Bendito Dios, y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en
Cristo con toda bendición espiritual en los cielos. Nos escogió en Él desde
antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y e inmaculados
delante de Él en el amor, predestinándonos a ser hijos adoptivos por medio de
Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para la alabanza de la gloria
de su gracia, que nos dio gratuitamente en su Hijo amado. En Él tenemos
redención por medio de su sangre, el perdón de nuestros pecados, según las
riquezas de su gracia que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría
y entendimiento. Él nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad, según el
beneplácito que se propuso en Cristo, para realizarlo en la plenitud de los
tiempos: que en Cristo sean recapituladas todas las cosas, tanto las que están
en los cielos como las que están en la tierra. En Él también hemos sido hecho
herederos, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que realiza
todas las cosas eficazmente conforme al consejo de su voluntad, para que
nosotros, que primero hemos esperado en Cristo, seamos para la alabanza de su
gloria” (Ef 1, 3-12).
Oh Dios, tú eres mi Dios, desde
la aurora te busco;
mi alma tiene sed de ti.
Mi cuerpo te anhela
en tierra árida y sedienta,
carente de agua.
Te he contemplado en el
santuario,
para admirar tu poder y tu
gloria.
Porque tu gracia vale más que la
vida;
mis labios te alabarán.
Por eso te bendeciré en mi vida,
y en tu nombre alzaré mis manos.
Como de sebo y de gordura se
saciará mi alma;
mi boca te alabará con labios de
júbilo.
Cuando en mi cama me acuerdo de
ti,
medito en ti en las vigilias de
la noche.
Porque tú eres mi socorro,
bajo la sombra de tus alas
cantaré de gozo.
Mi vida está apegada a ti;
tu mano derecha me sostiene.
Los que buscan mi alma para
destruirla
caerán en las profundidades de la
tierra.
Los destruirán a filo de espada,
y serán la porción de las zorras.
(Sal 63)
¡Oh Jesús, cómo quisiera que mi
corazón viviese únicamente en obediencia a tu adorable Corazón!
Sería más humilde más dulce, más caritativo, ya que tu
Corazón es de admirar particularmente por su dulzura, su humildad y caridad.
¿Cuándo, oh Dios, me darás la gracia de liberarme de mi
corazón mezquino y poner ahí el tuyo, si no, en el Sacramento de la Eucaristía,
supremo don de amor?
¡Sea alabado, adorado y glorificado en
todo momento el Corazón Eucarístico de Jesús, en todos los tabernáculos del
mundo, hasta el fin de los siglos! Amén.
(San Francisco de
Sales)
+
Año
2002