A propósito de Pentecostés…
LOS DONES DEL
ESPÍRITU SANTO
Por el cardenal Carlo Maria Martini
«Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus
raíces. Sobre él reposará el Espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé.» (Is.
11, 1-2). A estos seis dones —que leemos en la Biblia hebrea—, la Biblia griega
y la Biblia latina han agregado el don de la piedad.
Cada cristiano vive de Fe, Esperanza y Caridad; la Fe es
perfeccionada por el espíritu de entendimiento, ciencia y consejo; la
Esperanza, por el espíritu del temor de Dios y de fortaleza; la Caridad se
expresa plenamente cuando es perfeccionada por la piedad y la sabiduría.
1. Entendimiento: Potencia del alma, en virtud de la cual
concibe las cosas, las compara, las juzga, e induce y deduce otras de las que
ya conoce. El don de la inteligencia lo necesitamos para comprender los
misterios divinos, la relación entre la Cruz y la Trinidad, entre la Cruz y la
paternidad de Dios; para intuir en este misterio divino el de nuestra vida y de
nuestra muerte. Lo necesitamos para comprender cómo el misterio de Dios se
revela en nuestro tiempo; para comprender cómo Jesús crucificado y resucitado
vive entre nosotros y podemos encontrarlo; para comprender cómo el Espíritu
Santo está actuando en medio de nosotros y podemos dejarnos vivificar por Él.
Lo necesitamos para hacernos descubrir entre los pliegues de la vida cotidiana
la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para hacernos contemplar
en nuestras cruces la presencia del Resucitado.
2. Ciencia: Conocimiento cierto de las cosas creadas
por sus principios y causas. Es la capacidad de referir a Dios todas las cosas
del mundo, yendo más allá de las apariencias y comprendiendo el valor
simbólico, relativo, de toda criatura con respecto al ser y al misterio de
Dios, de aquel que lo ha creado todo. Es capaz de contribuir a la búsqueda del
significado último y de las urgencias penúltimas frente a las cuestiones y a
los desafíos culturales y éticos más variados. Con él es posible captar los
signos de los tiempos y los fermentos evangélicos presentes en todas partes,
incluso en las situaciones aparentemente más cerradas a la luz de la verdad
revelada. Es posible comprender las necesidades concretas de una determinada
comunidad y trazar para ella un proyecto adecuado. He aquí donde se halla
contenida la ciencia del amor.
3. Consejo: Parecer o dictamen que se da o toma para
hacer o no hacer una cosa. Es el saber orientarse en la complejidad moral de la
vida. Es acudir prácticamente a los motivos de la Fe al obrar. Nos permite ver
todo a la luz de la eternidad, en el querer de Dios, Padre bueno. Forma
personalidades fuertes, tranquilas, seguras de sí mismas; por el contrario, la
acción del espíritu del mal consiste en llevarnos a la tristeza, a replegarnos
sobre nosotros mismos, a una confusión que bloquea la mente, a una ansiedad que
lacera e impide decidirse, haciéndonos permanecer siempre en el mismo punto.
4. Temor de Dios: Miedo reverencial y respetuoso que se
debe tener de agraviar a un Dios tan bueno. Es un amor a Dios consciente de la
propia fragilidad y, por consiguiente, de la posibilidad de ofender al Señor,
de perder su amistad. Es una actitud de grande reverencia hacia un misterio que
nos supera por todas partes, que no poseemos, que no tenemos a la mano, porque
nos es dado continuamente como un don, y nosotros tenemos continuamente la
posibilidad de rechazarlo, de perderlo, de descuidarlo. El temor de Dios ve el
actuar moral no como simple obediencia a una ley, sino como una relación con
una persona; relación personal con Dios Padre, con el Señor Jesús. Por
consiguiente, el temor de Dios nos permite vivir el actuar moral con toda la
delicadeza, el respeto, la diligencia, el afecto que expresa la relación
verdadera con una persona, y que exige la relación con Dios mismo, Padre y
Señor. Es la conciencia de que Dios es Mysterium fascinans, misterio que atrae
y fascina por su amabilidad (digno de ser amado); y al mismo tiempo es la
conciencia de que Dios es también Mysterium tremendum, con el cual no se puede
jugar, que nos interpela profunda y seriamente porque es amor total y exigente,
relación personal de alianza y de don. Es el temor de faltar, de no estar a la
altura de tan grande amor y, al mismo tiempo, el fuerte deseo de ser totalmente
de Dios. Las actitudes contrarias al temor de Dios son la superficialidad, el
facilismo, la trivialidad en la oración y en la vida.
5. Fortaleza: Vencer el temor y huir de la temeridad.
Es la victoria sobre el miedo a la muerte y a cualquier otro mal, porque sabe
que está en los brazos del Padre que no lo abandona nunca. Es el don que nos da
la capacidad de profesar la Fe, incluso en las contradicciones y en los
peligros. El caso más serio del don de la fortaleza es el martirio, la
superación del miedo a la muerte, simplemente porque estamos en las manos de
Dios. Perfecciona la virtud de la Esperanza, llevándola al heroísmo, al
desprecio de la muerte, a la superación del miedo a la muerte.
6. Piedad: Don que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las
cosas santas; y por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. Nos hace
orar con gusto y de buena gana, con entusiasmo, nos hace salir del corazón una
oración fluida, serena, calmada. Nos coloca en condiciones de vivir la oración
de los hijos que gritan a Dios invocándolo con el apelativo: « ¡Padre!». Es la
capacidad de hablar con Dios filialmente, con ternura; de alabarlo y adorarlo.
Es la orientación del corazón y de toda la vida para adorar a Dios como Padre,
para rendirle el culto que lo reconoce como fuente y meta de todo don
auténtico. Es la ternura hacia Dios, el estar enamorados de Él y el deseo de
rendirle gloria en cada cosa. ¡Es tan dulce llamar a Dios «Padre nuestro»! Nos
hace mirar hacia Dios con sencillez filial y con verdad.
Es, por otra parte, el don de la sensibilidad en la relación
humana, que nos permite tratar a todos con la mayor delicadeza, con amabilidad.
Por consiguiente, es un don que compenetra la vida cotidiana, la vida de
familia, las relaciones de cada día, haciéndolas hermosas, fáciles, agradables;
un don que elimina las espinas, los choques, y suaviza nuestras relaciones. La
actividad contraria es la dureza del corazón, la falta de sensibilidad, el no
saber comprender a los otros. Es difusivo y benéfico, comenzando por la oración
filial y afectuosa, en las relaciones de los hijos con los padres, de los
padres con los hijos, de los esposos entre sí, en las relaciones de trabajo, de
amistad, de parroquia, de comunidad, de grupo..., porque está impregnado de
atención, respeto y sensibilidad.
7. Sabiduría: Conducta prudente en la vida. Es el don
de verlo todo con los ojos de Dios, con su mirada, de verlo todo desde arriba.
Es el don de ver los acontecimientos y las situaciones como los ve Jesús
crucificado y resucitado, desde lo alto de la Cruz y desde la gloria de la
Resurrección. Se trata de verlos desde lo alto y desde el centro. No por una
inteligencia particular o una luz intelectual, sino por instinto divino.
Sabiduría significa precisamente «sabor». Está ligado a la Caridad, al amor,
más que a la inteligencia. Es la inteligencia del amor, del corazón. Es una
penetración amorosa que percibe el sabor de los misterios de Dios: del misterio
trinitario, del misterio de la Cruz, de los misterios del Reino, del misterio
de la historia... Y esa sabiduría se les da también a las personas más
sencillas, e incluso más a ellas que a los otros. ¡Cuán grande es en ellos el
sentido de la providencia divina, cuán baja la estimación de las cosas
terrenas, cuán grande la paz íntima y el gozo de una vida intachable...! Es el
don que permite enmarcar cada problema en un marco más amplio: el marco de la
verdad completa, de la verdad auténtica. Lo que es opuesto a la sabiduría es la
falta de sabor de las cosas de Dios, la carencia del sentido de Dios, del
sentido del misterio, del sentido de la providencia... Es la historia de un
hombre que ha hecho sus cuentas sin Dios, sin la muerte, sin tener presente la
verdad de la vida; de quien vive sin sentido, preocupado solamente por el
presente; de quien no comprende, en los acontecimientos oscuros o contrarios a
las expectativas comunes, el designio de Dios; de quien hace sus cálculos sin
contar con la Cruz; de un hombre que ha construido su casa sobre la arena, que
no ha conocido el orden de la vida evangélica, declarado en el sermón de la
montaña. No reconoce ese orden de la vida evangélica, expresado en hacerse
pequeños, en no pretender los primeros puestos, en respetar la autoridad, en
amar la oración, en vivir en común, en perdonar las ofensas... Se trata de un
don instintivo, del cual uno se da cuenta después. No es necesario que lo
sintamos, por cuanto el Espíritu no tiene necesidad de hacerse sentir para actuar
en nosotros.
Muchas personas —tal vez con frecuencia también nosotros— se
mueven por su voluntad, cuentan con sus propias fuerzas, piensan que todo lo
tienen en la mano...
Frutos del
Espíritu Santo
Caridad: Amar a Dios sobre todas las cosas, y al
prójimo como a nosotros mismos. Opuesto a la envidia y a la animadversión.
Gozo: Sentimiento de complacencia en la posesión, recuerdo o
esperanza de bienes. Alegría del ánimo.
Paz: Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego,
opuestos a la turbación y las pasiones.
Paciencia: Capacidad de padecer o soportar algo sin
alterarse. Facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. (Algunos
afirman que sería la suma de la paz y la ciencia.)
Longanimidad: Grandeza y constancia de ánimo en las
adversidades.
Bondad: Natural inclinación a hacer el bien.
Benignidad: Afabilidad, benevolencia, piedad.
Templanza, suavidad, apacibilidad.
Mansedumbre: Virtud de quienes poseen condición
benigna y suave. Apacible, sosegado, tranquilo.
Fidelidad: Lealtad, observancia de la fe que uno
debe a otro.
Modestia: Virtud que modera, templa y regla las
acciones externas, conteniendo al hombre en los límites de su estado según lo
conveniente a él.
Continencia: Virtud que modera y refrena las pasiones
y afectos del ánimo, y hace que viva el hombre con sobriedad y templanza.
Castidad: Virtud del que se abstiene de todo goce
genital ilícito.
Oremos
intensamente para que el fuego del Espíritu Santo arda no solo en nuestros
corazones, sino que caliente e ilumine los corazones de toda nuestra sociedad.
Colaboración
de J.M.P.D.