Preparación para recibir el
VESTIDO LITÚRGICO
Fray Nelson Medina, O.P.
Los apuntes siguientes quieren servir de apoyo para llegar con mayor conciencia y fruto a la recepción del vestido litúrgico, un paso especialmente significativo en el camino de las vírgenes seglares dominicas. Trataremos cinco cuestiones:
El vestido es nuestro modo de presencia ante las demás personas. Es el mensaje con el que abrimos nuestra comunicación, el marco en que queremos encuadrar nuestras ideas, aspectos y palabras.
El vestido exterioriza nuestras preferencias, gustos, generosidad, condición social y en muchos casos la ocupación laboral. Con nuestros vestidos salimos del ámbito de lo estrictamente privado o íntimo. Es que además el vestido nos inscribe en determinado grupo de personas. El medico en su consultorio no sólo esta manifestando su profesión sino también el hecho de que pertenece a un “gremio” —grupo de personas que ejercen una determinada función en la sociedad—.
En la Iglesia —que desde una perspectiva es sociedad de personas humanas— podemos decir que hay dos tipos de vestidos: los habituales y los celebrativos.
Los habituales son aquellos que acompañan toda la jornada, como por ejemplo la sotana, o el hábito en los religiosos. Los celebrativos son propios de los momentos litúrgicos de la comunidad; es el caso de los roquetes de los acólitos, las casullas de los sacerdotes o las cogullas de los monjes.
El vestido es una condición primordial de la vida humana[1] El vestido protege al cuerpo no sólo de la intemperie sino también de ser reducido a un objeto[2], pues la mirada suele ser mensajera de la codicia y de la concupiscencia[3]. Según la mente bíblica, el hombre no se apodera de la mujer, sino que entra en su secreto, resguardado por el velo prenupcial[4]. ¡Incluso el Santuario es "revestido" y recibe su velo[5]!
El vestido facilita la distinción de los sexos y así refleja la vida en la sociedad como algo querido por el orden que Dios ha creado[6]. Cambiar de vestido puede significar el paso de lo profano a lo sagrado[7]. Los reyes tienen vestidos propios[8], los profetas utilizan también sus distintivos, y desde luego los sacerdotes[9].
Lo normal en nuestro tiempo es tener muchos vestidos; antiguamente, en cambio, vestían básicamente una túnica, que apretaban a su cuerpo con un cinto o cinturón, especialmente a la hora de la faena. Por ello, entre otras cosas, "ceñirse", o expresamente "ceñirse los lomos" es un modo de llamar al careo, a la labor y al servicio[10].
La desnudez es señal de oprobio y humillación. Recibir un vestido significa por eso ser acogido, como el esposo a la esposa[11]. Ciertos vestidos, los propios de soldados, son mencionados repetidas veces en la escritura como prendas de victoria. Así Yavé se reviste de la justicia como coraza; de la venganza, como túnica; y envuelto en celo va a revestir a su esposa[12]. Esta imagen se prolonga en el nuevo testamento: Cristo que murió despojado de todo[13], una vez resucitado está vestido de Gloria que es como su único vestido[14], cual sucede con los ángeles[15]. También los cristianos vamos a ser revestidos de esplendor y de incorruptibilidad[16]. Ya nos hemos revestido del hombre nuevo[17] por la fe y por el bautismo[18]. El Apóstol Pablo nos invita a protegernos con la armadura de Dios[19], para que al final de los tiempos nuestras túnicas resplandezcan blanqueadas por la Sangre del Cordero[20] esta blancura es el esplendor de la Esposa de Cristo[21].
El vestido litúrgico de las vírgenes seglares dominicas tiene tres dimensiones teológicas: bautismal, virginal-esponsal y escatológica.
La Biblia describe al bautismo como la llegada de la luz[22]; el que está en pecado, está como sepultado y su herencia son las tinieblas; si recibe a Cristo es como si resucitara, sale entonces de su sepulcro como Cristo salió del suyo y recibe una herencia de luz[23]. En los primeros siglos del cristianismo, encontramos que el sacramento bautismal se celebra preferentemente en la noche de la pascua, una noche iluminada por el inmenso cirio, que representa la victoria del Señor resucitado.
Los neófitos eran vestidos de blanco, el color que más se parece a la luz; por eso en las antiguas predicaciones de los padres de la iglesia, alcanzamos a sentir los ecos emocionados que tenían que despertar estos hombres y mujeres convertidos en reflejo de la luz eterna de Cristo. Era tanta esta alegría, que en más de un lugar se concedía a los neófitos permanecer revestidos de día y de noche durante una semana, la semana de octava de pascua. Semejante experiencia tenía que quedar profundamente grabada en los recuerdos fervorosos de los buenos cristianos.
El vestido litúrgico de las vírgenes es como una memoria, discreta pero muy viva, de las gracias bautismales. Cuando en medio de la asamblea litúrgica la virgen se presenta revestida, su traje a todos habla del amor primero y de esa misericordia salvadora de Cristo, que nos hizo nacer a todos[24].
Con su cabeza cubierta, a gusto de San Pablo[25], la virgen seglar oculta y en cierto modo reserva su belleza para los ojos del Altísimo. Su túnica, completamente sobria, hace que la mirada suya y la de sus hermanos en la fe a nada atienda sino a los misterios divinos y su arcana hermosura[26]. En cuanto prefiere que la atención no recaiga sobre ella, obra virginalmente; en cuanto quere que la atención de todos vaya hacia Cristo, su amado, obra esponsalmente.
Por esto hablamos del vestido litúrgico como un vestido virginal, porque expresa el candor de ese amor que Cristo despierta en las almas vírgenes: ser todo en El y para El[27].
Mas ya sabemos que la opción virginal cristiana es esencialmente esponsal. Una virgen seglar es una mujer que movida por el Espíritu Santo hace lo que Cristo hizo: aplazar, en razón de la llegada del Reino de Dios, sus bodas[28], dando un cauce inusitado pero posible a su capacidad de amor y de amar. Debe quedar claro que la virgen seglar no es inepta para casarse, pues en este caso nunca tendría bodas, sino llamada a un género de esponsalidad diferente: el modo de esponsalidad apropiado para unirse a su Esposo.
Por esto hay que afirmar que el vestido litúrgico es un vestido nupcial. Le faltan los adornos del lujo, de la sensualidad y de la vanidad, pero a cambio de ellas tiene de Cristo el esplendor que le gusta a Cristo[29], y esto basta para las almas verdaderamente enamoradas de la castidad. cada novia se viste para su novio; si el Novio es Cristo, el vestido, tanto interior como exterior, será el que convenga ante la mirada de Cristo.
El adjetivo "escatológico" viene de la lengua griega y hace referencia a las cosas que habrán de suceder en último lugar.
Nosotros sabemos especialmente por el Apocalipsis que en el final de la historia humana habrá grandes tribulaciones y persecuciones, pero sobre todo estamos convencidos de una cosa: más allá de la oposición de los reinos de esta tierra, Cristo y sólo Cristo, puede y debe ser llamado "Rey de reyes y Señor de señores"[30].
Lo maravilloso es que en ese triunfo final de Nuestro Señor El no estará solo: La Iglesia purificada y embellecida por su amor, será aquella Novia radiante de hermosura que se una a El en las bodas sin fin del cielo[31]. La gloria de santidad de cada bautizado[32] llegado a esa boda será destello en el vestido que llevará la Iglesia presta a recibir el abrazo y beso de Cristo.
Estas preciosas realidades de nuestra fe no tienen muchos ojos que las anhelen, porque la mirada de los hombres, apresada en el laberinto de sus intereses inmediatos, suele carecer del tiempo y el gusto para extasiarse ante la interna manifestación de Jesucristo[33].
Es aquí donde el vestido litúrgico revela su dimensión escatológica: Cuando la virgen se reviste para la celebración de la fe y pone ya su mirada en el encuentro con Cristo, es una imagen muy pequeña pero muy elocuente de lo que tiene que hacer toda la iglesia; abrigarse en la esperanza, ceñirse de la fe y ser bella en la caridad, hasta que el Señor vuelva[34].
Hemos visto que el color blanco es imagen de la luz y de la gloria. En su transfiguración Cristo quiso que fuera especialmente este color, elevado a la máxima potencia, el que penetrare por los ojos de los discípulos[35]. No es el único caso de la Biblia en que los colores son portadores de significado, por eso no nos parece extraño que a lo largo de los siglos nuestra Iglesia Católica haya aprobado y fomentado el uso de ciertos colores en los vestidos y ornamentos.
Si observamos los colores y matices de los hábitos y vestidos encontramos que se pueden agrupar en tres grandes "familias": en torno al blanco, en torno al negro y en torno a la tierra. Vamos a examinar brevemente estas familias.
El blanco alude a la gracia, pureza, gloria, resurrección y luz.
Aquí están incluidos —además del blanco, desde luego— el dorado, el habano y en mucho menor grado el amarillo. El tema central de esta familia es obviamente la luz. Su claridad habla de la victoria del día sobre la noche, del triunfo de la vida del resucitado sobre la muerte del sepulcro[36]. Cuando llegamos a entender algo solemos decir: "Ahora veo..", con lo cual es evidente la relación que tiene este color con el deseo de inteligencia que hay por naturaleza en el alma humana.
La idea de luz nos infunde además confianza porque es vecina de lo que hoy llamamos "transparencia", es decir la certeza de que no hay nada oculto, cosa que infunde paz y confianza[37]. La Iglesia en sus orígenes ha apreciado muchísimo este color blanco. Es el color de los bautizados, como ya dijimos, el color de la Hostia Eucarística, y el color del vestido de las novias. Además blanco en latín es "albus" de donde viene "alba", aquella túnica que los sacerdotes y demás ministros suelen llevar en todas las celebraciones.
Muchas comunidades religiosas han integrado este color a la parte principal de su vestido cotidiano (vestido habitual). Aquí desde luego recordamos a nuestro padre Santo Domingo, que llevando por todas partes su túnica alba (blanca) obraba como si estuviera siempre presentando la ofrenda y ejerciendo el servicio sacerdotal. Cosa que no era pura metáfora porque nada puede unirse mejor al sacrificio de Cristo Redentor que las almas redimidas por el testimonio y la predicación[38].
El color negro alude a silencio, penitencia y vigilia.
Después de expresar las virtudes y bellezas del color blanco, puede parecer extraño que en la Iglesia tenga tanto lugar el color negro, a veces como complemento en el hábito, a veces como casulla de luto, a veces como vestido talar (sotana). Ciertamente nuestro destino está en la luz gloriosa del cielo, pero no podemos negar que antes de la aurora de la gracia es necesario reconocerse humildemente en aquello que Santo Tomás llamaba la "doble tiniebla": el pecado y la ignorancia.
Por eso el negro, lo mismo que el morado, que tiene sabor de atardecer, predica una aptitud de humildad y sobre todo de arrepentimiento. Cristo dijo a los fariseos que si reconocían que estaban ciegos podrían llegar a ver alguna vez[39]. Este es el consejo que sigue el que se viste de negro: reconoce su ceguera y se vuelve una súplica viva, eco de aquella oración del ciego de Jericó "Señor, que vea"[40].
En otro sentido, el morado, y más aún el negro, son los colores que recuerdan el final de la vida terrena. Vestirse con ellos es una invitación a que los ojos propios y ajenos se cierren a las vanidades de este mundo mientras permanecen despiertos y vigilantes para que la luz de Cristo los abra y despierte a la eternidad[41].
El color tierra alude a nuestra condición humana, nuestra fragilidad, es una imagen de humildad, discreción y anonimato.
La tierra, el suelo, no tiene un color definido: es gris, pardo, marrón. Tierra en latín se dice "humus", de donde viene la palabra humildad. Por eso muchos santos, enamorados de esta virtud, que según dice Santa Catalina de Siena, es la nodriza de la caridad, quisieron vestirse de "humus" como cuando una persona hace un acto externo de abajamiento y se extiende sobra la tierra casi confundiéndose con ella. Es un modo de tomar en profundidad aquella expresión bíblica: "acuérdate que eres polvo..."[42]. Quien acepta ser tierra acepta "ser paisaje" y permitir con humilde caridad que otros ocupen el primer lugar en la escena.
Esto nos ayuda a entender por qué hombres santos como Francisco de Asís quisieron un hábito de color tierra. No se trata aquí de una predilección de color café, sino de un modo de expresar la condición pequeña y necesitada del hombre peregrino. A esta familia entonces pertenecen los diversos matices del marrón, del gris, e incluso, en menor grado, el azul.
* * *
Como notamos, pues, cada una de estas familias de colores indica algo de la relación entre los hombres y el Dios que está mas allá de lo que se puede ver[43].
El vestido litúrgico
de las Vírgenes Seglares está inspirado en el hábito dominicano; conviene por
ello "revestirnos" del espíritu de los Predicadores para asumir con
mayor conciencia este vestido[44].
La
Orden de Predicadores, cuya creación se debe a las oraciones de la gloriosa
Virgen, según reza un antiguo relato, debe también a Ella el hábito que llevan
sus miembros.
El
episodio que nos narra esta intervención de la Sma. Virgen ocurrió en Roma, y
fue contado por el mismo Santo Domingo al Beato Jordán de Sajonia, su inmediato
sucesor.
El
Beato Reginaldo, deán del Capítulo
de San Aniano, de Orleans, y profesor de Derecho Canónico en París, había sido
traído a la Orden por el Santo Fundador, quien le apreciaba a causa de su
eminente ciencia y de su gran pureza.
Poco
tiempo después, Reginaldo cayó gravemente enfermo. Domingo se puso a orar, y
vio cómo la Virgen se apareció al enfermo, y habiéndole ungido, recobró la
salud. Luego le mostró la dulce Madre un hábito religioso completo, diciendo: «He ahí el hábito de tu Orden».
Tres días después, la misteriosa ceremonia se repitió, esta vez en presencia del Bienaventurado Padre; y el Beato Reginaldo recibió de manos de Santo Domingo el hábito dominicano, tal cual la Virgen misma se lo había presentado.
A
partir de aquel momento el escapulario reemplazó al sobrepelliz de los
canónigos regulares, y el hábito dominicano fue adoptado tal como es ahora. Ordinis
Vestiaria, la modista de la Orden Dominicana, es el nombre que se ha
dado a la Virgen María en recuerdo de este gran acontecimiento.
El
hábito dominicano funde en una maravillosa unidad el blanco y el negro; el blanco que es un color perfecto, y el negro
que no lo es; el blanco, símbolo de pureza, y el negro, de la penitencia; el
negro cubriendo el blanco, como la penitencia protege la pureza; la pureza y la
penitencia cubriendo al caballero de Cristo con una armadura invencible y capaz
de desafiar el poder del infierno.
Sobre las vestiduras blancas, el dominico lleva una amplia capa negra. Es una capa negra que la Iglesia no da a los recién bautizados. ¿Por qué razón se le impone esta capa? Porque no es posible pasar por este mundo durante dieciocho años, que son los que se requieren para empezar la vida dominicana, sin que más o menos se manche la blancura del bautismo.
La capa
negra simboliza la penitencia, sin la cual no se puede recuperar la perfecta
inocencia. Con la esperanza de
recobrarla de nuevo se ingresa en la
Orden fundada por Santo Domingo, que tiene a la penitencia como una de sus
características.
La capa
negra, también, protectora de la túnica blanca, ha de recordarnos
continuamente: que el deseo de permanecer limpio de toda mancha debe ir
acompañado, para que sea verdaderamente eficaz, de igual deseo de la
mortificación. Sin ésta, no será posible expiar los pecados cometidos; ella es
necesaria además para evitar los pecados que puedan cometerse.
El hábito dominicano representa, en lo que tiene de blanco,
las gracias de pureza que dispensará la protección especial de la Virgen María
a quienes lo vistan. Bajo su sombra el dominico encontrará una suave frescura
contra los ardores de las pasiones, y hasta el momento de su muerte le servirá
de escudo y de defensa contra los ataques del demonio y los peligros de esta
vida.
El buen
dominico recordará siempre que la verdadera mujer fuerte que ha tejido para su
Orden esta tela blanca, es nuestra Madre celestial. Ciertamente, es gracias a
Ella como nuestros santos y santas se han distinguido por su pureza. En el
Oficio Divino se hace destacar con satisfacción la brillante virginidad de
Domingo. Es un don otorgado por la Virgen María.
Cabe aquí recordar la historia de aquella piadosa mujer de Lombardía de que hablan nuestras antiguas crónicas. Era al principio de la Orden. La buena mujer vio por primera vez a dos jóvenes religiosos «vestidos con un hábito elegante y muy hermoso». Y empezó a poner en duda su virtud. «¡Jamás —se dijo ella— podrán guardar su pureza!» A la noche siguiente se le apareció la Virgen con rostro severo: Tú me has ofendido en la persona de estos religiosos que son mis hijos —le dijo—. ¡Crees tú que yo no me preocupo de ellos!» Y abriendo su manto le mostró una multitud de frailes, entre los que se encontraban los dos religiosos que había visto el día antes.
Cuando
a cada mañana el hijo o hija de Santo Domingo se ponga el hábito blanco, dirá
con respeto filial a la Santísima Virgen: «Mostrad que sois mi Madre y haced
que yo me muestre hijo vuestro». Después besará el escapulario con la misma
veneración con que besaría la santa túnica inconsútil que María tejió para su
Hijo. También nosotros, como el Santo de los santos, hemos recibido de sus
manos este hábito.
Pero si
queremos que la protección de María sea abundante y eficaz, debemos
conservarnos humildes, muy humildes. La gracia se da a los humildes. Nuestra
capa negra nos recordará sin cesar esta humildad que es indispensable. «Recibid
esta capa negra —se nos dijo cuando nos la impusieron por primera vez—, símbolo
de la humildad en que debéis mantenemos». El día en que olvidáramos que la pureza es
un don de María; el día en que nos atribuyéramos el mérito de la misma, la
perderíamos muy pronto.
Es
digno de notar cómo los Padres de la Iglesia, que nos han dejado varios
sermones dirigidos a las vírgenes cristianas, insisten sobre esta virtud de la
humildad. Si comprendemos el lenguaje de los símbolos, nuestra capa negra nos
dirá continuamente lo que San Ambrosio
y San Agustín decían en su tiempo a las vírgenes cristianas.
Todo el
ideal de nuestra Orden se ha resumido en la palabra Veritas (Verdad) y
en esta fórmula tan completa de Santo Tomás de Aquino: contemplar y dar a
otros el fruto de la contemplación.
Sin
duda alguna nuestro hábito blanco es un símbolo de esta verdad luminosa, a la
que se consagra la Orden de Santo Domingo, y de la luz de la contemplación, y
de la irradiación del celo apostólico. Tiene el mismo significado que tenía
aquel maravilloso resplandor que despedía la cara de nuestro bienaventurado
Padre.
Pero
para conservar una fe pura, para poseer un conocimiento profundo de la Verdad,
para dedicarse con amor a la contemplación de la misma, para poder difundir en
torno de sí el resplandor de esta verdad y el brillo de una sólida virtud, hay
que cumplir también con ciertas condiciones, que están simbolizadas en la capa
negra.
Así
como el blanco es el color que más despide la luz, así el negro es el que más
la absorbe. Es necesario que nuestro espíritu absorba primero la luz que le
viene de Dios, autor de la revelación, y también de la Iglesia, que nos la
propone en nombre del mismo Dios, y de nuestros maestros que nos la explican.
Es necesario que todas nuestras facultades se absorban en la oración, en el
estudio, en la meditación, rumiando y asimilando la verdad. Y para que todo
esto lo hagamos con provecho es necesario evitar toda disipación, reprimir la
sensibilidad, saber mantener el recogimiento. Y todo esto está simbolizado en
la capa negra.
Es muy
conocido el famoso cuadro del Beato Angélico en el que pintó a Santo Domingo
admirablemente joven, sentado, con un libro sobre sus rodillas. Está envuelto
en su capa negra. Su cara está ligeramente apoyada sobre la mano derecha; lee,
medita y contempla; su rostro está iluminado; una aureola resplandece en torno
a su cabeza, brilla la estrella sobre su frente.
Muy
distinta será su actitud cuando se levante para hablar de Dios a las almas. Sus
brazos se abrirán en un gesto generoso, mostrando a los ojos de todos la
blancura de su túnica, oculta en gran parte ahora bajo la capa negra. Después
de haber absorbido la luz, la difundirá en torno suyo...
Todos
nosotros, incluso las Hermanas Predicadoras, debemos imitar a nuestro Padre,
derramando la luz en torno nuestro por la palabra y el ejemplo, y preparándonos
por medio del recogimiento y las austeridades necesarias.
Los vestidos
blancos significan gozo y alegría. Este simbolismo que el color blanco tiene
aquí parece que lo conserva en el cielo. Cuando nuestro Señor, en el día de la
Transfiguración, quiso dar a sus discípulos una idea de su gloria y de su
felicidad eterna, se les mostró revestido con una túnica de una blancura que
brillaba.
Este
gozo celestial, ¿no lo saborearon ya aquí en la tierra, en la práctica de la
caridad que les facilitaba el cumplimiento de las santas observancias de su
Orden, en la contemplación de la belleza divina, en cuya contemplación se
expansionaba a su placer la caridad, en la seguridad que les infundía esta
contemplación de que su Dios amable era infinitamente perfecto y que todas las
cosas, en definitiva, se realizaban conforme a su beneplácito?
Por
esta razón el corazón de nuestro bienaventurado Padre se inundaba de gozo y se
iluminaba su rostro, como nos lo atestigua el Beato Jordán. La Beata Cecilia
nos dice que siempre parecía estar alegre y sonriente. Santa Catalina de Sena
asegura que «su religión es alegre; es como un jardín de delicias». A unos novicios que hacía poco habían sido admitidos en la Orden y que se tentaron de la risa
durante las Completas, Jordán de Sajonia les dijo: «Reíd, reíd,
queridos», y
reprendió a un fraile anciano que daba muestras de impaciencia ante la risa de
aquellos jóvenes.
Sin embargo, hay que pensar que la alegría dominicana debe estar velada de cierta melancolía, como la túnica blanca está cubierta con la capa negra. El sentimiento de la propia imperfección y la consideración de los males del mundo, son motivos más que suficientes para atemperar nuestra alegría. De Santo Domingo se cuenta que, cuando de lejos divisaba los apretados techos de un pueblo, el pensamiento de las miserias humanas y de los pecados de los hombres le sumergía en tristes reflexiones que ensombrecían su rostro. Y por la noche derramaba abundantes lágrimas por los pecados del género humano.
Santa Catalina sufría también por la miseria del mundo. Se consideraba culpable de todos sus males, y terminaba sus oraciones diciendo: «¡He pecado, Señor, tened piedad de mí!» Recomendaba insistentemente a sus discípulos el conocimiento de sí mismos y de sus miserias, pero con la condición de que no lo separaran del conocimiento de la misericordia divina. Ella compuso un tratado sobre las lágrimas, y se ha podido afirmar que «sus hijos espirituales fueron educados en la escuela de las lágrimas; la tristeza, pero una tristeza cristiana, es el sello de la familia de los que fueron hijos de sus deseos y de sus Plegarias».
Si el
Beato Jordán aprobaba la risa de los novicios, era porque al mismo tiempo les
daba el motivo siguiente: «Tenéis mucha razón de manifestar vuestro gozo, porque habéis sido
libertados de la esclavitud del demonio que os retenía con sus cadenas durante
varios años». Y Gerardo de Frachet termina el relato diciendo que: «El alma de
los novicios recibió gran consuelo de estas palabras, y ocurrió que a partir de
aquel momento rechazaron toda risa intempestiva».
Con una sola palabra el Beato Jordán los había establecido en la verdad. Y esta verdad que pone la alegría en el fondo de nuestros corazones, tempera también la compunción.
Felizmente
estamos unidos con Dios, pero lo estamos solamente en las sombras de la fe. No
lo vemos, lo conocemos poco, participamos muy imperfectamente de su felicidad.
Nuestro gozo es particularmente un gozo de esperanza, como dice San Pablo, «nos
gozamos en esperanza»[45].
«No hay
más que una tristeza, se ha dicho, y es la de no ser santos». Sí; no hay otra razón más que
esta para estar tristes. Pero realmente tenemos motivos para ello. Tristeza de
no ser todavía un santo beatificado en la gloria; tristeza, para los mejores,
de haberse santificado tan poco en la tierra; tristeza, para muchos, de
encontrarse lejos de la santidad. «Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros, pobres pecadores, ahora y en la hora decisiva de nuestra muerte».
¡Ah! ¡Cuánta razón tenemos de repetir esta oración ciento cincuenta veces al
día!
Y ¡cómo
nos conviene ahora velar de negro nuestro hábito blanco que nos cubre
interiormente! En algunos países a los dominicos se les llama «los Padres negros».
Pero
día vendrá, esta es nuestra esperanza, en que se establecerá el reinado del
gozo completo y «nosotros, vestidos de blanco, estaremos con Cristo en el Reino de los
cielos».
La hermosura y la capacidad de significado de los colores dominicanos, presentes en el vestido litúrgico de las Vírgenes Seglares, tiene mucho que decirle al alma cristiana, especialmente si se ha formado en la piedad, la sensibilidad espiritual y el deseo de alabar a Dios.
Sin embargo, debemos admitir con dolor que éste no será el caso siempre, ni tal vez el más frecuente. Y como este vestido aparece como una novedad ante tantas personas, incluyendo a muchos sacerdotes y ministros ordenados, la virgen seglar debe ser realista, prudente y audaz[46] a la vez, sin lastimar ni perturbar innecesariamente, pero también sin acomplejarse ni dejarse llevar por lo más cómodo —que siempre será omitir el uso del vestido—.
No es fácil discernir algunas situaciones y por eso conviene expresar algunos criterios específicos.
La experiencia nos ha mostrado que el uso del vestido litúrgico adquiere o pierde fuerza y significado dependiendo en primer lugar de su uso en la soledad, es decir, a solas ante Dios[47].
Los primeros ojos que deben familiarizarse con el sentido de este vestido son los de la misma virgen. Es ella antes que nadie quien empieza a agradecer y aprobar el uso de un traje que no es "práctico" sino festivo[48] y nupcial. Por ello toda virgen mediocre notará que su cobardía empezó en una mezcla de pereza e incredulidad cuando estaba sola ante Dios. Al contrario: si en sus experiencias de oración personal siente que la mirada del Señor la viste del blanco de la pureza y el negro de la penitencia, no le faltaran corazón ni palabras para hacer valer sus derechos de consagrada sin molestar a nadie.
La familia a veces ayuda y a veces estorba en el servicio a Dios. No es extraño que ellos, lo mismo que nuestros amigos, unos días se sientan orgullosos y agradecidos con Dios por el regalo recibido en la vocación de la hija, hermana o amiga, y que, sin embargo, al poco tiempo, como si un ángel malo les hubiera susurrado una burla al oído, muestren ironía, agresividad o indiferencia.
Hay que saber entenderlos, lo cual no significa necesariamente complacerlos[49]. Ellos han visto con demasiada cercanía y demasiada frecuencia que somos inconstantes, vanidosos, egoístas o soberbios; podrían fácilmente hacer un larga lista de razones por las que no cabe duda de que somos indignos de llevar el vestido.
Sucede a menudo, además, que recuerdan muy bien las historias afectivas que de pronto hubo en nuestra vida pasada; tienen en su memoria pasajes escabrosos o escenas desobligantes que les nublan la mirada y les hacen difícil creer que esa persona, a quienes ellos recuerdan, ahora quiere pertenecer totalmente a Dios. ¿Qué hacer entonces? No debemos dar marcha atrás[50]. La Biblia nos anima cuando muestra que aquella gran pecadora Maria Magdalena fue acogida por Cristo como primera testigo de la noticia gloriosa de la resurrección[51]. Y Pedro, a quien todos reconocían como el cobarde que negó a Cristo ante una sirvienta[52], no por ello dejó de levantar la voz predicando a Cristo en el día de Pentecostés[53]. En la Iglesia no somos lo que hemos sido sino lo que Dios hace con nosotros[54]. Por eso hay que ser humildes pero también perseverantes[55]. Los mismos que hoy no nos creen mañana nos pedirán una oración o la luz de algún consejo.
Hay tres momentos en que nuestras sanas costumbres invitan, salvo fuerza mayor, a llevar el vestido litúrgico.
Ante todo en las vigilias, momentos de oración por excelencia en los que todos nuestros anhelos de amor por Cristo se vuelven un solo haz de plegaria. En esos encuentros de fe la noche prolonga al negro y la luz hace brillar al blanco del vestido. Una virgen seglar así revestida puede y debe mirarse como la esposa que aguarda al Esposo. Su oración, en la que habla toda la Iglesia, es la de aquella novia lista para las bodas.
También es nuestra costumbre el uso del vestido litúrgico cuando llega la lectio virginalis. La razón en este caso es que la lectio es como una pequeña liturgia en la cual, movidos por el Espíritu Santo, saboreamos la Palabra que nos mueve a esperar, agradecer y amar.
El tercer momento corresponde a las renovaciones de votos, usualmente en los meses de agosto y enero. No se necesita una explicación para el uso del vestido en estas ocasiones. Sólo hay que decir que en cada celebración, a medida que se multiplican las túnicas que expresan esta consagración, encontramos más numerosos motivos de alabanza a Dios.
Es verdad que una consagración seglar tiene siempre algo de privado, porque quien nos viera en la calle, en el trabajo, en el parque o en el restaurante, no se imaginaría todo lo que Cristo ha hecho y está haciendo. Pero la Iglesia, que es nuestra Madre, sí tiene el derecho de conocer y reconocer los dones que el Espíritu Santo le va regalando a manera de medicinas, herramientas y ornamentos.
Por eso lo normal es que una virgen seglar participe de la liturgia de las horas y de los sacramentos y sacramentales portando su vestido litúrgico.
No se nos oculta que esto entraña dificultades prácticas, que pueden reducirse a tres:
Sobre lo primero la recomendación es esta: Si el sacerdote que va a presidir ya conoce y acepta sin violencia el vestido, lo ideal es revestirse en la sacristía; en caso contrario es preferible evitar altercados y más bien revestirse rápida y discretamente cerca de alguna de las puertas. Puesto que quien puede autorizar este género de vida en la Iglesia es el Prior Provincial, quien ha manifestado en repetidas veces su aval a esta forma de asociación, no es buena idea omitir el uso del vestido sólo por no ver malas caras de sacerdotes.
Con respecto a lo segundo, conviene no hacerse ilusiones: un buen número de sacerdotes sienten que lo que no ha sido organizado por ellos no está bien organizado, y por consiguiente es "sospechoso". Es explicable, porque vivimos en tiempos en que se dan muchos abusos.
Mas aquí surge otra dificultad: Una vez que el sacerdote está contrariado fácilmente considerará una humillación para su hombría y su ministerio dejarse convencer de una mujer que no ha estudiado lo que él ha estudiado. Por eso hay que ser humildes y audaces. Siempre será preferible ante un sacerdote desconocido que la virgen seglar aparezca simplemente revestida. El pensará seguramente que se trata de alguna religiosa. Si hay tiempo y lugar se le podrá explicar algo cuando pregunte. En todo caso nuestro propósito es que, a partir del momento que sea posible, cada una lleve algún genero de identificación y/o copia de la autorización explícita del Prior Provincial de la Orden Dominicana en Colombia.
En cuanto a lo tercero, no hay mucho que agregar: Puesto que en un encuentro de fieles el primer lugar lo tiene la fe, ninguna razón servirá a la virgen que ha puesto otras razones primero.
El momento más solemne para llevar el vestido litúrgico es en la muerte y la sepultura. Es necesario que los ángeles y los hombres sepan cuál es el amor que hizo posible nuestra vida[56] y con cuánto agradecimiento y esperanza cerramos los ojos a este vestido terreno[57], para abrirlos en el cielo y descubrir que ese mismo amor nos da el vestido nuevo[58] para los bodas eternas.
¡Así lo conceda Dios, en quien hemos puesto nuestra confianza, para la gloria y honor de su Nombre[59]! Amén.
[1] «Lo primero para vivir es agua, pan, vestido, y casa para abrigarse» (Sir 29,21).
[2] Recordemos el episodio bochornoso en el que Noé se despoja de su vestido en medio de la embriaguez (Gén 9,20-27). De ahí los preceptos del Lev 18,6-19 bajo la fórmula «No descubrirás la desnudez...»
[3] La horrible cadena de pecados que cometió David, siendo ya rey, empieza con estas palabras: «Un atardecer se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa» (2 Sam 11,2). En 1 Jn 2,16 leemos sobre la concupiscencia de los ojos como algo que «no viene de [Dios] Padre».
[4] Por ello Rebeca se vela antes de su encuentro con Isaac (Gén 24,65). Este velo no apaga sino que despierta al amor: «¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Palomas son tus ojos a través de tu velo» (Ct 4,1; cf. 4,3; 6,7).
[5] Éx 26,31; 27,21. Recordemos asimismo el velo que viste al rostro de Moisés, el contemplativo de Yavé, Éx 34,33ss. Entendamos de aquí la fuerza inmensa de la expresión de los Evangelios: «Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron» (Mt 27,50-51).
[6] «La mujer no llevará ropa de hombre
ni el hombre se pondrá vestidos de mujer, porque el que hace esto es una
abominación para Yahveh tu Dios» (Dt 22,5).
[7] «Yahveh dijo a Moisés: "Ve
donde el pueblo y haz que se santifiquen hoy y mañana; que laven sus vestidosy
estén preparados para el tercer día; porque al día tercero descenderá Yahveh a
la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí"» (Éx 19,10). «Retirad los
dioses extraños que hay entre vosotros. Purificaos, y mudaos de vestido»(Gén
35,2).
[8] Cf. 1 Re 22,30.
[9] Cf. Lev 21,10; Éx 28,29.
[10] Cf. Job 38,3; 40,7; Prov 31,17; Is
5,27; Dan 10,5; Nah 2,2; Lc 12,35; 1 Pe 1,13.
[11] «Entonces pasé yo junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo de los amores. Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo —oráculo del señor Yahveh— y tú fuiste mía» (Ez 16,8).
[12] Is 59,17; 61,10.
[13] Mt 27, 35.
[14] Cf. Hch 22,6-11.
[15] Cf. Hch 10,30.
[16] «¡Sí!, los que estamos en esta tienda gemimos abrumados. No es que queramos ser devestidos, sino más bien sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Cor 5,4).
[17] Cf. Col 3,10; Ef 4,24.
[18] «En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo» (Gál 3,27).
[19] Cf. Ef 6, 11-18.
[20] Ap 7,14; 22,14.
[21] Ap 19,7; 21,2.
[22] «Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo» (2 Cor 4,6). «Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad» (Ef 5,8-9). «Pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas» (1 Tes 5,5).
[23] «Todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Ef 5,14).
[24] «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio» (2 Tim 2,8).
[25] 1 Cor 11,4-10.
[26] «Enderezará su consejo y su ciencia, y en sus misterios ocultos hará meditación» (Sir 39,7).
[27] «Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado: él pastorea entre los lirios» (Ct 2,16).
[28] Hay que esperar al Apocalipsis para que resuene aquel texto maravilloso: «Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: "¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura"» (Ap 19,6-8).
[29] «Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios» (1 Pe 3,3-4).
[30] Cf. 1 Tim 6,15; Ap 17,14; 19,16.
[31] Cf. Ap 19,7-8.
[32] «Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13,43). «Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» (Jn 1,5).
[33] «Por eso, también yo, al tener noticia de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. » (Ef 1,15-21).
[34] «Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu» (Ef 6,17-18).
[35] «Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo» (Mc 9,3).
[36] «Así, lo mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinará la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor» (Rom 5,21)
[37] «No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse» (Mt 10,26).
[38] «Ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo» (Rom 15,16).
[39] «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: "Vemos" vuestro pecado permanece» (Jn 9,41).
[40] Lc 18,41.
[41] «Aparta mis ojos de mirar vanidades, por tu palabra vivifícame» (Sal 119,37).
[42] «Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo has de devolverme» (Job 10,9).
[43] «El único que posee Inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A él el honor y el poder por siempre. Amén» (1 Tim 6,16). Además de lo ya dicho, conviene recordar aquí el sentido de algunos otros colores que se usan en la liturgia católica: Rojo: Sangre, Martirio, Espíritu Santo, Apóstoles; Azul: Asociado a la Virgen María, Cielo, Serenidad; Verde: Color Primavera, Vida, Esperanza; Rosado: (Rojo – Blanco) Dominio de sí.
[44] Para esta parte seguimos, muchas veces textualmente, a F. D. Joret, O.P.
[45] Rom 12,12.
[46] «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas» (Mt 10,16).
[47] «Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,6).
[48] «Has trocado mi lamento en una danza,me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría» (Sal 30,12).
[49] «¿Busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gál 1,10).
[50] «Le dijo Jesús: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios» (Lc 9,62).
[51] Jn 20,17.
[52] Mt 26,69-75.
[53] Hch 2,14ss.
[54] «Pues también nosotros fuimos en algún tiempo insensatos, desobedientes, descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros. Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo» (Tt 3,5).
[55] «Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo» (1 Pe 3,15-16).
[56] «Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Cor 3,18).
[57] «Sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste» (2 Cor 5,1-2).
[58] «Se pusieron a gritar con fuerte voz: "¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?" Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos» (Ap 6,10-11).
[59] «Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día» (2 Tim 1,12).