Un poco de filosofía
en la red del Hombre Araña
Fr. Nelson Medina,
O.P.
2. El egoísmo destruye a quien le da posada
Spider-Man es un acontecimiento que involucra a millones de dólares y millones de personas (entre las que ya me cuento yo mismo). Los efectos especiales, el mercadeo espectacular, una banda sonora impactante y la alegría de ver triunfar el bien sobre el mal son algunos de los motivos de este indudable éxito. Así pues, la franja de "entretenimiento familiar" cuenta con un nuevo hito cinematográfico. Pero, ¿es todo lo que puede decirse? ¿Sólo hay "entretenimiento" en las acrobacias impresionantes de Peter Parker?
He pensado que vale la pena ir más allá. Una película como esta, así sea por el sólo hecho de atraer a multitudes en todos los continentes tiene que poder decirnos algo sobre qué es el ser humano, qué pretende, cómo sueña. Con esta intención en mente, pronto encontramos cuestiones nada triviales, que bien vale la pena compartir.
Una primera
pregunta, o conjunto de preguntas, nace en torno al hecho mismo de la ficción.
¿Qué es la ficción? ¿En qué se diferencia la simple mentira de la ficción? ¿Por
qué son "interesantes" algunas cosas imposibles, y otras no?
Pienso que
las ficciones "interesantes" tienen elementos en común. La analogía
con una lupa puede ser útil. Una lupa destaca algunos aspectos de la realidad
mientras nos limita para ver otros. Lo "interesante" depende entonces
de con qué nos quedamos y qué pasa a segundo plano.
Tal es el
papel de los "superhéroes". Volar, tener gran fuerza, no morir, ser
resistente, ser ágil y permanecer fiel a sí mismo... son todas cosas que
existen en algún grado en todos nosotros. La "lupa" de una ficción
nos invita a fijar la atención en esas cualidades y, prescindiendo de detalles
y de otros aspectos de la realidad, concentrarnos en: ¿qué pasaría si...?
Por eso la
ficción no es simple mentira. Como diría X. Zubiri, es un "rodeo de
irrealidad" que regresa después a la realidad misma. Es lo que sucede con
los héroes: nos hacen ver de otro modo nuestra existencia.
Por ello estos rodeos de irrealidad son una fuerza de comprensión y un polo de condensación de energías sociales que de otra manera quedarían difusas y serían inútiles. Simon de Beauvoir lo dijo paladinamente, en arranque de viva sinceridad: "Me parecía que la tierra no hubiera sido habitable si no hubiese tenido a nadie a quien admirar".
La admiración ha sido llamada fuente de la filosofía y es, sin duda, principio de fuerza interior. Por eso necesitamos de héroes... y de santos.
Una de las
cosas atrayentes de esta película es que su protagonista es tan
"normal" como puede serlo. Mas en esa "normalidad" las
cosas no son triviales, porque trivialidad y normalidad no son sinónimos.
Parker quiere luchar por la atención y el
amor de Mary Jane. Su rival en esta empresa es un tal Flash, un
hombre pretencioso que tiene mucho a su favor, entre otras cosas, un auto
propio. Peter se da cuenta de que necesita competir por el amor de Mary
Jane en condiciones menos disímiles, y entonces busca, apoyándose en sus
nuevos poderes arácnidos, la manera de conseguir dinero para ese automóvil que
seguramente impresionará a su chica.
Así resulta
metido en un ambiente sórdido de luchadores, donde logra victoria sobre un
matón aterrador. El premio era de $ 3.000 dólares, pero el administrador de
semejante "negocio" obra perversamente y pretende no darle a Parker
más que 100 dólares, aduciendo disculpas estúpidas. Parker intenta
explicar al administrador su pequeña historia, esto es, las razones de su
urgencia de dinero, pero este truhán es insensible a las necesidades y
propósitos de los demás y sólo le espeta el estribillo del egoísmo: «no
tengo que resolver tus problemas».
Así las
cosas, un atracador se alza con el dinero a mano armada y huye pasando al lado
de Parker sin que este haga nada por impedirlo. El administrador del
negocio le increpa: «¡hubieras podido detenerlo!», pero Peter Parker
siente un dejo de placer en poder repetirle la frase clásica del egoísmo: «no
tengo que resolver tus problemas».
Esta vez,
sin embargo, la frase se vuelve en contra de nuestro protagonista. El mismo
atracador que se alza con el dinero del administrador, se apodera del carro del
tío de Parker después de asesinar miserablemente al buen hombre. Así,
con dolor y lágrimas, el Hombre-Araña aprende algo muy importante: encerrarse
en los propios intereses se vuelve al final contra uno mismo.
Un
principio de vida social que podría reconstruir mucho en nuestras sociedades
demasiado individualistas.
La frase
más importante de Spider-Man la dice su tío Ben: "un gran
poder trae una gran responsabilidad". Sin lugar a dudas, es el mensaje
moral de la cinta.
Es
interesante ver que Peter Parker llega a asumir como propia la enseñanza
del tío cuando el tío mismo muere. Y así una frase que podía quedar sepultada
ente tantas otras, queda inesperadamente como testamento de un hombre que fue
tan bueno como podía serlo, incluso sin muchas recompensas. Todo ello ayuda a
que la enseñanza se imprima en el corazón de los espectadores.
Mas no es
solamente el recuerdo cariñoso del buen tío Ben lo que convence al Hombre-Araña
(y a nosotros, sus espectadores) de la verdad de la frase aquella. Pronto asoma
una forma contraria de buscar y usar el poder, y en ese contraste se hace
indispensable tomar una decisión.
El Duende
Verde, un ser atormentado por el ansia de dominación, alcanza también
poder, pero lo tiene sólo para sí mismo; frente a él, Spider-Man se ve
casi "obligado" a comprender su propio poder de otra manera, a saber:
proteger vidas, marcar una diferencia de "salvación" en la existencia
de sus congéneres.
El Duende
Verde personifica el poder sin responsabilidad; Spider-Man, el poder
que se siente compelido a "responder", a ser responsable.
Y hay una
razón humana para obrar así. Peter Parker ha conocido el amor; ha
sido amado. Huérfano desde pequeño, sabe qué significa estar solo y descubrir de
pronto una mano que se tiende y sostiene. Pobre y de barrio modesto, sabe que
todos necesitamos ser escuchados y todos debemos tener derecho a soñar. Amante
de la ciencia y del esfuerzo honrado, conoce el valor de una amistad sincera.
Pero sobre todo, dulcemente prendado de Mary Jane, sabe que las personas
valen, y merecen ser valoradas y protegidas.
El otro
polo es Norman Osborn, que, dispuesto a apostarlo todo con tal de
triunfar, modifica su propio organismo, induciéndose una especie de locura
que le hace simplemente capaz de todo.
Así surge
el Duende Verde, que no es otro sino Osborn en su dimensión de
embriaguez de poder incontrolable. Si se miran bien las cosas, la filosofía del
Duende Verde tiene nombre propio. Para él, no hay criterio alguno más
allá de su propia decisión. Está "más allá del bien y del mal". Su
norma es su deseo. Su alegría, arrebatadora y diabólica, es la carencia de todo
límite y de toda consideración. Sólo sabe y puede asociarse a otros para acrecentar
sus dividendos; se burla de toda compasión y piensa que es ridículo desgastarse
por el más pequeño o más frágil.
Su método
es el terror; su estilo, la violencia; su constante, la traición; su rostro, la
doblez; sus palabras son mentira, o mejor: no se plantean el tema de la verdad.
Este modo
de ser debería darle por lo menos gozo, pero en realidad Osborn se
siente aprisionado en una marea de deseos que pasa por él pero que lo atraviesa
a él. Siente que también él es un instrumento, una especie de
"juguete" de algo o alguien que en la película se representa
plásticamente con la horrenda máscara del Duende.
¿Qué es
libertad, para este hombre espantosamente prisionero en el paroxismo de su
autonomía sin barreras? Puesto en el resbaladero de su propio desear,
termina por descubrir que más que tener deseos, éstos lo tienen a él. En una
escena patética, por ejemplo, se habla a sí mismo y descubre que tiene que
doblegarse ante una mitad de su propio ser, y ser entonces dolorosamente tirano
y esclavo a la vez. ¿Y qué es mejor, ser amigo de sí por vía de las
convicciones, o estar dividido y cargar con enemistad dentro de sí?
Osborn intenta desaparecer esa línea de
división interior, pero, incapaz de luchar contra lo que ha idolatrado en toda
su carrera (y su carrera ha sido su vida), se rinde ante "eso", ante
"esa máscara" sin nombre y sin adentro, y decide consagrarse a
destruir lo que se oponga afuera de él, aunque eso signifique ser
destruido por lo que lleva adentro de sí.
No es una
mala presentación, ni un mal resumen del mal y del maligno. Sobre todo si se
piensa en que la soberbia, la malicia, el utilitarismo y al afán de venganza
son sumamente contagiosos, al punto que Harry, el hijo de Norman
Osborn, se despide de la película jurando odio.
Desde la primera
frase, el amor por Mary Jane atraviesa la película hasta su epílogo.
Pero ese amor tiene etapas. De niños, Mary Jane es un "ángel"
para Peter; de jóvenes, es su estrella inalcanzable y bellísima; mas a
medida que la vida muestra su dureza con las acciones del Duende Verde,
Peter avanza de un amor de posesión a un amor de protección. Por
eso, el beso que ella le regala al final, y las palabras (¡tan esperadas!) en
que le declara amor, adquieren un lugar distinto en el alma del joven héroe.
Siente que ya
la ama tanto que no puede ser "solamente" su novio o esposo; necesita
velar por ella, cuidarla, salvarla.
Es un
rostro del amor que Parker asume no sin dolor. La traducción al
castellano dice: "es mi don y mi maldición". Desafortunada en grado
sumo esa palabra "maldición", que no sé si está en el original en
inglés, pero algo nos permite intuir del desgarramiento interior que este
muchacho siente cuando su corazón, para su propia sorpresa, resulta demasiado
generoso. Ahora la ama tanto que... ¡ya no la tiene! Paradoja dura pero
maravillosa, que eleva a Parker a un horizonte deservicio y de alegría
que no podía presentir antes.
Se trata
formalmente del amor oblativo. Aquel amor altísimo que sabe renunciar a sí
mismo y a sus propios dividendos. ¿No se parece un poco o mucho al amor del
misionero abnegado o al amor del verdadero pastor de almas? ¿No tiene un eco
del amor de Cristo?